martes, 30 de diciembre de 2014

Porriño Digital publica un artículo sobre mi trabajo



Con dos novelas ya en el mercado esta escritora porriñesa residente en Pontellas se atreve con distintos géneros y las críticas existentes sobre sus libros hacen de Sandra una nueva promesa de la narrativa
Actualmente escribe su tercer libro y los dos que ya han sido publicados –“Entre el miedo y el amor” y “No me dejes ahora”- están disponibles en Amazon y RNR
 Con un tímido mensaje, Sandra Estévez Calvar, contactó con nuestra redacción para saludarnos y presentarnos su primer libro “Entre el miedo y el amor”, una novela romántica y real como la vida misma que fue publicada el pasado 12 de septiembre. Una vez hemos quedado con ella, nos llevamos la grata sorpresa de que este mismo mes ha publicado su segundo ejemplar, una novela policíaca titulada “No me dejes ahora” y que está ambientada en las calles de Santiago de Compostela.




sábado, 27 de diciembre de 2014

Premio Liebster



 
Agradezco al blog El Escritorio del Búho por la nominación al Premio Liebster,el cual tiene como finalidad, que se den a conocer blogs entre los propios bloggers. Dicho objetivo se consigue a través de cadenas, si te nominan puedes nominar a tu vez hasta 20 blogs que te gusten para aumentar la difusión.


 1-  Por que decidiste hacer un Blog?
Decidí crear este blog con la intención de hacer llegar a todos los posibles lectores los relatos que iba escribiendo, antes de publicar mis novelas y también para comentar los libros que leía.

    2- En quien confías para revisar lo que escribes?
En mí misma, salvo mi segunda novela, que ha sido corregida por mi coach personal, Mar Cantero.

    3- Cual es el primer libro que leíste?
No recuerdo exactamente cual fue, pero estaría entre El Quijote, alguno de Castelao, Rosalía de Castro, Poema de Mío Cid, El Principito...

    4- A que autores admiras?
El autor que más admiro es Agatha Christie, después estaría Nora Roberts, Lisa Kleypas, Sandra Brown. En cuanto a escritores de lengua castellana, me quedo con Mar Cantero, Encarna Magín, María José Moreno, Mary Ann entre otros muchos.

    5- Tu Mayor Éxito?
Sin duda alguna, mi mayor éxito ha sido poder hacer realidad mi gran sueño. Escribir novelas. Desde joven me enamoraba escribir historias románticas y ahora se ha podido hacer realidad.

    6- Tu Mayor Fracaso?
Creo que mi mayor fracaso fue no enfrentarme a ciertos problemas laborales con la suficiente fuerza y coraje, dejándome llevar por la ansiedad y dejándome manipular por determinadas personas que disfrutaban haciéndole daño a los compañeros. 

    7- Te sientes satisfecho de lo que has conseguido a la fecha?
Por supuesto que sí. Jamás me imaginaría que en tan poco tiempo llegaría a gustar a tanta gente. 

    8- Sobre que, no escribirías nunca?
Como ha dicho mi amiga Nthelma en su blog, no escribiría de política ni de religión. Son temas muy controvertidos y que causarían demasiada conmoción en los lectores, además de dividir opiniones. Yo escribo para alegrar a los lectores, para que vivan historias maravillosas, increíbles, para que disfruten de momentos entrañables y palpitantes. 

    9- Tu principal motivación para escribir?
Yo escribo para sentirme viva, realizada. Para hacer llegar a mis lectores historias llenas de vida y emoción. Mis personajes casi siempre tienen que enfrentarse a retos difíciles pero no imposibles, como la vida misma.  

   10- Que consejo le darías a otros bloggers?
Me parece que lo más importante es ser sincera en los post y procurar no hacer daño con los comentarios a terceras personas.

   11- Cambiarías algo de tus libros, escritos o poemas ya publicados?
Pues yo creo que a día de hoy no cambiaría absolutamente nada. Todo lo que he escrito hasta la fecha es fruto de mi esfuerzo y amor por la literatura. Las reseñas que he hecho de otros libros han sido escritas con la más sincera crítica, sin ofender a nadie y procurando ayudar en la venta a los compañer@s. Es cierto que los primeros relatos muestran la inmadurez en el tema, pero creo que eso le pasado a todo escritor.

