sábado, 31 de mayo de 2014

//EL DESEO//




                El deseo es un monstruo de cuatro cabezas contra el cual, en ocasiones, debemos luchar con espadas de plata. A través de su boca desprende un aliento de fuego capaz de atravesarnos, de dominarnos e incluso tiranizarnos. Podemos cabalgar sobre su escamado lomo, amarrados fuertemente a sus alas de murciélago, disfrutando así, de un maravilloso espectáculo. Podemos también agarrarnos a su cola espinosa y encrespada, gozando de idas y venidas vertiginosas, tal cual una montaña rusa, o por el contrario, quedarnos estiradas en el suelo, aguantando aquella mirada penetrante, acusadora, y hasta podríamos decir que juguetona, esperando sentir sobre nuestro cuerpo sus bolas de fuego, sentir que la temperatura se eleva, los ojos enrojecen, la tez se ruboriza y la boca se reseca, y todo ello mezclado con la aventura, la tentación o la fantasía hace que se nos erice la piel y que saltemos de una nube de algodón a otra, sobre zapatos de cristal.
                El deseo es como comer chucherías en plena clase de matemáticas, a vueltas con las raíces cuadradas, por debajo de la mesa y sin que el profesor nos vea. Es riesgo, emoción y un sinfín de sensaciones electrizantes que nunca confesaríamos en voz alta; es esa agitación que descubrimos cuando nos encontramos a solas en medio de la noche, con la luz tibiamente encendida. Es atreverse a darle un balonazo a aquella pelota, hasta entonces olvidada en una esquina de nuestro jardín.


SANDRA EC

viernes, 30 de mayo de 2014

***LAS 4 ETAPAS DE LA VIDA***


Mientras somos jóvenes, no nos preocupamos de la llegada de la vejez.
            En la niñez o infancia, somos como auténticas esponjas. Queremos saberlo todo, él porqué, él cómo, cuándo, dónde; consultamos a nuestros padres cada una de las dudas que nos atosigan, queremos explorar todo lo desconocido que capta nuestra atención. Nuestros padres son ejemplos a seguir, a esta edad, no se nos pasa por la cabeza desobedecerles ni retarles. Nos gusta estar protegidos por ellos, que nos cojan de la mano, nos den abrazos y besos. El colegio también forma una parte importante en nuestra vida, puesto que es otro espacio en el que aprendemos y además disfrutamos con ello.
            En la adolescencia, nuestra única preocupación es disfrutar de la vida, de los amigos, conocer a gente nueva, salir por las noches; en resumidas cuentas, relacionarnos.  Los problemas se escurren, pasamos de puntillas tras ellos y nuestra única preocupación es pasarlo bien, puesto que nos sobra energía y vitalidad. Los estudios siempre quedan en un segundo plano. A nuestros padres ya no los vemos como un ejemplo sino como comodines que tenemos y en los que nos apoyamos cada vez que necesitamos simplemente algo material.
            Los problemas, los hablamos con los amigos, o más bien, con quien creemos que son nuestros amigos. No nos gusta que nos den consejos, sobre todo si vienen de la mano de algún pariente ascendente. Creemos que lo sabemos todo y que controlamos por completo toda nuestra vida. Los amigos son nuestra verdadera familia porque ellos sí nos entienden.
            Los pequeños problemas que tenemos, los resolvemos con la fuerza. Sentimos vergüenza si en alguna ocasión tenemos que ir acompañados por la calle de nuestros padres. No reconocemos los esfuerzos que ellos hacen por nosotros, no lo vemos de esa manera, simplemente creemos que es su obligación como progenitores. Los abuelos juegan un papel más importante en nuestras vidas. En la niñez, nos aconsejábamos tanto con los padres como con los abuelos, ahora esto ha cambiado. Nos da vergüenza hablar con nuestros padres de ciertos temas y tenemos la impresión de que nuestros abuelos nos van a entender mejor, o por lo menos, pondrán menos excusas o trabas. Bien es cierto, que los abuelos, al no poder disfrutar de sus hijos en su época debido a los horarios de trabajo, lo hacen con los nietos. Lo que no le han podido dar a sus hijos, se lo dan a los vástagos. Esta situación, en ocasiones molesta a los padres y crea disputas en la familia, pues sienten que sus hijos son demasiado consentidos y que se alejan de ellos.
            No atendemos a compromisos ni obligaciones. Solamente nos conciernen los derechos. Otro factor importante en esa etapa es que descubrimos el sexo, un tema tabú a la hora de dialogar con nuestros progenitores.
            La siguiente etapa de la vida de una persona se llama madurez. Es la fase que se prolonga más en el tiempo. A unos les llega antes que a otros. Pasamos de que no nos importe nada, a sentirnos inmunes a los problemas y pensar que otro nos lo resolverá a, identificarnos con los mismos, a ponernos en la piel del otro, dicho de otra forma, a sentir empatía. Nos preocupa la situación laboral, nos preocupa el matrimonio y la procreación, nos preocupan nuestros mayores. No se puede aplicar esta regla a todos los casos, pero por norma general es así.
            Bien es cierto, que hay parejas que no pueden atender a sus progenitores debido a sus trabajos. Es difícil conciliar la vida laboral, con la vida familiar y más, si tienes familiares dependientes.
            Debido a determinadas circunstancias, sentimos dolor, rabia e impotencia. Procuramos resolver los problemas mediante el diálogo y no con la fuerza. Decidimos vivir la vida con más calma y sopesando cada una de las decisiones que tomamos. Es en esta etapa, cuando llegan los achaques en la salud, problemas de huesos, triglicéridos, colesterol, diabetes. Sentimos inquietud por seguir una alimentación sana y procuramos hacer algún tipo de deporte. La otra preocupación que nos asola y nos causa mucha angustia, es el fallecimiento de nuestros progenitores.
            La última etapa de la vida de un humano es la vejez o ancianidad. Llegado este momento, tenemos claro que nuestra vida se acaba, llega el punto y final. Hay ancianos que, antes de morirse, dejan todo preparado para dicho suceso, para una vez más, no ser un rompecabezas para sus herederos. La ropa, el sepelio, las flores, la inhumación, la lápida, etc. Muchos desean que llegue dicho instante, sea porque dicen que así se encontrarán con sus seres queridos ya fallecidos o porque están cansados de tanto sufrir. Dar un pequeño paseo por una residencia de ancianos y charlar con ellos, así lo confirma. Muchos se sienten olvidados por sus familias, se consideran abandonados como si de animales se tratase y no se dignan a visitarlos ni en las fechas más señaladas. Es común escuchar conversaciones entre las parejas jóvenes sobre sus padres, como que no cuidan su higiene, que no se levantan del sofá, que son una carga difícil de llevar. Mientras que de los ancianos, nunca escucharás hablar mal de sus hijos. Los excusan y justifican. En una visita a una abuela en una residencia de ancianos, ésta comentó que su madre a menudo argumentaba: 
        Los mayores somos feos en la mesa, no tenemos presentación, ni siquiera somos capaces de seguir una conversación, que triste es llegar a viejos y estar aquí solos.
            Ella corroboraba dicha afirmación. No debemos pensar así. No hay cosa más hermosa que ver a los abuelos felices junto a sus hijos, nietos y quién sabe, hasta biznietos, todos a la mesa. Debemos darles cariño y no hacer que se sientan como una carga. Ya debe ser bastante difícil aceptar que la vela se apaga y que tenemos que dejar atrás todo lo que hemos construido y la familia que hemos formado, cuanto más aún aceptar que somos un incordio.
            Es bueno saber que, en dichos centros, hay voluntarios que se ofrecen a hacerles la vida un poco más alegre. Les cantan, los sacan a bailar y preparan fiestas de cumpleaños para los que están más solos.
            Debemos pensar que nosotros también llegaremos a su situación, en el mejor de los casos, y seguramente nos gustaría que nuestros hijos nos cuidaran con cariño como nosotros hicimos con ellos cuando eran críos. Es por ello que debemos hacer un esfuerzo por repartir un poquito más nuestro amor y tiempo libre. Trabajar para que sientan que son una parte importante en nuestra vida, en definitiva, que los queremos y les agradecemos todo lo que han hecho por nosotros. Se lo debemos.
SANDRA EC






