martes, 29 de julio de 2014

LA AMANTE (completo)


            Félix invitó a su mujer a almorzar. La semana anterior había sido su aniversario de boda, y no lo habían celebrado porque a él se le había pasado por alto la fecha, algo que a ella le había parecido muy mal. Tampoco pedía tanto, simplemente que lo recordara.
            Para calmar las bravas aguas sobre las que navegaba su matrimonio, eligió un restaurante muy cerca de la playa, con unas vistas impresionantes hacia el mar. Llevaban veintidós años casados, los últimos seis meses con muchos altibajos.
            Ella era la encargada en una tienda de ropa de gran prestigio, trabajando incluso los fines de semana, lo que significaba pasar poco tiempo con la familia. En verano libraba dos fines de semana al mes. Tenían un hijo que acababa de cumplir la mayoría de edad. Estudiaba ciencias políticas, y por las tardes, una chica que conocía su padre, iba a su casa a darle clases de alemán.
            Durante el almuerzo, Félix intentó hacer las paces con su esposa. La amaba con toda su alma. Había sido la primera mujer que había besado, y con ella, había hecho el amor por primera vez.
            Alicia estaba cansada de sus excusas tontas e injustificadas, carentes de crédito alguno. No era la primera vez que le mentía, que se olvidaba de alguna cita o acontecimiento importante. Por las noches, ella llegaba con los pies molidos de estar tantas horas trabajando, y todavía tenía que preparar la cena y hacer los quehaceres de la casa. Él, a pesar de ser un alto cargo, y de que la hora de salida de la oficina era las seis de la tarde, nunca llegaba antes de la nueve de la noche, y siempre con pocas ganas de hablar ni contestar a las preguntas de su mujer.
            Adrián, aprovechando que sus padres saldrían a comer para celebrar el aniversario, había quedado con unos amigos para ir a la playa. Su madre le había preparado unos bocadillos de jamón y queso antes de irse.
            En la hora del postre, Félix sacó del bolsillo de sus vaqueros, una pequeña cajita cuadrada y se la entregó a Alicia. En el interior había unos pendientes de oro blanco, un gesto que ella agradeció con un beso en su mejilla. No era la primera ocasión que actuaba de esa forma, pues cada vez que estaban enfadados y llevaban una temporada sin hablarse, él lo arreglaba regalándole algo de valor.
        ¿Te gustan?
        Son preciosos – contestó ella.
        Si quieres los puedes cambiar en la joyería de Pepi, si ves que no son de tu estilo.
        Te han gustado a ti, con eso es suficiente – todos los regalos que le había hecho su marido, los guardaba con mucho cariño. Nunca los había cambiado, pues para ella significaban demasiado.
        Te quedarán perfectos – la miró a los ojos y puso su mano sobre la de ella – me gustaría arreglar lo nuestro, me siento mal estando así.
        ¿Así?
        Me refiero a enfadados, sin dirigirnos la palabra.
        Siempre es igual, Félix, lo sabes, y lo solucionas con un regalo sorpresa – en su voz se notaba que estaba cansada de la misma historia.
        Lo que cuenta es la intención, ¿no?
        Sí claro, eso es lo que cuenta – dijo resignada.
            Acabaron el almuerzo y decidieron salir a dar un paseo por la playa, cogidos de la mano. ¡Cuánto echaba de menos esa sensación de cercanía, de compartir algo de tiempo con su marido! Últimamente su vida se basaba en trabajar fuera, llegar a casa y continuar trabajando, y así, día tras día.
            Prometía ser una tarde de playa estupenda. El mar había tragado parte de la arena con los temporales de invierno, dejando poco espacio para que los bañistas pudieran disfrutar de una jornada veraniega en toda regla. Entre los muchos turistas, tumbados sobre la clara arena o sentados en sus sillas plegables, divagaban varios jóvenes de color, ataviados con vistosas ropas, intentando vender pulseras, gafas de sol, sombreros e incluso algunos se atrevían con prendas de baño. Los niños hacían castillos de arena con sus palas, rastrillos, cubos; otros, uno poco más mayorcitos, jugaban en la orilla al fútbol, voleibol o con las palas. Los gritos de estos superaban el grato sonido que emitían las olas en su vaivén constante.
            El sol dejaba sus destellos sobre el agua cristalina. Una agradable brisa marina calmaba las altas temperaturas de ese fin de semana. Las olas bailaban caprichosas con los más atrevidos. Cientos de sombrillas de todos los colores y formas, protegían del calor las neveras repletas de bocadillos y refrescos. El olor a protector solar, mezclado con el aroma a mar, recordaba a todos los asistentes que era verano.