Nomino a:
Literatura bajo las sábanas, Vomitando mariposas muertas, Tejiendo críticas en la sombra y Bookceando entre letras

Aquí os dejo las preguntas:


    1-  Por que decidiste hacer un Blog?
    2- En quien confías para revisar lo que escribes?
    3- Cual es el primer libro que leíste?
    4- A que autores admiras?
    5- Tu Mayor Éxito?
    6- Tu Mayor Fracaso?
    7- Te sientes satisfecho de lo que has conseguido a la fecha?
    8- Sobre que, no escribirías nunca?
    9- Tu principal motivación para escribir?
   10- Que consejo le darías a otros bloggers?
   11- Cambiarías algo de tus libros, escritos o poemas ya publicados?

martes, 23 de diciembre de 2014

RESEÑA DE "YA NO SOMOS TAN JÓVENES" DE MARY ANN

YA NO SOMOS TAN JÓVENES  Autor: MARY ANN

Ésta es la primera novela escrita de la autora. En su blog "Siento y vivo luego escribo" del cual soy seguidora incondicional, podréis encontrar infinidad de relatos, mayoritariamente del género erótico.
La novela, del género erótico, está muy bien relatada, sin llegar a ser pesada, como algunas otras de ese mismo género. Cuenta con infinidad de detalles que te hacen situar en la escena, igual que si la estuvieras viviendo en primera persona, lo cual facilita mucho la lectura, haciéndola amena y deseando saber cómo será el final.
El libro narra la historia de Ana, que después de más de 20 años casada con Jorge, descubre que no está enamorada de él (ni él de ella). Por medio aparece Adrián, compañero de trabajo y que intentará demostrarle que la vida hay que disfrutarla, que no se debe tener miedo a probar cosas nuevas y debemos olvidarnos de los típicos y tópicos "y qué pensarán los demás si..."
Una historia que bien puede ser una realidad. Y no cuento más o de lo contrario ya no compraréis la novela.
Para adquirirla, debéis poneros en contacto con la autora en su perfil de facebook mediante mensaje privado o en esta dirección de correo electrónico: marianngeeby@gmail.com







lunes, 15 de diciembre de 2014

Reseña de "Bajo los tilos" de María José Moreno

BAJO LOS TILOS     Autor: MARÍA JOSÉ MORENO

Ésta es la segunda novela que leo de esta autora. La primera fue La caricia de tánatos, que también reseñé en mi blog. Como ya le he dicho a María José, ella y yo nos parecemos mucho. Siempre buscamos en nuestras historias algún conflicto que los protagonistas deben salvar. Novelas de superación personal que sin duda, creo que todos debemos leer. También le he comentado que para mí es un referente en cuanto a escritura se refiere. 
La historia comienza con la muerte inesperado de la madre de la protagonista en un avión. María, su hija, comienza a investigar cual era la razón por la cual su progenitora los abandonaba y descubre secretos que le llegan al alma ( y a mí también). 
Todos los personajes, muy bien trazados, por cierto, están relacionados con María y su madre, Elena. 
Una novela que narra la historia de amor que pudo ser y no fue de la madre de la protagonista, en una época en la cual la opinión de la mujer poco contaba. 
Se la recomiendo a tod@s los que os guste sentir, vivir, amar, llorar y leer historias que llegan al corazón.



lunes, 8 de diciembre de 2014

CAPÍTULO XIII "ENTRE EL MIEDO Y EL AMOR"


