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A primera hora de la mañana, un
chico joven con una gabardina apareció en la habitación con un impresionante
ramo de rosas amarillas, tal como le gustaban a Marta, y un peluche de color
rosa para la recién nacida. Estaban acompañadas de una tarjeta en su interior que
decía:
“Para
la mujer más valiente y linda del mundo, la cual me ha hecho muy feliz y con la
que deseo casarme. Eres mi vida, mi sol, mi amor, mi luna, el aire que respiro,
la tierra que piso, la mejor de las tentaciones, mi todo. Quiero que sepas que
siempre estaré a tu lado, siempre te querré y te amaré. Gracias por hacerme un
hueco en tu vida, por permitirme compartir estos momentos tan entrañables e
inolvidables. Estoy enamorado de ti, prendado de tus ojos, perlas de primavera”
Marta no pudo contener las lágrimas.
Él, sentado en un sillón a su lado y con la niña en brazos, admiró la
emocionante reacción.
– ¡Sí,
quiero casarme contigo! – especuló y expuso a continuación –. Me considero una
persona muy afortunada teniéndote a mi lado, mimándome y queriéndome. Eres
cuanto una mujer podría desear. ¿Qué más puedo pedir?
Jesús se levantó, se allegó a la
cama, raída por el uso y cubierta con sábanas blancas que todavía desprendían
el olor a recién lavadas y planchadas, y la besó con galantería.
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¡Qué bonito Sandra! Estoy deseando que salga la segunda parte de la historia de Marta y Jesús. Me ha encantado leer este pequeño fragmento.
ResponderEliminarGracias Alejandra. Un besazo
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