jueves, 22 de mayo de 2014

UN ACCIDENTE FORTUITO (IV)

               Con movimientos lentos y apasionados, bailaban en el centro de la pista, ajenos al resto de los presentes, deseando que el momento fuera eterno, perpetuo en el tiempo.
        Te deseo, Alexia – dijo mirándola fijamente a los ojos – desde ayer no he dejado de pensar en ti. Me gustan tus ojos, tu nariz, tu boca y esos labios carnosos y húmedos. Me gusta tu forma de hablar, de gesticular, de moverte.
            Alexia seguía sin pronunciarse, abrazada a él. Se sentía como en una nube de terciopelo, cautivada por el agradable aroma a perfume masculino y aquellas palabras que para ella significaban tanto.
        ¿Quieres que salgamos? – preguntó, ante el mutismo de ella.
        Será mejor, aquí hace demasiado calor – insinuó tímidamente.
            La cogió de la mano y salieron del local, sin más palabras.
            En la salida, la cubrió con su cuerpo duro y llameante, incapaz de contener el impulso de besarla apasionadamente, cogiéndole el pelo entre sus manos, largas y juguetonas, para hacer más presión en su boca. Un deseo embriagador recorrió todo su cuerpo, candente y excitado.
        ¿Lo deseas tanto como yo? – le preguntó entre jadeos – ¿sientes la necesidad de beber de mi, de acariciar mi cuerpo desnudo bajo el tuyo, de chupar mis labios hasta arrancármelos? ¿lo sientes?
            <<No te puedes ni imaginar cuanto>>.
            Alexia era incapaz de responder. Se preguntaba qué contestar, si sentía lo mismo que Tomás. Ardía por dentro sólo con tenerlo cerca; sentía sudores, palpitaciones y otras sensaciones, tanto tiempo ocultas en su interior.
        ¿Vamos a mi casa? Dijo entre gemidos entrecortados.
        Sí –  rogó con voz ansiosa.
            Cogidos de la mano, partieron imperiosamente hacia el apartamento de Tomás, donde gozarían de aquel volcán en erupción, donde darían rienda suelta a aquella ola titánica que parecía un tsunami a punto de chocar contra las rocas.
            Una sensación arrebatadora se apoderó de Alexia al cruzar el umbral del apartamento. Todo allí era extremadamente viril, comenzando por el aroma a Armani Code, la sobriedad de los muebles y la exquisita selección en los tapizados.
        ¡Mi humilde morada! – argumentó con una sonrisa en los labios – ponte cómoda, buscaré algo para beber.
            Alexia observaba todo con delicadeza. El salón era muy acogedor, con un sofá blanco de tres plazas en piel con dos cojines de terciopelo negros. Sobre uno de los reposabrazos, descansaba una pequeña manta, dando calidez. La alfombra era de pelo largo, cuadrada y de color negro, sobra la que yacía una mesa de cristal. Frente al gran ventanal, lucía una mesa de comedor en cristal transparente con cuatro sillas de polipiel en negro. Frente al sofá, había colocado un mueble modular blanco y negro, muy elegante y a la vez moderno. Dos lámparas colgantes y con mucho estilo, iluminaban y daban vida al habitáculo. Pequeños elementos decorativos adornaban la estancia, dándole un toque personal.
            Alexia estaba abrumada viendo cada detalle, embriagada por el refinado gusto de Tomás. No lo escuchó llegar.
        ¿Te gusta? – preguntó tras ella con dos copas en la mano.
        Tiene mucha clase, perfecta combinación y un estilo acorde contigo – contestó Alexia, impresionada por su presencia.
        ¿Qué te apetece escuchar? – dudó mientras le entregaba la copa de vino.
        ¡Sorpréndeme de nuevo! – insinuó con la copa pegada a sus labios.
            Se acercó al mueble donde había una gran colección de discos, sacó un cd-rom y la música comenzó a sonar premiosamente. Él se arrimó, sin dejar de mirarla a los ojos abrasadoramente, le retiró la copa con sumo cuidado y se colocó tras ella.
        ¿Lo sientes? – susurró a sus espaldas entretanto abrazaba su cuerpo tiernamente – ¿Te gusta Camila?
        Todas sus canciones, pero ésta en especial, ¿cómo lo has sabido? – musitó hechizada, al ritmo de la música.
        “Bésame, como si el mundo se acabara después, bésame, y beso a beso pon el cielo al revés, bésame, sin razón, porque quiere el corazón…” – cantaba sensualmente al oído de Alexia.
        Sí… lo siento – contestó excitada.
        Quiero perderme en tu piel, Alexia, sentir tu aliento en mi cara, llegar hasta el fondo de tu ser e inhalar el excitante aroma que desprendes. Me gustaría esculpir tu cuerpo desnudo acariciando cada pliegue, saborear tus dulces labios y llegar juntos a un clímax supremo.
            Al compás de la música la giró hacia él, sintiendo sus pezones, duros y erguidos por el deleite, y agarró el rostro de ella entre sus manos para intensificar el beso. Espasmos de placer recorrían cada centímetro de sus cuerpos, como un fuego candente que se aviva cada vez más.  
        Ven, estaremos más cómodos en el dormitorio – confesó, con una mirada seductora.