Capítulo XIII
            El centro comercial estaba atiborrado de gente, a pesar de que en una hora cerrarían las tiendas y los comercios. Subió a la planta donde estaban ubicados los cines y le envió el mensaje a Jesús, que no tardó en llegar con una sonrisa complacida.
            Él compró las dos entradas y como faltaban todavía veinticinco minutos para comenzar la película, la invitó a tomar un refresco en una de las cafeterías que había al lado. En la zona interior ya no había sitio, por lo tanto se acomodaron en las sillas que había en el exterior. Marta se sentía incómoda en aquel lugar. Tenía la sensación de que todo el mundo la miraba, acusaba y señalaba. Además, iba vestida de forma informal, con un chándal negro, unas zapatillas del mismo color y el pelo recogido en una coleta.
        No debería estar aquí – confesó algo desorientada y fuera de sitio.
        No entiendo por qué lo dices. Esto es muy fácil. Yo te he llamado por teléfono y te invité a ver una película. Hemos llegado temprano y vinimos a esta cafetería a tomarnos algo y ahora charlamos como dos personas adultas que somos – hablaba con aquella voz melodiosa y tan tranquilizadora que consiguió arrancar una sonrisa en la desvaída cara de Marta.
        ¿Cómo lo consigues? – interpeló, después de una profunda inspiración.
        ¿Cómo consigo qué? – preguntó, sin dejar de mirarla a los ojos.
        Hacer sonreír a los demás.
        No se trata de mí, sino de ti. Yo solamente te he dicho la verdad.
        Las verdades muchas veces duelen. Tú consigues que lo que es negro como la ceniza, adquiera un tono gris, menos triste y con más luz, más vida.
        Es cierto lo que dices. Fíjate. Hace casi tres años te fuiste sin decir adiós. Creí que era un ser despreciable para ti. No te imaginas las cosas que me imaginé, y sin embargo, aquí estamos, tomándonos algo.
        Ya te lo expliqué la semana pasada. Además, ahora ya no importa. Me he disculpado y punto – parecía molesta.
        ¡Pero si estaba bromeando mujer!, no te lo tomes así.
        Perdona, últimamente estoy muy sensible, lo siento – se sentía acorralada, entre las preguntas de él y el alboroto de la muchedumbre que aprovechaba para cenar algo rápido antes de entrar en la sala.
        Mejor nos vamos de aquí – se había dado cuenta de su incomodidad.
        ¡Y el cine!, ¿te has gastado el dinero y no vas a entrar? – preguntó, sintiéndose algo culpable.
        Qué más da. Ya habrá otras ocasiones para venir.
        ¿No lo estarás haciendo por mí? – quiso saber, un tanto recelosa, aunque sospechaba que él había detectado su engorro.
        No, lo hago por mí – estampó Jesús.
Pidió la cuenta y salieron del centro comercial hacia el aparcamiento situado en el sótano del edificio en un reservado silencio.
        ¿Adónde vamos? – cuestionó, mientras cruzaban las puertas automáticas de salida.
        Espera y ya lo verás.
        ¿Y mi coche? – interrogó abstraída.
        Ya nos encargaremos a la vuelta de él, no te preocupes, esto no cierra.
            Entraron en el coche que estaba aparcado cerca de la salida. Era un vehículo de color negro noche, muy bien equipado interiormente, con asientos de piel, control de velocidad, ordenador a bordo, volante en cuero, cristales tintados y techo panorámico entre otros. Fuera hacía un calor atroz, a pesar de que el sol ya se había metido.
            Jesús se veía muy tranquilo al volante, pese a la congestión del tráfico. Era hora punta, y coincidía con la entrada del fin de semana. Veinte minutos más tarde, aparcó el coche en un aparcamiento, frente a una pequeña cala.
        Cuando estoy nostálgico vengo aquí, y me paso horas y horas observando el vaivén de las olas.
        Es una panorámica increíble, diría que espectacular.
        Efectivamente. Imagínate un día de tormenta, con olas que superan los tres metros, rompiendo sobre aquel acantilado de la derecha, o cuando hay mar de fondo. Hoy está en calma, casi no hay viento y el oleaje es ínfimo, aunque igualmente bello – hablaba sin dejar de contemplar las maravillosas vistas que tenían ante sus ojos – mejor esto que la película.
        En este sitio nunca había estado. Conozco casi todas las calas, excepto ésta. De pequeña, mis padres nos traían a la playa todos los fines de semana y era muy divertido.
        Siempre hay una primera vez, ¿no te parece?
        Sí, así es – vaciló. Su mirada se tornó triste, casi desesperada.