jueves, 29 de mayo de 2014

# UNA DOBLE VIDA #



ESTE ES EL PRIMER TEXTO QUE ESCRIBÍ, CUANDO COMENCÉ MI CURSO DE ESCRITURA CREATIVA. 


               Esa maldita lengua de trapo seguro que se lo cuenta todo – pensó para sus adentros, – no debí descuidarme tanto en el último momento. Todo estaba saliendo a pedir de boca hasta que esa entrometida se cruzó en mi camino.
            Luis no dejaba de lamentarse para su interior. Estaba furioso. Hasta hoy, siempre había sido prudente y muy cauto en cada relación extramatrimonial. Llevaba muchos años haciéndolo así y siempre había salido victorioso.
        Tengo que pensar en un plan alternativo. No puedo dejar que esa husmeadora arruine todo lo que he construido hasta ahora. ¿Qué pensará la gente de mi, y Laura, los niños, mis padres? No, todo debe seguir como siempre – seguía cavilando en silencio mientras no le servían el desayuno.
            Justo en ese instante, se acercó la camarera con la consumición habitual. Un café con leche grande acompañado de una napolitana. Tan ensimismado estaba en sus pensamientos, que ni gracias le dio a la chica. En un momento que alzó la cabeza, se fijó en una joven que estaba sentada cerca del ventanal y que observaba embobada a los que allí estaban presentes. Se fijaba en cada una de las personas que la rodeaban. Por un momento, sintió que lo desnudaban, como si todo el mundo descubriera cual era su cara más oculta. Sintió escalofríos, obligándolo a ponerse nuevamente la chaqueta de cuero.

        Nadie la creerá. Todos saben que es una chismosa y de mí nunca desconfiarán.
He diseñado la imagen perfecta cara al público, de un hombre apacible y bonachón, por lo tanto, no debo preocuparme de lo que diga esa víbora – seguía lucubrando al tiempo que se comía la napolitana, – ¡Maldita sea!

        Laura confía en mí, siempre ha sido así y no va a cambiar ahora. Un par de cenas al mes, varias veces al cine a ver los últimos estrenos, algún regalo sorpresa y listo. En la cama nunca le he fallado, le gusta como la toco y  de vez en cuando innovar posturas – seguía pensando mientras se terminaba el desayuno.
            Hasta el presente, Luis tenía una doble vida. Gracias a la movilidad de su trabajo, todas las semanas se iba de viaje y era ahí donde aprovechaba para conocer a otras mujeres. Llevaba años haciéndolo sin problemas ni contratiempos. Primero contactaba con ellas a través de las redes sociales y una vez que conseguía su confianza e intimidar, les pedía una cita.

            En el pueblo, todos lo conocían porque era muy amable con los vecinos. Saluda siempre, bromeaba con los niños en el parque cuando llevaba a sus hijos, charlaba con los ancianos que se encontraban sentados en los bancos que había en el portal de su edificio. En definitiva, una persona muy sociable y querida por el vecindario. 

SANDRA EC

FIGURA LITERARIA ---APOTEGMA---




¿CONOCÉIS ALGÚN APOTEGMA?
A CONTINUACIÓN OS DEJO UNO BIEN CONOCIDO




Y EL ESCRITO POR MÍ.