            Por la mañana, decidieron hacer un poco de deporte acuático. Alquilaron motos de agua y disfrutaron de la velocidad en el mar. Eran cuatro parejas, amantes del riesgo, con lo cual, alquilaron cuatro motos. Después de una hora de descarga total de adrenalina, tomaron un poco el sol. Antes de almorzar, fueron a un chiringuito a comprar la bebida bien fría.
            Adrián había ido acompañado de su profesora de alemán, con la cual tenía una relación desde hacía un tiempo, a raíz de las clases que ella le daba en su casa. Su padre había sido quien la contrató, pues habían trabajado juntos durante un tiempo. La chica tenía treinta y dos años, catorce más que él. Con ella había descubierto el verdadero placer, ya que además de enseñarle un idioma desconocido, también lo había iniciado en la fascinante andadura del sexo. Hasta ese momento, sus experiencias en dicha materia habían sido contadas, y ninguna para recordar. Sus padres no estaban al tanto de dicha relación. Él sabía que no lo iban a aceptar, primero por la diferencia de edad, y segundo, porque era su profesora. Sin embargo, nada impidió que un vínculo especial creciera entre ellos.
            Isabel era una mujer de armas tomar, caprichosa y decidida. Había estado casada anteriormente, pero su matrimonio menguó debido a su afán por crecer profesionalmente, costara lo que costase. Trabajó en el mismo departamento que el padre de Adrián durante seis meses, período en el cual hubo un ardiente acercamiento entre ambos. Al principio Félix se resistía a los encantos de ella, pensando en su mujer y en lo mucho que la amaba, pero con el paso de los meses, Isabel fue ganando terreno en el corazón de él, agotándolo sexualmente, dejando que hiciera con ella todas las fantasías sexuales que se le vinieran a la cabeza, todo aquello que nunca antes había hecho con su esposa, por pudor, por falta de tiempo, por la razón que fuese. Ella no tenía complejos, recato, ni vergüenza. Era muy consciente de lo que hacía, y por qué lo hacía. Su meta era volver nuevamente a esa empresa y ocupar el cargo que actualmente desempeñaba su amante, y si para ello, tenía que ofrecer su cuerpo en bandeja, no se lo pensaría dos veces. El fin justificaba los medios.
            La relación con Adrián comenzó a razón de las clases particulares que le daba en su chalet, para aprender alemán en poco tiempo. Félix se lo había pedido, cuando aún  estaban trabajando juntos. Le había comentado que necesitaba un profesor de alemán que diera clases a domicilio y ella se ofreció encantada, ya que dominaba el idioma con destreza, gracias a los años que había vivido con su padre y varias madrastras en Alemania.
            Al principio, la relación era estrictamente formal, de profesor y alumno. Después, empezaron a hablar de sus cosas, a comentar vivencias, inquietudes y necesidades. De la misma forma que había engatusado al padre, lo hizo con Adrián, con la gran diferencia de que con el paso de los meses, se fue enamorando de la inocencia del chico.
            Sin darse cuenta, se vio envuelta en un trío amoroso, con una vinculación familiar que, una vez se hiciera eco, traería consecuencias graves.
            Ese domingo habían decidido pasarlo juntos, con tres parejas que ya conocían. A ambos, no le importaba lo que la gente dijera sobre la relación y su diferencia de edad. Físicamente no se notaba demasiado, puesto que Isabel se cuidaba mucho y aparentaba ser bastante más joven de lo que era. A ella le encantaba la vitalidad de él, sus ganas de experimentar, de probar cosas nuevas, diferentes, innovadoras, raras, igual que su padre.
            Después de comer los bocatas que habían llevado de casa, volvieron a tumbarse al sol, mientras hacían la digestión. Durmieron la siesta un buen rato, a pesar de que el calor apretaba bastante a aquellas horas. Después, decidieron volver al agua, esta vez, para montarse en un plátano hinchable, tirado por una lancha. Su pasión era la velocidad, y de paso, reír a carcajada limpia.
            Tras media hora sin parar de reír, volvieron a sus toallas. Todos estaban eufóricos por lo bien que se lo habían pasado, acordando repetir el siguiente fin de semana, siempre que el tiempo los acompañara.
            Isabel y Adrián estaban tumbados en la toalla de él, con gesto amoroso. Se besaban apasionadamente, como si fueran dos jóvenes de dieciséis años. Si no fuera porque estaban sus amigos al lado, había demasiada gente a su alrededor e incluso niños cerca, jugando con la arena, ella le quitaría el bañador verde mar que llevaba puesto, para apoderarse de esa parte masculina que tanto anhelaba en aquel momento. Con el padre de él solamente pensaban en el sexo, con Adrián era diferente. Además de disfrutar de las relaciones sexuales que mantenían, entre ellos había crecido un hilo que cada vez se hacía más grueso, por tanto, más difícil de romper.
            Ante la imposibilidad de dar calma al deseo carnal en aquel sitio, decidieron ir a dar una vuelta y así, encontrar un lugar en el cual deleitarse sin miedo a ser reconocidos. Daba igual la zona, si hacerlo de pie, sentados, acostados…, lo importante era hacerlo, y punto.
            Cogidos de la mano, se encaminaron hacia el paseo que había en la parte superior de la playa, pegado a los restaurantes, cafeterías y tiendas de suvenirs. Al ser domingo, había muchísima gente paseando, sobre todo turistas que acababan de llegar al pueblo, cuya costumbre de todos los años era comprar las cosas que necesitaban el día de su llegada.
            Iban entretenidos hablando y haciéndose carantoñas, cuando se encontraron de frente con los padres de él, también agarrados de la mano. Adrián se quedó mirándolos fijamente, pues le parecía increíble que hubieran coincidido, aunque tampoco le importaba demasiado, estaba decidido a hacer pública su relación con Isabel. Ésta, al verlos, soltó inmediatamente la mano de su acompañante y se fijó en la mirada inquisidora de Félix. Lo cierto era que todavía no habían roto. Seguían viéndose varias veces por semana, siempre en algún motel o en el coche de cada uno de ellos. Sabía perfectamente que ella era la causa de que el matrimonio de él estuviera pasando por una mala racha, pero tampoco le había importado demasiado. Su intención era provocar un escándalo y que los rumores llegaran a la empresa de él. Era sabido por todos los que en ella trabajaban, que allí no les permitían ese tipo de vida. Para dirigir la empresa, tenían que ser personas serias y que dieran ejemplo en todos los ámbitos de la vida.

        ¿Vosotros aquí, juntos? – preguntó la madre con curiosidad.
        Sí mamá – respondió Adrián.
        Pero… – hizo una pausa, pues no sabía exactamente qué decirles.
        Estamos juntos desde hace un tiempo – contestó él. Su padre continuaba mirando fijamente a Isabel, sin pronunciarse.
        Pero… – volvió a decir Alicia.
        Sé lo que hago, sabemos lo que hacemos – hizo una pequeña pausa para continuar –, y nada va a cambiar mi forma de pensar y actuar.