        ¿Qué te ocurre? – Jesús tenía la necesidad imperiosa de saber qué le sucedía a Marta. Con el torso de su mano derecha, hizo amago de acariciar la mejilla de ella. Marta reaccionó con miedo y recelo, muy asustada. Los recuerdos de aquella noche le pisotearon la conciencia.
        ¿Por qué es todo tan difícil, tan complicado? – su voz resonaba irritada.
        La vida está para vivirla, nadie dijo que fuera fácil. Depende de cómo lo enfoquemos – hablaba filosóficamente.
        Me da la risa. Para vosotros es sencillo dar consejos. Otra cosa en afrontar la realidad. Eres igual que mi madre.
        Yo no soy quien para dar consejos, porque soy el primero en cometer errores. Cuando creo que puedo ayudar a alguien, le ofrezco mi apoyo, y eso es lo que estoy haciendo contigo en este momento. La gente que me conoce bien, sabe que soy así por naturaleza. No sé si es bueno o malo, simplemente soy así, hasta ahora me ha ido bien – Jesús intentaba justificar su preocupación.
        Lo sé. Creo que no podré seguir con esto mucho tiempo más. Me supera, me está matando por dentro. Es una carga que no quería llevar. No duermo por las noches, no como, no me relaciono con nadie. Todo por culpa de ese canalla desgraciado – se le hizo un nudo de aprensión en el estómago.
        Por tus palabras intuyo que se trata de un hombre.
            Marta apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Ya no le quedaban fuerzas para hablar. Después de unos minutos en silencio, ella continuó la conversación.
        Estoy embarazada – habló con un tono de voz apenas lo bastante alto para que se entendiera.
            Jesús sintió como si le apuñalaran el corazón, despierto. Esperaba cualquier cosa menos eso. Nuevamente se produjo un silencio inmortal. El sol ya se había metido, y daba paso a una sábana negra adornada con cristales brillantes.
        Es una fase normal y muy tierna en la vida de las mujeres. Algo que los hombres no tenemos el mérito. No es tan malo – justificó lo anteriormente dicho por Marta.
        No sería malo si lo hubiera buscado – sus miradas se cruzaron y quedaron suspendidas la una en la otra.
        Entiendo – su cerebro no paraba de dar vueltas e inventándose posibles conjeturas.
        ¿Te he asustado? – preguntó inquisitivamente.
        No, para nada. Simplemente quiero que te tomes tu tiempo. No quiero forzarte a hablar, ni que digas algo que no querías contarme.
        Estoy pensando en abortar – hizo una pausa para que calaran sus palabras –. No estoy preparada para ser madre. Fíjate en mí, no tengo la carrera acabada, no tengo trabajo, no tengo ahorros, no tengo un hogar que ofrecerle, no tengo nada. Por tener, no tengo ni sentimientos. Estoy muerta, acabada.
        Eres libre para hacer lo que creas oportuno. Yo siempre digo que lo primero es uno mismo. Para afrontar la maternidad, debes ser consciente de ella, sentirla, vivirla y desearla. En cuanto a lo otro…, estoy seguro de que tu familia te está apoyando. Con el tiempo, podrías rematar la carrera o buscarte algún trabajo para ayudar con los gastos. Hay miles de salidas posibles. La cuestión es verlas – vaciló y luego dijo –. ¿Puedo hacerte una pregunta?
        Dime qué quieres saber – susurró con voz marchita.
        Me contestas si quieres ¿qué opina tu pareja?
        ¡Mi pareja! – Marta lanzó un bufido sardónico –. No existe tal pareja, se esfumó – mintió como una bellaca.
        Si te soy sincero, me parece una acción repudiable por su parte, signo de que no te ama. Yo nunca dejaría un futuro hijo tirado, solo y sin el cariño de su padre, no se me pasaría por la cabeza, y menos a la mujer que lo lleva en sus entrañas. Se supone que un hijo es fruto del amor entre dos personas que se quieren.
        Eso mismo creía yo. Ahora ya no sé qué pensar – se lamentaba.
        Es sólo una sugerencia pero, ¿no podrías llegar a un acuerdo con él, en caso de continuar con el embarazo?
        Ni en sueños. No quiero volver a verlo – dijo rotunda.
        Es comprensible. Lo único que puedo decirte, es que puedes contar conmigo para lo que necesites.
            Era más de media noche y continuaban hablando en el interior del coche. Jesús, después de ver su reloj, le dijo que la invitaba a unos pinchos en una tapería que conocía. Lo cierto era que a Marta se le había abierto el apetito, después de meses sin apetencia.
            Esa noche pudo dormir mejor. Hablar con Jesús le había sentado bien. Siempre tenía la respuesta oportuna y conseguía sacarle alguna que otra sonrisa.