Antes de juzgar
ponte en mi lugar.


miércoles, 28 de mayo de 2014

FIGURA LITERARIA ----AFORISMO----



¿CONOCÉIS LA FIGURA LITERARIA DENOMINADA "AFORISMO"?
OS ACERCO UNO DE MI PROPIA COSECHA Y OTRO BIEN CONOCIDO POR TODOS.               



     Mucho cuidado con quien chateas, pues al otro canto puede hallarse un gran e insólito amigo con cándidas intenciones. O todo lo contrario, alguien pernicioso, malévolo y pelusero, con viles intenciones de desnudar tu existencia.












      Aprende a apreciar lo que tienes antes de que el tiempo te enseñe a apreciar lo que tuviste. 



martes, 27 de mayo de 2014

RESEÑA DEL LIBRO "EL MATARRATAS"




"""EL MATARRATAS"""  Autor: Mar Cantero Sánchez

                Hay que leer el libro en su totalidad, para saber de dónde viene el título, y os garantizo que os sorprenderá y no volveréis a ser los mismos de antes.
                Reconozco que el comienzo me despistó un poco. Ya luego la escritora nos va adentrando con gran pericia en la triste infancia del protagonista de la novela, contándonos sus vivencias con sus amigos, el Paquito, el Manolito, el Cipriano, el Vítor, así como la cruel realidad de su familia.
                Me ha gustado mucho el lenguaje que ha usado en los diálogos, muy típico en algunas aldeas, lo que lo hace si cabe, más atractivo y divertido.
                La novela viene a decirnos lo importante que es tener una buena infancia, sentirse querido, respetado, amado, apreciado y, sobre todo, motivado. Todos esos valores le faltaron a Ángel, el niño, que vivió siempre con miedo, sobre todo a su progenitor.
                Ángel alcanza su paz interior estando en Jagalur, con la gente de esas tierras, conviviendo con la pobreza, la escasez de medios, con gente humilde. Los habitantes de ese pueblo le habían enseñado sus mejores sonrisas,  a pesar de la vida dura que llevaban, del hambre, la poca higiene, las enfermedades. Se siente identificado con un niño que sufre las mismas vejaciones que él en su niñez y al cual regala el reloj que su abuelo, ya fallecido, le envía.
                Una frase que me gustó mucho:   “”respiré profundamente al sentir el frío del fonendo sobre uno de mis párpados. Con mi otro ojo, vi los suyos alegres. Y de repente, me estremecí al darme cuenta de que yo también estaba sonriendo. Si hubiera tenido un espejo a mano, estaba seguro de que habría podido ver una sonrisa humilde y plácida en mi cara””
                Felicidades Mar Cantero por esta espléndida obra.
                











sábado, 24 de mayo de 2014

AÑORANZAS

        Hola Elisabeth.
      Después de cuatro largos y angustiosos meses, por fin he decidido ponerle voz a mis sentimientos.
      Como bien sabes, el trabajo que realizo es dueño absoluto de mi vida, no lo he de negar. Hago lo que me gusta y encima me pagan por ello, y eso, a día de hoy, es una fortuna. A fin de cuentas, nada más ocupa mi vida, mi tiempo, mi espacio, en definitiva, mi corazón.
      Nunca te he ocultado nada y lo sabes. Nos conocimos de forma casual, en aquella cafetería de la esquina, sí, la de Chato. Antes de empezar mi turno,  desayunaba y ojeaba el periódico, pero aquel día apareciste tú, y nunca más volvió a ser como antes. Recuerdo que llevabas una falda a la altura de la rodilla exquisitamente ajustada a tu figura, dejando entrever esa perfección que tanto te traiciona, y tu inseparable maletín de ejecutivo de piel.  
      Aquella mañana llegué diez minutos tarde para fichar. Había varias urgencias esperándome pero lo cierto fue que no me importó, por una vez, no me importó. Me había gustado como charlabas con el camarero, como ojeabas tu agenda, rebosante de citas y la manera gesticulante de hablar por teléfono. Lo reconozco, sentí atracción hacia ti, como si de un imán se tratase y me obligó a acudir todos los días a la misma hora para verte.
      Las primeras veces fui para averiguar más cosas sobre tu persona, lo cual no fue difícil porque en el mismo café me soplaron todo lo que ansiaba conocer. Después forcé un encuentro casual, ¿recuerdas? Tú te dirigías al servicio y yo me topé de frente contigo. A partir de ese día, me senté a tu lado, en un taburete en la esquina de la barra, escudriñé conversaciones que nos gustaran a ambos y me gané tu confianza, y si me preguntas si lo volvería a hacer, te respondo rotundamente que sí.
      Después vinieron algunas citas, siempre que mi ocupación me lo permitía. Lo admito, han sido menos de las que hubiera querido, pues mi interés por ti era y sigue siendo grande. Sentía afinidad y deseo de tenerte cerca, sentir tu aliento aterciopelado moviendo mi pelo, tus manos delicadas, quebradizas, acariciando mi rostro, esos ojos verdes agua, acechándome.
      Nunca olvidaré nuestra primera vez desnudos, uno frente al otro. Ambos llevábamos tiempo deseándolo, pero como siempre, había prioridades, principalmente por mi parte. Habíamos salido a cenar y luego te invité a subir a mi apartamento. Me acuerdo que te había encantado el sofá y la decoración del salón. Precisamente ahí, fue donde nos desahogamos de aquel fuego que nos carbonizaba por dentro y por fuera. Yo tenía la intención de ir despacio, poco a poco, pero la pasión y el afán por verme dentro de ese talle, me superó, y vuelvo a repetir, no me arrepiento. Sin darnos cuenta, estábamos quitando la ropa del otro de forma apurada, violenta; los besos se hacían cada vez más vigorosos, fogosos, excitantes. No había tiempo para juegos ni deleite, esa vez no. Deseábamos conseguir un placer aledaño, convulsionarnos de manera descontrolada, saciar nuestra sed y excitante posesividad y así fue, y me permito recordarlo con palabras. Te tomé en brazos hasta la mesa del salón y allí, separaste las piernas para yo poder colocarme entre ellas, gemías solicitando que te llenara por completo. Puedo sentir todavía esa excitación, ese momento de éxtasis, incluso tus uñas aguijonando mi piel. Me envolvías desde el principio hasta el fin y echo de menos esas sabrosas sensaciones.
      Han sido unos meses complicados para mí. Acostumbrarme a tu ausencia ha sido muy duro, y lo seguirá siendo, estoy seguro de ello. Ni el trabajo consigue ocupar mi mente. Doblo turnos para estar ocupado, evito estar solo pero es imposible. Tu olor ha quedado impregnado en mi piel, en mi casa y sobre todo en mi cama.
      Estoy seguro de que tenías infinidad de razones para irte y respeto tus decisiones, aunque no las comparto. Tú querías algo más de la relación. Salir más a menudo a cenar, al cine, a bailar; salir a caminar un fin de semana por un paseo agarrados de la mano, hacer de vez en cuando un viaje, tomar un café en una terraza, ir a la playa o de acampada, pasar toda la noche haciendo el amor como dos posesos, comer palomitas mientras miramos una peli en la televisión; y yo, muy a mi pesar, te contesté que nada de eso podría ser. Mi corazón se rompió en mil pedazos con tu adiós; una partida silenciosa, gris, lacerante.
      Mis manos han salvado un sinnúmero de personas, pero no he sido capaz de salvar el nexo que nos unía, lo cual me apena todavía más.
      Si llegas al final de esta emotiva carta, entenderás cuáles han sido los motivos de mi decisión irrebatible. He luchado durante muchos años por llegar hasta aquí, muchas noches sin dormir, entre tesis y proyectos. No ha sido fácil pero me siento agradecido y orgulloso. Algún día, más pronto que tarde, espero dar un giro de al menos ciento ochenta grados a mi vida, y todo lo que tú tanto anhelabas por ese entonces, ponerlo en práctica en mi vida, porque entre otras cosas, también soy de carne y hueso, tengo sentimientos, emociones, deseos. Cuando llegue el momento, volveré a tocar tu puerta, no lo dudes, puesto que has sido tú quien decidió irse.
      En el caso de que decidas olvidarme, te diré que nunca te lo reprocharé. Puedo entender y entiendo que necesites a alguien a tu lado todos los días, es de mortales tener necesidades. Siento no ser yo quien te sacie esos menesteres.
      Independientemente de cuál sea nuestro destino, siempre estarás en mi pensamiento, en mi corazón, en mi memoria.
Un beso.


