martes, 2 de diciembre de 2014

Primer capítulo de "No me dejes ahora"

CAPÍTULO I
            Era otoño y hacía frío. Había una niebla densa y húmeda, capaz de calar en los huesos, a pesar de llevar una cazadora acolchada por encima de la blusa azul pálido. Carla odiaba el turno de noche. Su abuela siempre le había dicho que la noche era para dormir, y ella precisamente, no estaba haciendo eso. Claro que, prefería el trabajo de calle a estar sentada tras un ordenador, cumplimentando denuncias que iban entrando o atendiendo el teléfono.
            Esa noche recibieron un chivatazo que parecía de fiar, pues la fuente era bastante segura. Un compañero estaba de vacaciones, a otro lo habían trasladado de comisaría y un tercero tenía permiso, dado que habían ingresado a su esposa en el hospital para una operación. El Comisario Jefe les llamó a su despacho con cara de malas pulgas, como cabía esperar. Sergio siguió los pasos de ella sin rechistar y en completo silencio.
            Era un habitáculo de apenas quince metros cuadrados, con una pequeña ventana provista de barrotes por el lado exterior y persiana eléctrica. Los cristales lucían las marcas que la lluvia había dejado tras su paso. El suelo era de plaqueta, en un tono marrón, tirando a café, sobre el que había restos del papel que había pasado por la destructora. La iluminación estaba formada por cinco halógenos de color blanco cálido. Un equipo de aire acondicionado pendía sobre el marco superior de la puerta. Detrás del sillón de cuero azul marino había dos armarios, uno más alto que el otro.
            Tan pronto entraron, mandó cerrar la puerta con su nombre estampado en el cristal opaco, y ordenó que se sentaran en unas sillas raídas por el uso, mientras él buscaba en su mesa de madera con evidentes ralladuras, la nota que le habían pasado minutos antes. Era una persona malhumorada, tediosa, fatigante y muy desordenada, vista desde fuera. Pese a ello, siempre encontraba lo que buscaba en tiempo record y sin ayuda de nadie.
        Nos han llamado hace poco más de diez minutos, en relación al caso “Tuerto”  – expuso con voz de mando, al tiempo que se ponía las gafas y tomaba asiento en su sillón abatible.
            Ellos continuaron en silencio, pues sabían que no le gustaba nada ser interrumpido en plena exposición y haciendo uso del cargo que regía. Le gustaba guardar distancias, no daba demasiada confianza a los compañeros y casi nunca sonreía, por no decir nunca.        
        Todos sabemos de quién se trata, y de lo sigiloso y cauto que es – sacó un dosier del armario archivador y lo abrió sobre la mesa. Diversas fotografías, así como informes, notas y otra información relativa al delincuente se esparció sobre el escritorio –. Trabaja casi siempre solo y utiliza diversas identidades. También conocemos algunos de sus disfraces más usados y los lugares que suele frecuentar  – señaló, convencido de lo que contaba –. Llevamos mucho tiempo queriendo arrestarlo, y por diversas circunstancias, no hemos podido proceder a ello. Hoy se presentan todas las papeletas para que sea vuestra noche y consigáis atrapar a ese desgraciado ¿algún problema? – aquello sonaba a una orden en todo grado.
        No señor, no tenemos ningún problema ¿Adónde debemos ir? – preguntó Sergio en un tono serio y seguro.
        El soplo dice que está en el Hostal Lumbre. Lleva varios días alojado allí. Sale solamente por las noches, casi siempre con sombrero o gorra.
        Eso queda por el centro, en el casco viejo – aseguró la chica.
        Efectivamente – manifestó el Comisario –. Tened mucho cuidado, pues es una zona poco segura, con calles estrechas y callejones sin salida. No quiero sorpresas, quiero resultados y no admitiré ningún fallo ¿Está claro? – concluyó con un tono de voz rotundo y autoritario, al tiempo que los observaba desde el otro lado de la mesa.
        ¿Y cuántos iremos hasta el lugar? – preguntó el compañero, pues sabía que la persona que perseguirían era peligrosa y muy esquiva.
        Los que estáis ahora mismo aquí, reunidos conmigo. No cuento con más personal y no podemos dejar escapar la oportunidad. Será un mérito más para nuestra comisaría, que falta nos hace – concluyó esperanzando, guardando nuevamente toda la documentación en la carpeta y mirándonos por la parte superior de las gafas.
            Ambos se miraron de reojo y asintieron con desgana. El Comisario concluyó la reunión, levantándose del asiento y abriendo la puerta a los dos oficiales.
            Cuando se dirigían a sus puestos para coger la ropa de abrigo y los walkie-talkies, él volvió a hablar con la puerta entreabierta, de forma fuerte y contundente.
        Ese individuo es posible que vaya armado hasta los dientes, aunque no lo parezca. Estad vigilantes – sentenció con expresión avinagrada. Era una persona que siempre estaba dando órdenes a diestro y siniestro y nadie se atrevía a desobedecerlo.
        Sí señor – contestaron a la par.
            Ya en el coche policial, charlaron sobre lo bueno que sería para todos apresar a aquella alimaña, a la cual llevaban tiempo siguiendo pero siempre había conseguido escapar.
        Pocos minutos le quedan a esa sabandija para perder la libertad – aseguró Sergio – de hoy no pasa.
        Te noto muy seguro – dijo ella, frunciendo el ceño en un gesto de preocupación.
        Escuchaste al Comisario tan bien como yo. Tenemos que hacer bien nuestro trabajo.
        Claro que lo he escuchado, pero también me preocupa que no tengamos refuerzos – echó un vistazo a su cara –. Imagínate que se da cuenta de nuestra presencia y avisa a algún compinche, nos rodean y caemos en una emboscada.
        Tú siempre con tus malos augurios, ya te pareces a mi madre – contestó el joven agente.
        Tengo un mal presentimiento, Sergio – dijo con evidente falta de entusiasmo.
        Ya estamos – ponderó las palabras de la compañera y continuó –. No va a pasar nada, ya lo verás. Dos contra uno, lo tenemos en el bote – hablaba con un deje despreocupado –. ¡Te has vuelto una fatalista!
            Ella lo miró a los ojos marrones con cara de asombro. Él conducía el coche, le devolvió la mirada, guiñó un ojo y sonrió abiertamente.