martes, 2 de diciembre de 2014

Primer capítulo de "No me dejes ahora"

CAPÍTULO I
            Era otoño y hacía frío. Había una niebla densa y húmeda, capaz de calar en los huesos, a pesar de llevar una cazadora acolchada por encima de la blusa azul pálido. Carla odiaba el turno de noche. Su abuela siempre le había dicho que la noche era para dormir, y ella precisamente, no estaba haciendo eso. Claro que, prefería el trabajo de calle a estar sentada tras un ordenador, cumplimentando denuncias que iban entrando o atendiendo el teléfono.
            Esa noche recibieron un chivatazo que parecía de fiar, pues la fuente era bastante segura. Un compañero estaba de vacaciones, a otro lo habían trasladado de comisaría y un tercero tenía permiso, dado que habían ingresado a su esposa en el hospital para una operación. El Comisario Jefe les llamó a su despacho con cara de malas pulgas, como cabía esperar. Sergio siguió los pasos de ella sin rechistar y en completo silencio.
            Era un habitáculo de apenas quince metros cuadrados, con una pequeña ventana provista de barrotes por el lado exterior y persiana eléctrica. Los cristales lucían las marcas que la lluvia había dejado tras su paso. El suelo era de plaqueta, en un tono marrón, tirando a café, sobre el que había restos del papel que había pasado por la destructora. La iluminación estaba formada por cinco halógenos de color blanco cálido. Un equipo de aire acondicionado pendía sobre el marco superior de la puerta. Detrás del sillón de cuero azul marino había dos armarios, uno más alto que el otro.
            Tan pronto entraron, mandó cerrar la puerta con su nombre estampado en el cristal opaco, y ordenó que se sentaran en unas sillas raídas por el uso, mientras él buscaba en su mesa de madera con evidentes ralladuras, la nota que le habían pasado minutos antes. Era una persona malhumorada, tediosa, fatigante y muy desordenada, vista desde fuera. Pese a ello, siempre encontraba lo que buscaba en tiempo record y sin ayuda de nadie.
        Nos han llamado hace poco más de diez minutos, en relación al caso “Tuerto”  – expuso con voz de mando, al tiempo que se ponía las gafas y tomaba asiento en su sillón abatible.
            Ellos continuaron en silencio, pues sabían que no le gustaba nada ser interrumpido en plena exposición y haciendo uso del cargo que regía. Le gustaba guardar distancias, no daba demasiada confianza a los compañeros y casi nunca sonreía, por no decir nunca.        
        Todos sabemos de quién se trata, y de lo sigiloso y cauto que es – sacó un dosier del armario archivador y lo abrió sobre la mesa. Diversas fotografías, así como informes, notas y otra información relativa al delincuente se esparció sobre el escritorio –. Trabaja casi siempre solo y utiliza diversas identidades. También conocemos algunos de sus disfraces más usados y los lugares que suele frecuentar  – señaló, convencido de lo que contaba –. Llevamos mucho tiempo queriendo arrestarlo, y por diversas circunstancias, no hemos podido proceder a ello. Hoy se presentan todas las papeletas para que sea vuestra noche y consigáis atrapar a ese desgraciado ¿algún problema? – aquello sonaba a una orden en todo grado.
        No señor, no tenemos ningún problema ¿Adónde debemos ir? – preguntó Sergio en un tono serio y seguro.
        El soplo dice que está en el Hostal Lumbre. Lleva varios días alojado allí. Sale solamente por las noches, casi siempre con sombrero o gorra.
        Eso queda por el centro, en el casco viejo – aseguró la chica.
        Efectivamente – manifestó el Comisario –. Tened mucho cuidado, pues es una zona poco segura, con calles estrechas y callejones sin salida. No quiero sorpresas, quiero resultados y no admitiré ningún fallo ¿Está claro? – concluyó con un tono de voz rotundo y autoritario, al tiempo que los observaba desde el otro lado de la mesa.
        ¿Y cuántos iremos hasta el lugar? – preguntó el compañero, pues sabía que la persona que perseguirían era peligrosa y muy esquiva.
        Los que estáis ahora mismo aquí, reunidos conmigo. No cuento con más personal y no podemos dejar escapar la oportunidad. Será un mérito más para nuestra comisaría, que falta nos hace – concluyó esperanzando, guardando nuevamente toda la documentación en la carpeta y mirándonos por la parte superior de las gafas.
            Ambos se miraron de reojo y asintieron con desgana. El Comisario concluyó la reunión, levantándose del asiento y abriendo la puerta a los dos oficiales.
            Cuando se dirigían a sus puestos para coger la ropa de abrigo y los walkie-talkies, él volvió a hablar con la puerta entreabierta, de forma fuerte y contundente.
        Ese individuo es posible que vaya armado hasta los dientes, aunque no lo parezca. Estad vigilantes – sentenció con expresión avinagrada. Era una persona que siempre estaba dando órdenes a diestro y siniestro y nadie se atrevía a desobedecerlo.
        Sí señor – contestaron a la par.
            Ya en el coche policial, charlaron sobre lo bueno que sería para todos apresar a aquella alimaña, a la cual llevaban tiempo siguiendo pero siempre había conseguido escapar.
        Pocos minutos le quedan a esa sabandija para perder la libertad – aseguró Sergio – de hoy no pasa.
        Te noto muy seguro – dijo ella, frunciendo el ceño en un gesto de preocupación.
        Escuchaste al Comisario tan bien como yo. Tenemos que hacer bien nuestro trabajo.
        Claro que lo he escuchado, pero también me preocupa que no tengamos refuerzos – echó un vistazo a su cara –. Imagínate que se da cuenta de nuestra presencia y avisa a algún compinche, nos rodean y caemos en una emboscada.
        Tú siempre con tus malos augurios, ya te pareces a mi madre – contestó el joven agente.
        Tengo un mal presentimiento, Sergio – dijo con evidente falta de entusiasmo.
        Ya estamos – ponderó las palabras de la compañera y continuó –. No va a pasar nada, ya lo verás. Dos contra uno, lo tenemos en el bote – hablaba con un deje despreocupado –. ¡Te has vuelto una fatalista!
            Ella lo miró a los ojos marrones con cara de asombro. Él conducía el coche, le devolvió la mirada, guiñó un ojo y sonrió abiertamente.