            Félix seguía sumido en un absoluto caos mental. ¿Cómo era posible que su hijo estuviera liado con su amante, y además, la profesora de alemán que había contratado para darle clases a Adrián? Le parecía imposible, como un sueño o más bien una pesadilla, del que deseaba despertarse lo antes posible. ¿Cómo iba a solucionar aquel entuerto?, ¿le contaría a su hijo que Isabel era su amante?, ¿se lo contaría a su mujer?, ¿le pediría a ella que dejara en paz a su progenitor, con lo cual ella quizá le pidiera algo a cambio?

SANDRA EC

jueves, 24 de julio de 2014

LA AMANTE (2ª PARTE)

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            Isabel era una mujer de armas tomar, caprichosa y decidida. Había estado casada anteriormente, pero su matrimonio menguó debido a su afán por crecer profesionalmente, costara lo que costase. Trabajó en el mismo departamento que el padre de Adrián durante seis meses, período en el cual hubo un ardiente acercamiento entre ambos. Al principio Félix se resistía a los e

ncantos de ella, pensando en su mujer y en lo mucho que la amaba, pero con el paso de los meses, Isabel fue ganando terreno en el corazón de él, agotándolo sexualmente, dejando que hiciera con ella todas las fantasías sexuales que se le vinieran a la cabeza, todo aquello que nunca antes había hecho con su esposa, por pudor, por falta de tiempo, por la razón que fuese. Ella no tenía complejos, recato, ni vergüenza. Era muy consciente de lo que hacía, y por qué lo hacía. Su meta era volver nuevamente a esa empresa y ocupar el cargo que actualmente desempeñaba su amante, y si para ello, tenía que ofrecer su cuerpo en bandeja, no se lo pensaría dos veces. El fin justificaba los medios.
            La relación con Adrián comenzó a razón de las clases particulares que le daba en su chalet, para aprender alemán en poco tiempo. Félix se lo había pedido, cuando aún  estaban trabajando juntos. Le había comentado que necesitaba un profesor de alemán que diera clases a domicilio y ella se ofreció encantada, ya que dominaba el idioma con destreza, gracias a los años que había vivido con su padre y varias madrastras en Alemania.
            Al principio, la relación era estrictamente formal, de profesor y alumno. Después, empezaron a hablar de sus cosas, a comentar vivencias, inquietudes y necesidades. De la misma forma que había engatusado al padre, lo hizo con Adrián, con la gran diferencia de que con el paso de los meses, se fue enamorando de la inocencia del chico.
            Sin darse cuenta, se vio envuelta en un trío amoroso, con una vinculación familiar que, una vez se hiciera eco, traería consecuencias graves.
            Ese domingo habían decidido pasarlo juntos, con tres parejas que ya conocían. A ambos, no le importaba lo que la gente dijera sobre la relación y su diferencia de edad. Físicamente no se notaba demasiado, puesto que Isabel se cuidaba mucho y aparentaba ser bastante más joven de lo que era. A ella le encantaba la vitalidad de él, sus ganas de experimentar, de probar cosas nuevas, diferentes, innovadoras, raras, igual que su padre.
            Después de comer los bocatas que habían llevado de casa, volvieron a tumbarse al sol, mientras hacían la digestión. Durmieron la siesta un buen rato, a pesar de que el calor apretaba bastante a aquellas horas. Después, decidieron volver al agua, esta vez, para montarse en un plátano hinchable, tirado por una lancha. Su pasión era la velocidad, y de paso, reír a carcajada limpia.
            Tras media hora sin parar de reír, volvieron a sus toallas. Todos estaban eufóricos por lo bien que se lo habían pasado, acordando repetir el siguiente fin de semana, siempre que el tiempo los acompañara.
            Isabel y Adrián estaban tumbados en la toalla de él, con gesto amoroso. Se besaban apasionadamente, como si fueran dos jóvenes de dieciséis años. Si no fuera porque estaban sus amigos al lado, había demasiada gente a su alrededor e incluso niños cerca, jugando con la arena, ella le quitaría el bañador verde mar que llevaba puesto, para apoderarse de esa parte masculina que tanto anhelaba en aquel momento. Con el padre de él solamente pensaban en el sexo, con Adrián era diferente. Además de disfrutar de las relaciones sexuales que mantenían, entre ellos había crecido un hilo que cada vez se hacía más grueso, por tanto, más difícil de romper.
            Ante la imposibilidad de dar calma al deseo carnal en aquel sitio, decidieron ir a dar una vuelta y así, encontrar un lugar en el cual deleitarse sin miedo a ser reconocidos. Daba igual la zona, si hacerlo de pie, sentados, acostados…, lo importante era hacerlo, y punto.
            Cogidos de la mano, se encaminaron hacia el paseo que había en la parte superior de la playa, pegado a los restaurantes, cafeterías y tiendas de suvenirs. Al ser domingo, había muchísima gente paseando, sobre todo turistas que acababan de llegar al pueblo, cuya costumbre de todos los años era comprar las cosas que necesitaban el día de su llegada.
            Iban entretenidos hablando y haciéndose carantoñas, cuando se encontraron de frente con los padres de él, también agarrados de la mano. Adrián se quedó mirándolos fijamente, pues le parecía increíble que hubieran coincidido, aunque tampoco le importaba demasiado, estaba decidido a hacer pública su relación con Isabel. Ésta, al verlos, soltó inmediatamente la mano de su acompañante y se fijó en la mirada inquisidora de Félix. Lo cierto era que todavía no habían roto. Seguían viéndose varias veces por semana, siempre en algún motel o en el coche de cada uno de ellos. Sabía perfectamente que ella era la causa de que el matrimonio de él estuviera pasando por una mala racha, pero tampoco le había importado demasiado. Su intención era provocar un escándalo y que los rumores llegaran a la empresa de él. Era sabido por todos los que en ella trabajaban, que allí no les permitían ese tipo de vida. Para dirigir la empresa, tenían que ser personas serias y que dieran ejemplo en todos los ámbitos de la vida.