SANDRA EC

viernes, 23 de mayo de 2014

***UN ACCIDENTE FORTUITO*** (COMPLETO)

Era una tarde calurosa del mes de julio, de esas en las cuales, lo único que deseas, es estar bajo el agua de una cascada, protegida del sol. Alexia tenía trabajo pendiente. Durante los meses estivales, la empresa donde trabajaba permanecía cerrada por las tardes, debido al insoportable calor que atravesaba las inmensas cristaleras con vistas a la gran manzana. Ni la máquina de aire acondicionado conseguía ambientar las gigantescas oficinas. No le apetecía trabajar en casa, que a pesar de ser más fresca, no le inspiraba lo suficiente. Debía escribir el discurso para la conferencia en Valladolid del día siguiente y para ello, necesitaba el contacto directo con la naturaleza.
  Subió al desván y cogió la bicicleta urbana, que había comprado en una feria organizada por ella, años atrás, y se dirigió al parque más cercano, considerado como el pulmón de la ciudad. Ya en el interior del mismo, eligió estirar su toalla en una zona poco concurrida, sin el bullicio de los niños, jugando alegres bajo los chorros del agua y sus madres reprendiéndoles. Desde aquel árbol centenario, podía ver la ciudad al norte, colmada de gigantescos edificios comerciales y al frente, un lago artificial por el que transitaban gansos y patos en total armonía.
Amaba aquellas vistas armónicas y el sonido de la naturaleza virgen. Había pasado la mayor parte de su vida viviendo en el campo con su familia, entre animales, frutales, plantas, tierra y abundante agua. Después se mudó a la ciudad para ir a la universidad y posteriormente para trabajar.
Estuvo trabajando, alrededor de dos intensas y fructíferas horas con su portátil, donde tenía toda la información. Únicamente le quedaban pequeños retoques y ya estaría listo para el día siguiente. Estaba orgullosa por el trabajo realizado, pues cada día se mostraba más exigente consigo misma. Decidió levantarse, y estirar un poco las piernas, antes de volver a coger la bici para regresar a su apartamento.
Una vez desperezado su cuerpo, cogió la bicicleta del suelo con ánimo de abandonar el lugar, con tan mala suerte, que en ese mismo instante y justo a su lado, pasaba un chico haciendo deporte. El corredor cayó al suelo de bruces. El golpe no había sido muy fuerte, pues Alexia todavía no había cogido velocidad, aunque sí, el susto para ambos. Avergonzada, le ayudó a incorporarse del suelo y revisó las rodillas y los brazos del chico varias veces, para comprobar que no tuviera ninguna contusión grave a la vista. Estaba muy nerviosa y no sabía cómo actuar en una situación como esa. Nunca antes había atropellado a nadie.
        ¿De verdad te encuentras bien? – había preguntado con un tono de voz angustiado.
        Creo que sí. Sólo han sido unos rasguños, nada más – contestó él sonriente – suerte que el suelo no está pavimentado.
        No me lo puedo creer, de verdad. Es la primera vez que me pasa algo así, no era mi intención tirarte al suelo, créeme – necesitaba justificar sus actos.
        Me lo imagino, faltaría más – bromeó él.
        Seguro que algo se te ha roto, o al menos a mí me pasaría. ¿quieres que llame a una ambulancia? – insistió Alexia.
        No, para nada. Puedo mover todo sin problemas – exclamó él, al tiempo que movía piernas y brazos para tranquilizarla.
En ningún momento de la conversación, se habían mirado a los ojos. Ella, empecinada en encontrar algún hueso roto en aquel cuerpo fornido y atlético, y él, preocupado por el histerismo de Alexia.
Un extraño impulso, hizo que tomara las manos de Alexia entre las suyas y con semblante tranquilo y mirándola a los ojos le dijo:
        No te preocupes tanto, me encuentro bien.
            Fue justamente en ese momento, mientras se cruzaban las miradas, cuando se fijó en el rostro del chico y tuvo la sensación de que lo conocía de algo.
        ¿Alexia? – preguntó el corredor, algo sorprendido.
        ¿Nos conocemos? – contestó Alexia interrogativamente –. Me suena tu cara, pero no sé de qué ni de dónde.
Era Tomás, un compañero de instituto con el que, en el pasado, tanto había soñado y con el que nunca había logrado entablar una conversación. Siempre lo había evitado, procurando no acudir a los lugares que él y su pandilla frecuentaban, y en clase, se sentaba en el otro extremo para no cruzarse con él. Tomás era el chico más popular del instituto, con el que todas fantaseaban tener una aventura.
 Él la había reconocido, incluso antes que ella, después de tantos años. Se mostraba fascinado por la casualidad y gratamente sorprendido por el cambio que había experimentado.
        Estás guapísima, de verdad, el tiempo ha sido generoso contigo – la oteó de arriba abajo, fijándose muy especialmente, en lo bien que le sentaba aquel vestido corto con escote palabra de honor y de color azul celeste, a juego con los ojos.
        ¡Lo mismo digo de ti, vaya casualidad! – vaciló sofocada.