            Eran las dos y media de la madrugada y las calles estaban desiertas, solamente se escuchaba el movimiento que las hojas de los árboles hacían al resbalar sobre el suelo adoquinado. Debido a los recortes presupuestarios, el Ayuntamiento había tomado la decisión anti popular de apagar el alumbrado público a partir de las dos de la mañana, para así, ahorrar en el consumo eléctrico.
            Dejaron el vehículo aparcado en un lugar alejado, para evitar que alguien le avisara de su presencia. El Hostal quedaba en una zona que ella no conocía demasiado bien, y su compañero tampoco. Calles oscuras y estrechas, casas viejas y abandonadas, muros sobre las aceras, orines de los perros en las entradas de las viviendas. Se notaba que era una faja de la ciudad dejada y olvidada por completo.
            A medida que se iban acercando, el silencio hacía que su sentido del oído se agudizara. No tanto el de la vista, debido a la humedad de la niebla nocturna, que penetraba en los ojos, empañándolos como si fueran cristales. También a través de la ropa, haciendo que su cuerpo se estremeciera, obligándole a subir lo máximo posible el cuello de la chaqueta. En ese momento Carla se acordó de lo mucho que adoraba el verano. 
            Por el camino, habían trazado un plan. Primero esperarían a que él saliera de su madriguera con confianza. Después se separarían, cada uno por un callejón, hasta detenerlo in fraganti.
            No tuvieron que esperar demasiado tiempo para poder verlo. Iba ataviado con una gabardina de color verde oliva que le llegaba a las rodillas, con el cuello tan alto que casi le tapaba el rostro, unos vaqueros desgastados, el sombrero tipo Fedora del que les había hablado el Comisario y unas botas con puntera. También llevaba barba larga y las manos dentro de los bolsillos del gabán. La clásica apariencia de un gánster.
            Se dirigía hacia una zona donde había bares que abrían hasta altas horas de la madrugada y varios clubs de alterne. Debían actuar antes de que llegara allí. No querían tener problemas con el jefe de la Comisaría. Decidieron separarse. Sergio le cortaría el paso tres calles más al sur, y ella lo acorralaría por atrás.
            Él caminaba tranquilo, con pasos continuos y meditados. La cabeza la llevaba mirando al frente, como buscando enemigos, peligros o amenazas que rompieran su sosegado paseo nocturno.
            Ella lo tenía a pocos metros de distancia. Sergio también debía estar cerca, pensó Carla. Era el momento ideal de intervenir. Una imprevista ráfaga de viento atravesó el callejón, como salida de la nada, sacudiendo su cola de caballo y su quietud.
            No podía esperar más y gritó:
        ¡Policía, levanta las manos! – su respiración era rápida y somera.
            Él se detuvo, aunque no se giró en ningún momento. Seguramente estaría pensando la forma de huir.
            Con un tono de voz serio y seguro, volvió a hablar:
        ¡Date la vuelta y pon las manos donde yo pueda verlas!
            Sergio no aparecía. Empezaba a inquietarse por él, se suponía que debían actuar en pareja. Ya habían pasado los minutos que habían calculado y se estaban acercando a la zona que ellos llamaban caliente, que era dónde había más peligro de coincidir con algún viandante o vecino. El Tuerto seguía sin hacer movimiento alguno, lo cual no estaba segura si era una noticia buena o mala.
        Voy a acercarme a ti, ¡saca las manos de los bolsillos! – exigió sin más preámbulos y con el arma apuntado a su cuerpo.
            A medida que se iba aproximando, una sensación de que algo no marchaba bien la invadió. Normalmente trabajaban en equipo y en ese momento se sentía sola, desprotegida y expectante ¿Dónde narices se encontraba Sergio?
            Él comenzó a caminar hacia delante, ignorando las advertencias de la policía y su presencia.      
        ¡Detente o disparo! – espetó ante su incredulidad.
            Quedaban aproximadamente diez metros para girar a la siguiente calle. Estaba segura de que él aprovecharía esa ocasión para correr y desaparecer en la noche.
            <<¡¡¡Sergio, te necesito aquí, ya!!!>>
            El protocolo sobre cómo actuar ante la huida de un delincuente era claro, y más, teniendo en cuenta que no debían actuar por cuenta propia, sin contar con la opinión del compañero. Cuando se daban casos así, lo recomendable era abandonar el lugar, antes que arriesgar la vida propia y de terceros. Pero el Comisario Jefe había sido contundente. Necesitaban hacer esa detención, por el bien de la sociedad en general y de la Comisaría en particular.
