

– ¡Lo
siento, no puedo hacerlo! –confesó, echándose hacia el lado contrario al que
estaban.
– ¡Pero
si estabas respondiendo al beso! –expresó con voz apenada–, ¡y a mis caricias!
– ¡Lo
sé, y por eso lo siento! –se tapó la cara con las manos y respiró profundamente–.
Es muy pronto para mí, Ryan. Al besarte, abrí los ojos y vi el rostro de mi
marido –se sinceró. Varias lágrimas resbalaron por sus mejillas.
– ¡Cariño,
ven aquí! –se acercó a ella para abrazarla–. No huyas de mí. Yo jamás te haré
daño y esperaré todo el tiempo que haga falta. No tengo prisa.
– ¡Era
mi marido y alguien me lo arrebató, y eso no se olvida tan fácilmente! −con el
puño dio varios golpes en una de las paredes del ascensor–. ¡No puedo
prometerte nada!
– Es
totalmente comprensible, cielo –sostuvo él, rodeándola con fuerza.
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