Estaba distinta a como él la recordaba en el instituto, con aquella ropa desgastada, floja y extravagante. Allí, las otras chicas se vestían de forma ostentosa, con aires de exhibicionismo, estrenando cada día un modelo y compitiendo unas con otras. Ella en cambio, procuraba no destacar y se esforzaba por pasar inadvertida, sintiéndose a menudo, fuera de lugar. Cada vez que recordaba aquellas prendas, sentía vergüenza y a la vez, agradecimiento a sus tíos, pues toda esa ropa, había sido heredada de sus primas mayores. Solamente por Navidad, sus padres se podían permitían el lujo de comprarles ropa nueva. Sus hermanas menores, no se percataban de la situación ni se fijaban en cómo vestían las compañeras de clase. Sin embargo, Alexia estaba convencida de que ningún chico repararía en ella, entre otras cosas, porque la ropa que vestía estaba pasada de moda y no era de su estilo.
Tomás, por el contrario, había sido el donjuán del instituto. ¡Era imposible pasar desapercibido con aquel cuerpazo! Sonrisa de revista, tez morena, ojos azules y pelo color negro azabache; eran parte de los reclamos con los que conquistaba a todas las chicas que se le acercaban. Pero además de contar con un físico apabullante, capaz de quitar el aliento a cualquiera, era inteligente. Tenía la cabeza bien amueblada y sabía cuáles eran sus metas, independientemente de que también le gustase pasarlo bien.
Ya no había atisbos de aquella Alexia del pasado, la belleza  natural que poseía desde niña, se había multiplicado con creces. Físicamente, era una chica muy agraciada. Metro setenta y dos de altura, ojos color azul eléctrico, pelo castaño ceniza, piel dorada, medidas de impacto y labios carnosos. Habitualmente y por motivos de trabajo, su vestuario consistía en formales trajes oscuros, de falda o pantalón, pero a la vez, muy sugerentes y sexys, y zapatos o sandalias de tacón; algo que distaba mucho de cómo iba vestida esa tarde.
En cuanto a Tomás, a primera vista, no había cambiado demasiado. Seguía siendo el chico atractivo y seductor que recordaba de antaño.
Una vez recuperados del singular accidente y la sorpresa mayúscula, se sentaron bajo la sombra del alcornoque, recordando los viejos tiempos. Cada uno, contó lo que había hecho durante los quince años que habían pasado y lo que hacían en la actualidad.
Por un lado, Alexia había estudiado ingeniería energética en la universidad de Sevilla y Tomás, se había especializado en ciencias del deporte en la universidad de Granada. Actualmente, ella trabajaba como asesor energético en una reconocida firma y él, era docente en un colegio de secundaria y en su tiempo libre, entrenador deportivo.
Hablaron largo y tendido, Tomás se había mostrado muy interesado en todo lo relacionado con la carrera de ella, queriendo saber más y más. Ya no sentía dolor en las rodillas ni en las muñecas, y sí mucha satisfacción de haber tropezado casualmente con Alexia. Le gustaba como gesticulaba al hablar, sobre todo tratándose de su trabajo, su forma de cruzar las piernas, de sonreír y en especial, su mirada, cálida y sincera. Ya no era aquella chica escurridiza, miedosa y fría del instituto.
Empezaba a anochecer y el móvil de Tomás sonó en el bolsillo del short de running color verde aceituna que llevaba puesto. La conversación apenas duró un minuto.
        Era mi madre – se excusó – Me pasaría toda la noche hablando contigo pero debo irme – argumentó Tomás, a regañadientes.
        Y yo también. No me había dado cuenta de la hora que es, además, debo acabar el trabajo en casa.
        ¿Tienes algo con qué escribir por ahí?  – preguntó Tomás.
        Sí, aquí tienes – y le ofreció un bolígrafo y una hoja de papel.
        Perfecto. Éste es mi número de teléfono y mi correo electrónico ¿me das el tuyo?
        Espera que te lo escribo yo misma – y le cogió el bolígrafo de su mano, provocando en él una sensación de calor al sentir el roce de sus suaves dedos y el fresco aroma a un perfume embriagador.
        ¡Qué te parece si mañana quedamos para cenar! – más que una pregunta, era una exigencia –. Me gustaría continuar con la conversación, conozco un restaurante asiático en la otra punta de la ciudad en el que se come muy bien.
        Me parece estupendo. Este fin de semana no tenía pensado visitar a mis padres en el pueblo. Aprovecharé el puente de la semana próxima para viajar – contestó muy animada. Estaba cansada de pasar todos los días de descanso sola.
Se despidieron con dos besos y cada uno cogió un camino distinto.
Al llegar a casa, se dio una ducha rápida, se puso un pijama de verano, preparó una taza de té blanco y se fue directamente para el despacho a revisar nuevamente el discurso. Tenía que estar perfecto en todos los sentidos. Sería un momento muy importante para ella, pues se jugaba su prestigio y la posibilidad de ascender.
Antes de acostarse, llamó por teléfono a sus padres para saber cómo se encontraban y comentarles que ese fin de semana no iría a casa, que la esperaran al próximo.
A la mañana siguiente, cogió el primer vuelo hacia Valladolid, acompañada de dos asistentes. Ya allí, les esperaba un vehículo para desplazarlos hasta el Instituto ferial, donde realizarían el congreso.