        ¿Vosotros aquí, juntos? – preguntó la madre con curiosidad.
        Sí mamá – respondió Adrián.
        Pero… – hizo una pausa, pues no sabía exactamente qué decirles.
        Estamos juntos desde hace un tiempo – contestó él. Su padre continuaba mirando fijamente a Isabel, sin pronunciarse.
        Pero… – volvió a decir Alicia.
        Sé lo que hago, sabemos lo que hacemos – hizo una pequeña pausa para continuar –, y nada va a cambiar mi forma de pensar y actuar.

            Félix seguía sumido en un absoluto caos mental. ¿Cómo era posible que su hijo estuviera liado con su amante, y además, la profesora de alemán que había contratado para darle clases a Adrián? Le parecía imposible, como un sueño o más bien una pesadilla, del que deseaba despertarse lo antes posible. ¿Cómo iba a solucionar aquel entuerto?, ¿le contaría a su hijo que Isabel era su amante?, ¿se lo contaría a su mujer?, ¿le pediría a ella que dejara en paz a su progenitor, con lo cual ella quizá le pidiera algo a cambio?

SANDRA EC

miércoles, 23 de julio de 2014

LA AMANTE (1ª parte)


            Félix invitó a su mujer a almorzar. La semana anterior había sido su aniversario de boda, y no lo habían celebrado porque a él se le había pasado por alto la fecha, algo que a ella le había parecido muy mal. Tampoco pedía tanto, simplemente que lo recordara.
            Para calmar las bravas aguas sobre las que navegaba su matrimonio, eligió un restaurante muy cerca de la playa, con unas vistas impresionantes hacia el mar. Llevaban veintidós años casados, los últimos seis meses con muchos altibajos.
            Ella era la encargada en una tienda de ropa de gran prestigio, trabajando incluso los fines de semana, lo que significaba pasar poco tiempo con la familia. En verano libraba dos fines de semana al mes. Tenían un hijo que acababa de cumplir la mayoría de edad. Estudiaba ciencias políticas, y por las tardes, una chica que conocía su padre, iba a su casa a darle clases de alemán.
        Durante el almuerzo, Félix intentó hacer las paces con su esposa. La amaba con toda su alma. Había sido la primera mujer que había besado, y con ella, había hecho el amor por primera vez.
        Alicia estaba cansada de sus excusas tontas e injustificadas, carentes de crédito alguno. No era la primera vez que le mentía, que se olvidaba de alguna cita o acontecimiento importante. Por las noches, ella llegaba con los pies molidos de estar tantas horas trabajando, y todavía tenía que preparar la cena y hacer los quehaceres de la casa. Él, a pesar de ser un alto cargo, y de que la hora de salida de la oficina era las seis de la tarde, nunca llegaba antes de la nueve de la noche, y siempre con pocas ganas de hablar ni contestar a las preguntas de su mujer.
   Adrián, aprovechando que sus padres saldrían a comer para celebrar el aniversario, había quedado con unos amigos para ir a la playa. Su madre le había preparado unos bocadillos de jamón y queso antes de irse.
     En la hora del postre, Félix sacó del bolsillo de sus vaqueros, una pequeña cajita cuadrada y se la entregó a Alicia. En el interior había unos pendientes de oro blanco, un gesto que ella agradeció con un beso en su mejilla. No era la primera ocasión que actuaba de esa forma, pues cada vez que estaban enfadados y llevaban una temporada sin hablarse, él lo arreglaba regalándole algo de valor.
        ¿Te gustan?
        Son preciosos – contestó ella.
        Si quieres los puedes cambiar en la joyería de Pepi, si ves que no son de tu estilo.
        Te han gustado a ti, con eso es suficiente – todos los regalos que le había hecho su marido, los guardaba con mucho cariño. Nunca los había cambiado, pues para ella significaban demasiado.
        Te quedarán perfectos – la miró a los ojos y puso su mano sobre la de ella – me gustaría arreglar lo nuestro, me siento mal estando así.
        ¿Así?
        Me refiero a enfadados, sin dirigirnos la palabra.
        Siempre es igual, Félix, lo sabes, y lo solucionas con un regalo sorpresa – en su voz se notaba que estaba cansada de la misma historia.
        Lo que cuenta es la intención, ¿no?
        Sí claro, eso es lo que cuenta – dijo resignada.
            Acabaron el almuerzo y decidieron salir a dar un paseo por la playa, cogidos de la mano. ¡Cuánto echaba de menos esa sensación de cercanía, de compartir algo de tiempo con su marido! Últimamente su vida se basaba en trabajar fuera, llegar a casa y continuar trabajando, y así, día tras día.
            Prometía ser una tarde de playa estupenda. El mar había tragado parte de la arena con los temporales de invierno, dejando poco espacio para que los bañistas pudieran disfrutar de una jornada veraniega en toda regla. Entre los muchos turistas, tumbados sobre la clara arena o sentados en sus sillas plegables, divagaban varios jóvenes de color, ataviados con vistosas ropas, intentando vender pulseras, gafas de sol, sombreros e incluso algunos se atrevían con prendas de baño. Los niños hacían castillos de arena con sus palas, rastrillos, cubos; otros, uno poco más mayorcitos, jugaban en la orilla al fútbol, voleibol o con las palas. Los gritos de estos superaban el grato sonido que emitían las olas en su vaivén constante.
            El sol dejaba sus destellos sobre el agua cristalina. Una agradable brisa marina calmaba las altas temperaturas de ese fin de semana. Las olas bailaban caprichosas con los más atrevidos. Cientos de sombrillas de todos los colores y formas, protegían del calor las neveras repletas de bocadillos y refrescos. El olor a protector solar, mezclado con el aroma a mar, recordaba a todos los asistentes que era verano.