            Consiguió girar la calle. Sólo quedaban tres opciones. Que continuara de frente, que tomara la primera calle a la izquierda o que se decantara por adentrarse en el callejón sin salida que había inmediatamente a la derecha.
            Se arrimó cuanto pudo al edificio que tenía a su derecha, cayéndole gotas de agua de la gárgola que había sobre ella. Cuando se disponía a torcer la esquina, recibió un disparo, con tan buena suerte que ni siquiera le rozó. Entre la oscuridad del lugar y la compacta niebla, no conseguía ver con claridad, y eso la estaba encolerizando. Esperaba que al menos el disparo hubiera alertado a su compañero de la situación.
            Sacó la cabeza unos segundos para mirar si seguía en el mismo lugar y no estaba. Tomó la calle y con las dos manos levantadas, a la altura del pecho, sujetaba el arma. Fue dando pasos secretos, pero la mala suerte la acompañaba. Tropezó con unas latas de refrescos tiradas en el suelo, haciendo un ruido considerable y delatando así, su posición. Para su sorpresa, salió del callejón que tenía justo a su derecha y volvió a disparar. El disparo iba dirigido a su cabeza, pero gracias a los entrenamientos y sus buenos reflejos, una vez más consiguió esquivarlo, agachándose hábilmente. Tuvo que retroceder para volver a ocultarse en la calle anterior. Los nervios se apoderaban de su estado, no pudiendo actuar con claridad. Había perdido la gorra policial cuando se había agachado para sortear el segundo tiro. Estaba fuera de sí, no le cabía la menor duda de que quería acabar con su persona, y ella más sola que la una.
            Además de ser un ladrón de guante blanco, no le importaba mancharse las manos de sangre. A esa gente le da igual asesinar o herir cruelmente a sus víctimas, con tal de conseguir su botín y no ser alcanzados ni reconocidos. Su expediente delictivo era atroz, con hurtos, robos, atracos a entidades bancarias, asesinatos, estafas, dos violaciones, tráfico de armas, prostitución y contrabando de sustancias estupefacientes; y raro vez cambiaba su modus operandi.
            En pocos minutos se había formado una tormenta, que amenazaba lluvias intensas. Los relámpagos iluminan las oscuras calles, ofreciendo una imagen apabullante. El ruido de los estruendos la desconcentraba. Desde pequeña le tenía pavor a las tormentas, más si había aparato eléctrico cerca.
            Volvió a salir, decidida a alcanzarlo. Caminó unos metros y no se escuchaba nada, sólo los truenos y la lluvia que caía sobre los adoquines y sobre su uniforme. Creyó que posiblemente se hubiera escapado, pensando que habría un batallón de policías en su caza. Tenía el cabello, la cara y toda la ropa empapada, pero aun así, seguiría en su empeño de reducirlo.
            En el callejón no había nadie, ni tampoco por la calle de la izquierda. La única opción era seguir de frente. Un ruido inesperado tras de ella, hizo que se diera la vuelta con nerviosismo, apuntando con la pistola hacia el causante. Un perro callejero con signos de tener hambre, había tirado una pequeña papelera, esparciendo por la acera los restos que contenía en su interior. Su humor no estaba para bromas en ese momento ¿dónde estaría Sergio? Eso no había sido lo que planearan en el coche oficial minutos antes de llegar allí. Él era todo un profesional, con varios años de experiencia, amaba su trabajo y sabía cómo proceder en casos como ese.
            Después de esos segundos de distracción, volvió a concentrarse en el objetivo qué los había llevado hasta allí. El trabajo sería mucho más fácil si el compañero estuviera a su lado, o siguiendo el plan que habían esbozado entre los dos. En cuanto acabara todo, tenía pensado agarrarlo por el cuello y darle su merecido. No se lo perdonaría tan fácilmente, es más, pagarías cafés el resto de su vida y tendría que pedirle perdón de rodillas si quería que volviera a confiar en él y en su palabra.
            Mirando hacia un lado y hacia el otro, siguió el curso de la calle con el arma bien empuñada. De vez en cuando, tenía que pasarse el torso de la mano izquierda por la cara, para secarme el agua que le resbalaba.
            De repente, sintió a poca distancia, otro zumbido, éste provenía de la siguiente callejuela. Cuánto más se adentraba, más oscuridad prevalecía. Sin pensarlo dos veces, corrió lo más rápido que pudo hasta llegar a la esquina. Agarró el arma con decisión y se colocó en el centro, con las piernas ampliamente abiertas para asegurarse, en caso de tener que efectuar un disparo.
            Tras ella, otro ruido ¿qué demonios estaba pasando allí?, pensó, con cierto grado de alarma.