Segura de sí misma, ofreció el producto que su empresa promocionaba, pues estaba convencida de que las energías renovables eran el futuro. Tras ella, una pantalla iba ofreciendo imágenes de su trabajo y de las ventajas que suponía apostar por las renovables.
Arrancó aplausos y vítores a todos los allí presentes. Había sido todo un éxito. Los invitados solicitaban más información a sus asistentes. Los folletos y las tarjetas de presentación, se habían agotada en poco minutos.
Ya de vuelta a casa, fue felicitada por sus superiores y compañeros de departamento. Ella insistía en que el mérito era de todos, no sólo suyo. Se sentía plena y muy satisfecha.
A media tarde, y mientras se relajaba en su bañera de mármol negro Marquina, recibió el aviso de un mensaje de texto. Era Tomás, interesándose por cómo había ido el congreso.
        ¡¡Hola guapetona!! ¿cómo te ha ido esta mañana?
        ¡Muy bien!, ya te contaré – contestó orgullosa.
        Vale, te recojo sobre las nueve.
        ¿Dónde quedamos? – preguntó Alexia.
        Es cierto, no sé dónde vives, ¡vaya despiste!
        Paseo de la Independencia, 203 – escribió.
        Por cierto, ¿llevarás el vestido de ayer?
        ¿Por qué lo preguntas? – quiso saber, intrigada.
        Vaya bocazas que soy, perdona. Debo tener la cabeza en los pies. Lo que quería decir, es que ayer estabas sumamente hermosa con aquel vestido – se justificó a la espera de la respuesta de Alexia.
        Gracias por lo de hermosa, y no, ése precisamente no – contestó sonriendo al otro lado.
            <<Será mejor, ya lo verás>>.
            Estaba cansadísima de estar todo el día sobre tacones. No le apetecía volver a ponérselos. Buscó en el armario y encontró algo más casual pero igual de sexy y que podría combinar con unas sandalias un poco más bajas. Se trataba de un vestido marrón granate corto de crepé, con cuello de pico y mangas de murciélago a juego con unas sandalias de cinco centímetros de tacón y del mismo color. El pelo se lo había recogido en un moño, dándole forma de donut. Se maquilló primorosamente y se dejó minar por su perfume favorito.
            A las nueve en punto, husmeó por la ventana del salón y consiguió ver un coche negro delante de su apartamento. Bajó las escaleras con avidez y allí estaba él, entretenido con el móvil mientras la esperaba sentado en el asiento del conductor. Al ver que se acercaba Alexia, bajó del coche para saludarla con dos besos.
        ¡Hola, cómo estás! – Canturreó alegremente.
        ¡Bien!, muy bien.
        Lo noto en tu sonrisa – respondió pletórico.
        ¿Qué te parece éste? –  le preguntó, estirando los brazos y mostrando su modelo. Se imaginaba la contestación, pero quería escucharlo.
        Sin duda, estás maravillosa, no me salen ahora los adjetivos – le hubiera gustado decirle que la comería a besos en aquel mismo instante, arrollándola contra el coche y mostrándole todo lo que había despertado en él.
        Cuando quieras nos vamos – apuntó. Necesitaba recuperarse del calentón. Sus mejillas ardían, a pesar del maquillaje.
            Entraron en el vehículo y se dirigieron al restaurante asiático que conocía Tomás, donde estuvieron cerca de dos horas. La conversación se había centrado en ella. Alexia le había contado lo bien que le había ido en el congreso por la mañana y que estaba muy orgullosa del trabajo realizado. Él no dejaba de admirarla mientras hablaba, sin quitar la vista de unos labios sensuales y tremendamente carnales que pedían a gritos ser amados.
            Una vez finalizada la cena, Tomás la invitó a bailar. Se trataba de un local muy selecto, con un aforo muy limitado y en donde tomaron una copa, sentados en la barra. El local empezaba a llenarse de gente, en su mayoría parejas. Al fondo, una pantalla mostraba los videos de las canciones que sonaban. La música, exquisitamente seleccionada, invitaba a bailar, existiendo la posibilidad de hablar con el pinchadiscos y pedirle una canción en concreto, que fue lo que hizo Tomás sin antes comentárselo.
        ¡Bailas! – susurró en el oído de Alexia.
        Te advierto que no estoy entrenada en el arte del baile. No me hago responsable de los daños ocasionados – bromeó ella, excitada por el momento.
        Correré el riesgo – musitó mientras le cogía la mano para acercarse al salón de baile.
            La cogió por la cintura con pasión, acercándose de tal forma, que podía sentir su agitación. Manos y piernas fundiéndose en un solo elemento. La música comenzó a sonar de fondo.
        ¿Te gusta Ana Gabriel? – preguntó con cierto frenesí.
        Me encantan todas sus canciones y sus letras.
        Me alegro, porque esta canción la pedí especialmente para ti. Espero que la sientas igual que yo – susurró entre sus cabellos.
            << ¿Cómo puede saber Tomás, que ésta era mi canción favorita?>>
            Alexia había visto la película “Baila conmigo” decenas de veces, donde actuaba Chayanne y Vanessa Williams; le parecía muy erótica y sensual.
        ¿Cómo lo has sabido? – preguntó emocionada.