            Por la mañana, decidieron hacer un poco de deporte acuático. Alquilaron motos de agua y disfrutaron de la velocidad en el mar. Eran cuatro parejas, amantes del riesgo, con lo cual, alquilaron cuatro motos. Después de una hora de descarga total de adrenalina, tomaron un poco el sol. Antes de almorzar, fueron a un chiringuito a comprar la bebida bien fría.

            Adrián había ido acompañado de su profesora de alemán, con la cual tenía una relación desde hacía un tiempo, a raíz de las clases que ella le daba en su casa. Su padre había sido quien la contrató, pues habían trabajado juntos durante un tiempo. La chica tenía treinta y dos años, catorce más que él. Con ella había descubierto el verdadero placer, ya que además de enseñarle un idioma desconocido, también lo había iniciado en la fascinante andadura del sexo. Hasta ese momento, sus experiencias en dicha materia habían sido contadas, y ninguna para recordar. Sus padres no estaban al tanto de dicha relación. Él sabía que no lo iban a aceptar, primero por la diferencia de edad, y segundo, porque era su profesora. Sin embargo, nada impidió que un vínculo especial creciera entre ellos...........

SANDRA EC

viernes, 18 de julio de 2014

LA DEPRESIÓN, MUY MALA COMPAÑERA DE VIAJE



         Mañana tengo cita con el sicólogo, y pasado mañana, con el psiquiatra. Estoy hasta los mismísimos …, de tanta consulta. La médica de familia me ha recomendado ese doctor de locos, como lo llaman algunos. De ella no tengo queja, pues se porta de maravilla conmigo. Es atenta, comprensiva, y procura transmitirme serenidad y calma, algo tan escaso en mi vida actual. Tanto es así, que incluso me habló de una experiencia suya muy parecida a la mía, comentándome cómo lo arregló.
         Llevo mucho tiempo durmiendo bastante mal, a fracciones de tiempo. Al principio me cuesta conciliar el sueño, pues mi mente es bombardeada con imágenes y recuerdos que preferiría olvidar o borrar para siempre. ¿Por qué será que todo eso que tanto daño te ha hecho, eso que deseas que desaparezca de una vez por todas de tu vida, es lo que más se repite, una y otra vez, hasta el punto de levantarte dolor de cabeza? El psicólogo dice que soy yo mismo quien lo evoca, pues mi cuerpo desea acabar con ello, pero mi mente no, algo así me argumentó en una de las últimas sesiones. Es posible que tenga razón, aunque no le veo la lógica. Si es algo que me disgusta, que me hace sentir fatal, sin motivaciones, sin ganas de continuar con la lucha diaria, ¿por qué mi yo interno va a querer machacarme continuamente con la misma historia, hasta lograr enfermarme? Serán cosas del subconsciente.
         Al principio de mi enfermedad (todavía me cuesta asumirlo), la doctora me recetó unas pastillas para poder conciliar el sueño, y no pasar toda la noche en vela. Posteriormente el psiquiatra me las cambió por otras mucho más fuertes, que consiguen tenerme dormido toda la noche, ni un terremoto me despertaría. He leído el prospecto y lo cierto es que tienen muchos efectos secundarios y, sobre todo, son bastante adictivas, algo me que preocupa sobremanera. Ayer noche, por ejemplo, la tomé antes de acostarme, cuando todavía estaba en la cocina, arreglando unas cosas. En el momento en que quise irme para la cama, noté como si estuviera en una nube, flotando, fue una sensación muy rara, algo que nunca antes había experimentado. Estoy seguro de que fueron esas malditas pastillas (malditas por ese efecto, pues realmente me hacen bien a la hora de dormir y las necesito).
         El psicólogo es un hombre joven, quizá unos años mayor que yo. Acostumbra sentarse a mi lado cuando charlamos sobre mis problemas. Primero escucha todos mis argumentos, en alguna ocasión he tenido que llevar dibujos, mis pensamientos por escrito… luego comenta y expone su punto de vista y sacamos una conclusión, bueno, más bien él. La verdad es que cuando salgo de su consulta, mi cabeza parece que va a explotar, debido a que él ahonda en los recuerdos que creía ya enterrados. Pasadas unas horas, ya me encuentro bastante mejor, como si me hubiese quitado un gran peso de encima, aunque lamentablemente es temporal.
         La familia empieza a cansarse de mis lamentaciones, de los cambios de humor. Pocas veces tengo ganas de salir de casa, sobre todo por no enfrentarme a esas personas que tanto me asustan e intimidan. Creo que todos confabulan en mi contra, sobre todo mis compañeros de trabajo, de los cuales esperaba una llamada, una visita, algo; y lo que obtuve fue silencio, separación, pasividad y pasotismo. Yo jamás les haría lo que me están haciendo a mí, pero cada persona es un mundo.
         No me gusta ver sufrir a mis parientes, sé que no se lo merecen, pero no puedo evitar sentir miedo y ganas de esconderme cuando siento al enemigo cerca. ¿Será que estoy loqueando de verdad? A pesar de mi actitud testaruda, ellos continúan a mi lado, apoyándome y animándome, de forma incondicional, aunque a veces me doy cuenta de que el cansancio hace mella también en ellos, entonces es cuando me siento más culpable que nunca, por hacerles daño, por no ser capaz de radiar felicidad en mi familia, lo más preciado en la vida de una persona. El psicólogo dice que todas estas emociones son temporales, y que si me lo propongo, en un tiempo, tenderán a desaparecer.
         Hasta hace poco, no confiaba en nadie, a excepción de mi familia más allegada. Pensaba que todos conspiraban  contra mí, que nunca me darían la razón, ni me entenderían. Hoy día, algunas cosas han cambiado, aunque no todo. En muchas ocasiones evito hablar de mi problema, porque sé que me mirarán como a un bicho raro. No te lo dicen a la cara, pero en su rostro se adivina lo que realmente piensan, y los papeles cambian, de modo que al final, la víctima pasa a ser el hostigador, y éste se convierte en el damnificado, con lo cual, la impotencia que sientes se multiplica inmensamente.  
         Muchos creerán que estoy chiflado, pero me gusta ir al psicólogo. Él me comprende y no se asusta cuando le hablo de mis miedos. Me ayuda a canalizarlos y a sacar el lado positivo de ellos.
         Ahora mismo, los sentimientos que habitan en mí son los de miedo, pavor, soledad, angustia, desmotivación, pérdida, frustración. Si tengo que decir de qué color veo la vida, diría que sería en un tono grisáceo, totalmente insípido.
         Otra cosa bien distinta es el psiquiatra. El que me tocó era bastante mayor, aunque ganó mi confianza a los pocos minutos de entrar en su consulta. Lo primero que hizo fue preguntarme cuál era la razón por la que estaba allí. Lo puse al día, un poco por encima, para no enrollarme demasiado, pues sabía que esa gente siempre estaba muy ocupada, además de que me encontraba justo en esa etapa en la cual todo el mundo era mi enemigo, y él, tan conocedor de la mente humana, me soltó que quién debería estar allí, en su consulta, delante de él, tendría que ser esa persona que tanto daño me estaba haciendo de forma voluntaria. La verdad fue que me quedé muy sorprendido con su reacción, lo cual me agradó mucho, teniendo en cuenta lo degradada que estaba mi estima personal. Argumentos como ese, tan positivos y motivadores, le levantan la moral a cualquiera, ¿o no?
         Mi deseo es recuperar la salud mental lo antes posible, para así continuar con mi vida, disfrutar de los míos, salir a dar un paseo a la calle o a un parque, ir al cine, o de compras, sin tener que mirar hacia los lados o hacia atrás, para comprobar que no hay nadie conocido que me pueda recriminar algo. Esta vivencia no se la deseo a nadie, pues vives sin vivir, encerrado en tus propias pajas mentales.
         Muchas veces me pregunto qué he hecho yo para merecer este castigo, porque realmente es una penitencia vivir así. Lo peor de esta mala experiencia, es cuando tocas fondo. Ahí sí que lo ves todo de color negro. No encuentras salida, como si estuvieras en el interior de un pozo, sin luz, sin forma de poder escalar para alcanzar la vida, la esperanza. El reloj se para en ese momento, todo se ve sin sentido, sin gracia. Y llega la pregunta del millón: ¿para qué seguir así, sufriendo de esa manera y lo peor, haciendo sufrir a los que nos rodean? Reconozco que hubo momentos en los que pensé en ponerle fin a mi desgraciada vida, en desaparecer. Creía que era la única manera de aliviar el dolor que sentía en mi alma, pero la visita a un cementerio, después de haber fallecido un chico joven del pueblo, precisamente que se había suicidado, después de enterarse de que su mujer le ponía los cuernos, me hizo recapacitar. No arreglaría nada con esa solución tan drástica, lo único, no seguir en este mundo tan injusto, pero los problemas se los traspasaría a mi familia. Ese día decidí que no le daría el gusto de perderme de vista a la persona que me estaba haciendo la vida imposible. Lucharía hasta el final, por mí, y por los míos. Sabía que iba a ser un trecho difícil de transitar, pero no iba a consentir que aquel desgraciado disfrutara viéndome hundido, por nada del mundo.