            El fugitivo había huido. Maldijo su mala suerte y bajó las manos, considerando que todo había terminado. Volvía sobre sus pasos, pensando en la cara que iba a poner el Comisario al enterarse de que se les había escapado, cuando percibió nuevamente la presencia de alguien. Sabía que en ese momento era totalmente vulnerable. Estaba de espaldas, con el arma guardada en la funda y el ánimo a ras del suelo. Sin embargo, se giré lo más dinámica que pudo, desenfundó la pistola y buscó el objetivo, que estaba a más de veinte metros de ella. Era imposible identificarlo, entre la oscuridad y la incesante cantidad de agua que caía sobre su cara. En cuestión de segundos, le disparó sin pensarlo, dos tiros certeros, en vista de sus anteriores actuaciones. O él, o ella. El cuerpo cayó al suelo, rotundo, exánime. Tomó aire con una inspiración y se fue acercando, despacio, con cautela. Cogió el walkie-talkie para llamar a Sergio. Hasta ese instante, hacerlo era arriesgar la vida de ambos. No contestaba. Al volver la vista atrás, consiguió escudriñar la imagen de El Tuerto, vivito y coleando, mirándola con ojos sardónicos, con resquemor. Se le hizo un nudo en el estómago ¿A quién acababa de disparar?
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