        ¿Cómo he sabido qué? – se hizo el loco.
        ¡Cómo has sabido que es mi canción preferida! – exclamó, conmovida e impresionada por lo mucho que la estaba sorprendiendo.
        Digamos que tenemos los mismos gustos – confesó, rozándole sus labios contra el lóbulo de la oreja de Alexia.
            Una excitación se apoderó del cuerpo de Alexia, buscando acoplarse entre los calurosos y ardientes brazos de él, que sensualmente y al ritmo de la música, musitaba la canción al oído de ella.    
            Con movimientos lentos y apasionados, bailaban en el centro de la pista, ajenos al resto de los presentes, deseando que el momento fuera eterno, perpetuo en el tiempo.
        Te deseo, Alexia – dijo mirándola fijamente a los ojos – desde ayer no he dejado de pensar en ti. Me gustan tus ojos, tu nariz, tu boca y esos labios carnosos y húmedos. Me gusta tu forma de hablar, de gesticular, de moverte.
            Alexia seguía sin pronunciarse, abrazada a él. Se sentía como en una nube de terciopelo, cautivada por el agradable aroma a perfume masculino y aquellas palabras que para ella significaban tanto.
        ¿Quieres que salgamos? – preguntó, ante el mutismo de ella.
        Será mejor, aquí hace demasiado calor – insinuó tímidamente.
            La cogió de la mano y salieron del local, sin más palabras.
            En la salida, la cubrió con su cuerpo duro y llameante, incapaz de contener el impulso de besarla apasionadamente, cogiéndole el pelo entre sus manos, largas y juguetonas, para hacer más presión en su boca. Un deseo embriagador recorrió todo su cuerpo, candente y excitado.
        ¿Lo deseas tanto como yo? – le preguntó entre jadeos – ¿sientes la necesidad de beber de mi, de acariciar mi cuerpo desnudo bajo el tuyo, de chupar mis labios hasta arrancármelos? ¿lo sientes?
            <<No te puedes ni imaginar cuanto>>.
            Alexia era incapaz de responder. Se preguntaba qué contestar, si sentía lo mismo que Tomás. Ardía por dentro sólo con tenerlo cerca; sentía sudores, palpitaciones y otras sensaciones, tanto tiempo ocultas en su interior.
        ¿Vamos a mi casa? Dijo entre gemidos entrecortados.
        Sí –  rogó con voz ansiosa.
            Cogidos de la mano, partieron imperiosamente hacia el apartamento de Tomás, donde gozarían de aquel volcán en erupción, donde darían rienda suelta a aquella ola titánica que parecía un tsunami a punto de chocar contra las rocas.
            Una sensación arrebatadora se apoderó de Alexia al cruzar el umbral del apartamento. Todo allí era extremadamente viril, comenzando por el aroma a Armani Code, la sobriedad de los muebles y la exquisita selección en los tapizados.
        ¡Mi humilde morada! – argumentó con una sonrisa en los labios – ponte cómoda, buscaré algo para beber.
            Alexia observaba todo con delicadeza. El salón era muy acogedor, con un sofá blanco de tres plazas en piel con dos cojines de terciopelo negros. Sobre uno de los reposabrazos, descansaba una pequeña manta, dando calidez. La alfombra era de pelo largo, cuadrada y de color negro, sobra la que yacía una mesa de cristal. Frente al gran ventanal, lucía una mesa de comedor en cristal transparente con cuatro sillas de polipiel en negro. Frente al sofá, había colocado un mueble modular blanco y negro, muy elegante y a la vez moderno. Dos lámparas colgantes y con mucho estilo, iluminaban y daban vida al habitáculo. Pequeños elementos decorativos adornaban la estancia, dándole un toque personal.
            Alexia estaba abrumada viendo cada detalle, embriagada por el refinado gusto de Tomás. No lo escuchó llegar.
        ¿Te gusta? – preguntó tras ella con dos copas en la mano.
        Tiene mucha clase, perfecta combinación y un estilo acorde contigo – contestó Alexia, impresionada por su presencia.
        ¿Qué te apetece escuchar? – dudó mientras le entregaba la copa de vino.
        ¡Sorpréndeme de nuevo! – insinuó con la copa pegada a sus labios.
            Se acercó al mueble donde había una gran colección de discos, sacó un cd-rom y la música comenzó a sonar premiosamente. Él se arrimó, sin dejar de mirarla a los ojos abrasadoramente, le retiró la copa con sumo cuidado y se colocó tras ella.
        ¿Lo sientes? – susurró a sus espaldas entretanto abrazaba su cuerpo tiernamente – ¿Te gusta Camila?
        Todas sus canciones, pero ésta en especial, ¿cómo lo has sabido? – musitó hechizada, al ritmo de la música.
        “Bésame, como si el mundo se acabara después, bésame, y beso a beso pon el cielo al revés, bésame, sin razón, porque quiere el corazón…” – cantaba sensualmente al oído de Alexia.
        Sí… lo siento – contestó excitada.
        Quiero perderme en tu piel, Alexia, sentir tu aliento en mi cara, llegar hasta el fondo de tu ser e inhalar el excitante aroma que desprendes. Me gustaría esculpir tu cuerpo desnudo acariciando cada pliegue, saborear tus dulces labios y llegar juntos a un clímax supremo.