         Yo no he hecho nada malo, todo lo contrario, siempre he dado lo mejor de mí en el trabajo, con los compañeros. No soy el malo, soy una víctima más.

SANDRA EC

lunes, 14 de julio de 2014

MI MÁ, QUÉ CALO!!!!!



        ¡Cuidao con la rubia! – dijo Marcial, con las manos manchadas de masa.
        Guau, pue zí que eztá pa moja pan – comentó su compañero de faena, mientras se quitaba la visera de la cabeza, y se secaba la frente. El sol de mediodía lo estaba quemando.
        ¡Mi ma!, si la ve Kiyo, seguro la persigue hasta el fin del mundo – cogió de su nevera portátil una botella de agua de medio litro, y se la bebió de golpe.
        Deja deja, que azí podemo refrezca la vizta, ¡qué con ezte calo! – por la frente corrían regueros de sudor.
        ¿Y cómo está la Conchi? – quiso saber, pues de vez en cuando coincidían en el mercadillo de frutas y verduras del fin de semana.
        Bueno, ta palla, con zus kiloz dema. Un día deztos, no ze levanta de la cama, ya lo verá, o lo peo, ejplota como una bombona al zol.
        Mira que eres jodío – se reía a carcajada limpia – la pobre ya bastante tiene con su problema, como pa que vengas tú con el pitorreo, ¡qué estás hablando de tu muje!
        Mi mujé porque me obligaron a cazarme co’ella, que zino iba tu a mirá – con la paleta de trabajo le hacía gestos al pinche – ¡niño, trae má maza!
        Es la madre de tus dos hijos, seguro que vivisteis momentos fabulosos, y no me venga a deci que no – no se creía que su compañero no fuera feliz con la mujer que le había dado dos niños extraordinarios.
     Ezo zí, lo niño han sio lo mejó, aunque tambié dan zu gazto. Qué zi ropa por aquí, que zi libro po’alla, que zi quieren plata pa’zalí con lo compi…
     Pue yo con mi Tere estoy supe feliz, ahora etamo intentando tener familia, ya va siendo hora. É una mujé fantástica, sé que haría cualquie cosa po mí – Marcial hablaba como un hombre enamorado de su esposa.
     Ya me contará cuando lleve diecioxo año casado como yo, y me dará la razón. Lo ojo acaban pozándoze zobre eza hermozura – hablaba por propia experiencia –. Pero dime, ¿Cuánta vece lo hacéi al día?, porque hay que inzití, que no ze va quedá preñá a la primera.
     ¡Cómo al día! Me paso la mayo parte del tiempo en la obra, y cuando llego a casa, estoy reventao. Ella quiere y yo hago mi esfuerzos pero…
     Ezo ez porque no te pone la Tere, que zi eztuviera como eza, otro gallo cantaría – mantuvo, señalando con la cabeza a una morena que pasaba por su lado justo en ese momento.
     ¡Hola guapetona!
     ¡Niña, hace muxo calo pa anda po la calle a ezta hora! – su rostro se había sonrojado.
      ¡Qué va, si la mujere de ahora no tienen tanto calo!
     Preciozida, ¿te apetece un heladico bien frío? – comentó,  mirando para la joven que pasaba bajo sus andamios, al tiempo que le daba un codazo a Marcial.
     El helado te lo metes por donde te quepa a ti, simpático – contestó la mujer, con tono molesto y sin dejar de caminar.
     Lo he intentao, qué ze le va’cer – manifestó. Sacó la cajetilla de tabaco del bolsillo superior de su camisa, y extrajo un pitillo.