            Si el salón le había parecido extraordinario, el dormitorio le pareció maravilloso. Un espacio sencillo, funcional y muy íntimo. Cabecero de madera de color gris, a juego con el sifonier, dos mesitas de noche y el espejo. Encima, un edredón elegante y sobrio, combinando el color negro y el gris. Las alfombras eran del mismo tono que los muebles y sobre la cama colgaba una lámpara de techo negro diamante de la que irradiaba una luz muy tenue, ideal para la primera vez.
            El deseo le oscurecía la mirada y lo hacía todavía más irresistible. Le rozó sutilmente los labios con los suyos, provocando en ella, un placer irrefrenable. Las piernas le flaqueaban, el seguía provocándola al ritmo de la melodía, moviendo las caderas en círculos eróticos mientras se restregaba contra Alexia, mordisqueando y lamiendo las zonas más erógenas. Un frotamiento placentero que dejaba en evidencia la apremiante erección de él. Su cuerpo se arqueaba por el deseo y el placer.
        Dame un minuto – rogó Tomás, que se fue directo al vestidor.
        Pero…. – protestó, ansiosa de sus besos y caricias.
            Diez segundos después estaba tras ella, besándole el cuello.
        ¿Confías en mí? – quiso saber antes de taparle los ojos con una de sus corbatas.
        Sí – asintió de forma rotunda –, pero lo que vayas a hacer, hazlo ya.
            Pasó la corbata de lino y color berenjena por los ojos de Alexia. Gemidos entrecortados escapaban de su boca, abierta por la excitación. La giró sobre su cuerpo y la puso frente a él, desabrochando lentamente los pequeños botones laterales de su vestido. Segundos después, estaba desnuda ante él. Con mirada lasciva, inspeccionó cada centímetro de su aterciopelada piel, pasando el dorso de sus dedos por los muslos, la espalda, los brazos; besando su cuello, hombros, orejas y abdomen.
        Quiero verte – pidió entre jadeos.
        Todavía no es el momento – le susurró al oído.
            De pronto, volvió a desaparecer. Sólo se escuchaba la música que sonaba en el salón.
        ¿Me echaste de menos? – siseó.
            Algo frío y fresco pasó por sus labios, hinchados y ardientes. Quiso tomarlo en sus manos pero él la frenó. Esa cosa bajó por su cuello, dejando surcos en su empapada piel, hasta llegar al ombligo. Ella lo seguía con sus tiernas manos, muerta de placer. Por la textura, se trataba de una fruta, fresca y estimulante.
        ¡Quítame esto! – requirió con urgencia.
            Acto seguido, Tomás retiró la corbata de sus achispados ojos y le ofreció la fresa encarnada que antes había naufragado por su extasiado cuerpo. Después la besó con premura, introduciendo lánguidamente su lengua en la boca de ella. Los movimientos eran cada vez más dinámicos y descontrolados.
        Ahora me toca a mí – espetó Alexia sin más preámbulos, empujándolo hacia la cama.
            Se sentó sobre sus muslos, y comenzó a desnudarlo pausadamente, cubriendo su pecho robusto, con besos y chupando sus pequeños pezones, pudiendo sentir su respiración entrecortada. Se apartó hacia un lado y desabrochó el cinturón de Gucci seguido de los jeans ajustados. Una ola desenfrenada y excitante recorrió el cuerpo de Tomás, abrasándolo interiormente. Un agradable aroma a excitación invadió el dormitorio. Él, rotundo ante el fervor que lo amenazaba, la cogió tenazmente y la volvió a sentar sobre su cuerpo, con las piernas ampliamente abiertas, de tal forma, que Alexia podía sentir palpitar su miembro viril.
            Minutos después, volvió a tomar el mando Tomás, sin dejar de mirarla a los ojos con expresión provocativa. La besó tan intensamente, que perdió el control, de tal forma que ya no sabía dónde terminaba él y comenzaba ella. Él pasó su lengua alrededor de aquellas pequeñas montañas sonrosadas, acariciándolas con su mejilla. Aquella apremiante erección imploraba una inminente embestida. Dos cuerpos inflamados deseando llegar al orgasmo. El cuerpo de Alexia se arqueaba por el placer que le administraba.
        Hazlo ya, por favor – gritó ella.

            Obediente, buscó aquella abertura, húmeda y plegada, que los llevaría hasta el elíseo. Las caderas de ella cedieron, cuando Tomás comenzó su anhelada acometida. La escuchó gemir, jadear y retorcerse sobre las sábanas de seda. Sonidos primitivos escapaban de sus labios, hinchados por los besos. Los movimientos, que comenzaron lentos y pausados, pasaron a ser firmes y consistentes, buscando llegar juntos, y en el mismo momento, al éxtasis final. Minutos después, yacían abrazados en la cama, mirándose a los ojos tiernamente. No hacía falta palabras, bastaba con mirarse, para saber a ciencia cierta, que había sido una noche maravillosa, difícil de olvidar, y así pasaron todo el fin de semana, deleitándose en el deseo, el placer y el amor.

1 comentario:

  1. Me leí las cuatro partes.
    Me había encantado la primera y a medida que seguía mucho más.
    Me gusta un montón como escribes.
    Ahora te seguire siempre. Que bueno que te descubrí!

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