            Al compás de la música la giró hacia él, sintiendo sus pezones, duros y erguidos por el deleite, y agarró el rostro de ella entre sus manos para intensificar el beso. Espasmos de placer recorrían cada centímetro de sus cuerpos, como un fuego candente que se aviva cada vez más.  
        Ven, estaremos más cómodos en el dormitorio – confesó, con una mirada seductora.
            Si el salón le había parecido extraordinario, el dormitorio le pareció maravilloso. Un espacio sencillo, funcional y muy íntimo. Cabecero de madera de color gris, a juego con el sifonier, dos mesitas de noche y el espejo. Encima, un edredón elegante y sobrio, combinando el color negro y el gris. Las alfombras eran del mismo tono que los muebles y sobre la cama colgaba una lámpara de techo negro diamante de la que irradiaba una luz muy tenue, ideal para la primera vez.
            El deseo le oscurecía la mirada y lo hacía todavía más irresistible. Le rozó sutilmente los labios con los suyos, provocando en ella, un placer irrefrenable. Las piernas le flaqueaban, el seguía provocándola al ritmo de la melodía, moviendo las caderas en círculos eróticos mientras se restregaba contra Alexia, mordisqueando y lamiendo las zonas más erógenas. Un frotamiento placentero que dejaba en evidencia la apremiante erección de él. Su cuerpo se arqueaba por el deseo y el placer.
        Dame un minuto – rogó Tomás, que se fue directo al vestidor.
        Pero…. – protestó, ansiosa de sus besos y caricias.
            Diez segundos después estaba tras ella, besándole el cuello.
        ¿Confías en mí? – quiso saber antes de taparle los ojos con una de sus corbatas.
        Sí – asintió de forma rotunda –, pero lo que vayas a hacer, hazlo ya.
            Pasó la corbata de lino y color berenjena por los ojos de Alexia. Gemidos entrecortados escapaban de su boca, abierta por la excitación. La giró sobre su cuerpo y la puso frente a él, desabrochando lentamente los pequeños botones laterales de su vestido. Segundos después, estaba desnuda ante él. Con mirada lasciva, inspeccionó cada centímetro de su aterciopelada piel, pasando el dorso de sus dedos por los muslos, la espalda, los brazos; besando su cuello, hombros, orejas y abdomen.
        Quiero verte – pidió entre jadeos.
        Todavía no es el momento – le susurró al oído.
            De pronto, volvió a desaparecer. Sólo se escuchaba la música que sonaba en el salón.
        ¿Me echaste de menos? – siseó.
            Algo frío y fresco pasó por sus labios, hinchados y ardientes. Quiso tomarlo en sus manos pero él la frenó. Esa cosa bajó por su cuello, dejando surcos en su empapada piel, hasta llegar al ombligo. Ella lo seguía con sus tiernas manos, muerta de placer. Por la textura, se trataba de una fruta, fresca y estimulante.
        ¡Quítame esto! – requirió con urgencia.
            Acto seguido, Tomás retiró la corbata de sus achispados ojos y le ofreció la fresa encarnada que antes había naufragado por su extasiado cuerpo. Después la besó con premura, introduciendo lánguidamente su lengua en la boca de ella. Los movimientos eran cada vez más dinámicos y descontrolados.
        Ahora me toca a mí – espetó Alexia sin más preámbulos, empujándolo hacia la cama.
            Se sentó sobre sus muslos, y comenzó a desnudarlo pausadamente, cubriendo su pecho robusto, con besos y chupando sus pequeños pezones, pudiendo sentir su respiración entrecortada. Se apartó hacia un lado y desabrochó el cinturón de Gucci seguido de los jeans ajustados. Una ola desenfrenada y excitante recorrió el cuerpo de Tomás, abrasándolo interiormente. Un agradable aroma a excitación invadió el dormitorio. Él, rotundo ante el fervor que lo amenazaba, la cogió tenazmente y la volvió a sentar sobre su cuerpo, con las piernas ampliamente abiertas, de tal forma, que Alexia podía sentir palpitar su miembro viril.
            Minutos después, volvió a tomar el mando Tomás, sin dejar de mirarla a los ojos con expresión provocativa. La besó tan intensamente, que perdió el control, de tal forma que ya no sabía dónde terminaba él y comenzaba ella. Él pasó su lengua alrededor de aquellas pequeñas montañas sonrosadas, acariciándolas con su mejilla. Aquella apremiante erección imploraba una inminente embestida. Dos cuerpos inflamados deseando llegar al orgasmo. El cuerpo de Alexia se arqueaba por el placer que le administraba.
        Hazlo ya, por favor – gritó ella.

            Obediente, buscó aquella abertura, húmeda y plegada, que los llevaría hasta el elíseo. Las caderas de ella cedieron, cuando Tomás comenzó su anhelada acometida. La escuchó gemir, jadear y retorcerse sobre las sábanas de seda. Sonidos primitivos escapaban de sus labios, hinchados por los besos. Los movimientos, que comenzaron lentos y pausados, pasaron a ser firmes y consistentes, buscando llegar juntos, y en el mismo momento, al éxtasis final. Minutos después, yacían abrazados en la cama, mirándose a los ojos tiernamente. No hacía falta palabras, bastaba con mirarse, para saber a ciencia cierta, que había sido una noche maravillosa, difícil de olvidar, y así pasaron todo el fin de semana, deleitándose en el deseo, el placer y el amor.
SANDRA EC