     Tú no tiene solución – aclaró el compañero más sensato. 

SANDRA EC

miércoles, 9 de julio de 2014

**VOLVER A SENTIR** (parte segunda)



            Fernando se dio cuenta de su falta enseguida. Tenía intriga por saber dónde vivía, por saber algo más de su vida. Buscó en la carpeta de contratación que tenía su tía sobre el escritorio, y localizó su dirección y número de teléfono. Pensó en llamarla, pero rehusó la idea, porque ella cortaría la conversación inmediatamente. Decidido a visitarla, se cambió de ropa, ataviándose con unos vaqueros desgastados, una camiseta ajustada de manga corta y unas deportivas blancas.
            Condujo durante una hora para localizar la dirección. Antes, pasó por una floristería y compró un pequeño ramo de gerberas multicolor.
            Era un segundo piso, situado en el barrio obrero de la ciudad. Desde la calle pudo observar en el balcón, unas vistosas macetas floreadas, aportando vida a una zona un tanto deprimida. Pulsó el telefonillo y al otro lado escuchó la voz de una persona ya entrada en años. Él le dijo que deseaba ver a Graciela y la señora le abrió la puerta de la calle. El edificio no contaba con ascensor, así que subió las escaleras hasta llegar a la entrada de la vivienda. Nuevamente tocó el timbre y la puerta se abrió lentamente. Una mujer con gafas y el pelo muy canoso lo invitó a pasar. Él aceptó gustoso y le preguntó si se encontraba Graciela en casa. La señora le dijo que había salido a hacer unas compras, pero que vendría pronto. Le hizo pasar hasta el salón y sentarse en un sillón desgastado por el uso.
     Estoy preparando el almuerzo, ¿se quedará usted a comer con nosotras? – preguntó la madre de Graciela con un tono de voz amable y cariñoso.
     No quisiera ser una molestia para ustedes – respondió Fernando.
     Olvídelo, los amigos de mi hija siempre son bienvenidos a la casa, y no es que tengo muchos, la verdad – la mujer hablaba como para sí misma.
     Muchas gracias, es usted muy amable.
            La madre se dirigió a la cocina para seguir con la comida. Desde el pequeño salón podía escuchar el ruido de las cazuelas y cómo batía huevos en un bol. Unos minutos más tarde, entró Graciela por la puerta con la niña en brazos. Era una cría preciosa, con unos ojos negros saltones y el pelo en forma de sacacorchos. Se quedó petrificada en la entrada al contemplar la figura de él, tan diferente a como iba habitualmente, con aquellos trajes aburridos y faltos de color. Más aun, cuando comprobó que en la mesita del centro había depositado un bonito ramo de flores.
     ¿Ha ocurrido algo? – fue lo primero que pronunció al acceder al salón y dejar la niña en el parque de bebés.
     Hola Graciela. Siento presentarme aquí sin avisar – la miró de arriba abajo, pues estaba inmensamente hermosa con un vestido fucsia ajustado a su figura.
     ¿Cómo me ha localizado? – tenía muchísimas preguntas que hacerle y no sabía por dónde empezar.
     He encontrado tus datos en la documentación del contrato, espero que no te moleste.
     No entiendo su presencia en mi casa – volvió a cuestionar.
     En primer lugar te pediría que dejaras de tratarme de usted y, contestando a tu pregunta – hizo una pequeña pausa para continuar – tenía muchas ganas de verte fuera del ámbito del trabajo.
            Graciela se sonrojó ante el comentario del Fernando. Era tan meloso y atento.
     ¿Desea… bueno, deseas tomar algo? – se corrigió, ante la insistencia de él de tutearse.
     Me vendría bien algo frío, si es posible.
            Ella salió del salón y fue hasta la cocina, donde estaba su madre elaborando un rico revuelto de champiñones. Fernando escuchaba como hablaban, aunque no podía entender con precisión la conversación. Se acercó hasta la niña y le acarició los sonrosados mofletes. Ella, a cambio, le ofreció una sonrisa de oreja a oreja, lo cual le agradó enormemente. Transcurrieron unos minutos hasta que regresó con una naranjada casera bien fría.
     Me ha dicho mi madre que te ha invitado a almorzar con nosotras.
     Ha sido ella, que ha insistido – se disculpó –. No quisiera ser una molestia.
     Mi madre siempre ha sido así, cándida con todo el mundo.
     Me ha dado la impresión de ser una buena mujer, con un gran corazón, igual que tú.
     Lo es, señor Ruiz. Perdón, es la costumbre – una tímida sonrisa se asomó en el rostro de Graciela –. Voy a poner la mesa.
            Una vez terminaron de preparar la comida, hicieron que pasara hasta la cocina comedor para acompañarlas.
     Siento el poco espacio del que disponemos. Esto no es la mansión en la que vives tú – manifestó ella mientras le señalaba con la mano derecha el lugar dónde sentarse.
     No te preocupes, sabes que yo no soy como ellos.
            La niña les acompañó en una esquina de la mesa, sentada en su trona. Graciela le iba dando su comida especial, entre voces y sonrisas. Durante el almuerzo charlaron sobre el tiempo y sobre lo graciosos que eran los niños cuando tenían aquella edad. Una vez finalizada la comida, ella se disculpó diciéndole que no tenían café en casa. Fernando era bastante cafetero y le comentó que podrían salir y tomarse uno en una cafetería, y así aprovechaban para charlar. La madre la animó a acompañarlo, pues sabía que su hija necesitaba distraerse un poco después de la desgracia que había caído en aquella casa.
            La zona aquella era enervante, con lo cual decidió coger el coche y buscar otro lugar, un sitio que los llenara, y dónde ella se sintiera cómoda y feliz. El sitio no podía ser más especial. Se trataba de un edificio de treinta plantas, que albergaba una cafetería en la planta superior, con unas vistas privilegiadas. En cuanto salieron del ascensor, ya pudieron contemplar las panorámicas que ofrecía aquel espléndido lugar. Ella estaba maravillada y no hacía más que preguntarle qué era aquello, qué era lo otro, se sentía como una niña con zapatos nuevos.
            Pasaron la tarde en esa cafetería, charlando de sus vidas. Ella le contó lo sucedido con su marido y él, lo que le había pasado a sus padres, y el trabajo que desempeñaba en la empresa de su tío. Empezaba a coger confianza con él, a sonreír, a exteriorizar. Hacía muchísimo tiempo que no disfrutaba tanto, que no dedicaba algo de tiempo para sí misma. Él se había mostrado muy cariñoso con ella, acariciándole las manos, alguna que otra vez pasando los suaves dedos por sus mejillas, clavándole la mirada cargada de sentimientos, susurrándole cosas bonitas y palabras alentadoras.
            Serían las nueve de la noche cuando decidieron dar por finalizada la visita a aquel lugar tan emblemático e inolvidable. Pidió la cuenta y tomándola de la cintura, se dirigieron hasta el ascensor. Dentro del mismo, sus miradas se quedaron prendadas una en la otra, a pocos centímetros. Fernando se acercó más a ella, apoyando una mano en el fondo del ascensor.
     Necesito besarte ahora mismo – susurró él.
     No creo que sea una buena idea – debatió Graciela, aunque su inconsciente gritaba lo contrario.
            Dio igual su opinión, pues en cuanto acabó de pronunciar la frase, Fernando tenía ya sus labios posados sobre los de ella. Un beso suave, sincero que, poco a poco, se fue convirtiendo en uno a presión, palpitante. Ella respondió de la misma forma, internando los dedos entre los cabellos de él. Las manos varoniles recorrían con desesperación el cuerpo de Graciela, su lengua transitaba por la boca, orejas, cuello, mejillas, ocasionando un reguero de lava volcánica. El deseo se fue adueñando de ambos cuerpos, incapaces de controlarlo. El ascensor estaba a punto de llegar a la zona de aparcamientos. Él se adelantó, y pulsó el botón de parada, de modo que el habitáculo se quedó parado en algún lugar del recorrido. Ya nada los podría molestar.

