El pasado de Carlos inquietaría a
cualquier psiquiatra. Una madre enferma y adicta al sexo, lo que se conoce como
desorden hipersexual, que además consumía sustancias estupefacientes que el
propio hijo se encargaba de conseguir y administrar. Del padre poco había
aprendido pues era muy joven cuando había fallecido. Decía su abuela que era
una persona maravillosa, con un gran corazón y que adoraba a su hijo. También
había comentado en alguna ocasión que estaba obsesionado con su mujer y que
hacía todo lo que ella le exigía. Su muerte había sorprendido a toda la
familia. A Carlos le comentaron que eran pocos los familiares que sabían de su
enfermedad, pues intentó ocultárselo a todos. Al fallecer, su progenitora tuvo
la necesidad de desahogar ese instinto que la tenía atrapada y pensó que su
hijo sería un buen partido. El niño se sumergió en ese mundo de adultos y acabó
por aceptarlo, hasta sentía placer. Mientras sus amigos jugaban al fútbol o se
divertían con las canicas, él practicaba sexo sin contemplaciones y a todas
horas. Le apasionaban las orgías con varias mujeres y nunca utilizaba protección.
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