            Le levantó el vestido con rapidez. Sus extremidades superiores avanzaban por las esbeltas piernas de ella con avidez, hasta llegar al punto cumbre. Unas braguitas de algodón interferían el paso. Con mucha delicadeza se las retiró, pudiendo acceder de esa forma, a una zona altamente explosiva. Graciela gimió de placer, ya se había olvidado de lo placentero que era sentir unos dedos masculinos en su clítoris. Después de unos minutos de tocamientos, consiguió deshacerse de sus vaqueros, la tomó por la cintura y la ancló contra su propio cuerpo. Ella lo abrazaba con el cuello, sin dejar de besarlo, chuparlo, mordisquearlo. Movimientos circulares provocaban en ambos, retazos de placer. Graciela consiguió asir con sus manos el imponente órgano viril, indicándole el camino adecuado para abandonarse y desfallecer. Esa primera acometida fue increíble para ambos, inmersos en un mar de recreo. Momentos de gloria y fruición recorrieron todas sus terminaciones. De sus gargantas, áridas por el esfuerzo, emanaban gemidos, gimoteos. No les importaba quien estuviera al otro lado del ascensor, ese momento lo querían disfrutar al máximo. Sus delicadas uñas se clavaban en la espalda de él, que, en vez de ocasionar dolor, producían más placer, más apetito sexual. Las embestidas eran cada vez más fuertes, constantes y plácidas. Las piernas de ella rodeaban la cintura de él con impaciencia, facilitando de esa manera, la fricción de ambos sexos. Gotas de sudor recorrían el rostro de Fernando, fruto del tremendo y, a la vez, venturoso esfuerzo que estaba ejerciendo. Sus labios besuqueaban los pechos erectos y encendidos de la mujer. El clímax no tardó en llegar, ambos lo deseaban con afán. Cayeron rendidos en el suelo enmoquetado, abrazados de piernas y brazos, hasta que un pitido muy agudo los despertó de lo que había parecido ser una sueño. 

SANDRA EC