            Eran las dos y media de la madrugada y las calles estaban desiertas, solamente se escuchaba el movimiento que las hojas de los árboles hacían al resbalar sobre el suelo adoquinado. Debido a los recortes presupuestarios, el Ayuntamiento había tomado la decisión anti popular de apagar el alumbrado público a partir de las dos de la mañana, para así, ahorrar en el consumo eléctrico.
            Dejaron el vehículo aparcado en un lugar alejado, para evitar que alguien le avisara de su presencia. El Hostal quedaba en una zona que ella no conocía demasiado bien, y su compañero tampoco. Calles oscuras y estrechas, casas viejas y abandonadas, muros sobre las aceras, orines de los perros en las entradas de las viviendas. Se notaba que era una faja de la ciudad dejada y olvidada por completo.
            A medida que se iban acercando, el silencio hacía que su sentido del oído se agudizara. No tanto el de la vista, debido a la humedad de la niebla nocturna, que penetraba en los ojos, empañándolos como si fueran cristales. También a través de la ropa, haciendo que su cuerpo se estremeciera, obligándole a subir lo máximo posible el cuello de la chaqueta. En ese momento Carla se acordó de lo mucho que adoraba el verano. 
            Por el camino, habían trazado un plan. Primero esperarían a que él saliera de su madriguera con confianza. Después se separarían, cada uno por un callejón, hasta detenerlo in fraganti.
            No tuvieron que esperar demasiado tiempo para poder verlo. Iba ataviado con una gabardina de color verde oliva que le llegaba a las rodillas, con el cuello tan alto que casi le tapaba el rostro, unos vaqueros desgastados, el sombrero tipo Fedora del que les había hablado el Comisario y unas botas con puntera. También llevaba barba larga y las manos dentro de los bolsillos del gabán. La clásica apariencia de un gánster.
            Se dirigía hacia una zona donde había bares que abrían hasta altas horas de la madrugada y varios clubs de alterne. Debían actuar antes de que llegara allí. No querían tener problemas con el jefe de la Comisaría. Decidieron separarse. Sergio le cortaría el paso tres calles más al sur, y ella lo acorralaría por atrás.
            Él caminaba tranquilo, con pasos continuos y meditados. La cabeza la llevaba mirando al frente, como buscando enemigos, peligros o amenazas que rompieran su sosegado paseo nocturno.
            Ella lo tenía a pocos metros de distancia. Sergio también debía estar cerca, pensó Carla. Era el momento ideal de intervenir. Una imprevista ráfaga de viento atravesó el callejón, como salida de la nada, sacudiendo su cola de caballo y su quietud.
            No podía esperar más y gritó:
        ¡Policía, levanta las manos! – su respiración era rápida y somera.
            Él se detuvo, aunque no se giró en ningún momento. Seguramente estaría pensando la forma de huir.
            Con un tono de voz serio y seguro, volvió a hablar:
        ¡Date la vuelta y pon las manos donde yo pueda verlas!
            Sergio no aparecía. Empezaba a inquietarse por él, se suponía que debían actuar en pareja. Ya habían pasado los minutos que habían calculado y se estaban acercando a la zona que ellos llamaban caliente, que era dónde había más peligro de coincidir con algún viandante o vecino. El Tuerto seguía sin hacer movimiento alguno, lo cual no estaba segura si era una noticia buena o mala.
        Voy a acercarme a ti, ¡saca las manos de los bolsillos! – exigió sin más preámbulos y con el arma apuntado a su cuerpo.
            A medida que se iba aproximando, una sensación de que algo no marchaba bien la invadió. Normalmente trabajaban en equipo y en ese momento se sentía sola, desprotegida y expectante ¿Dónde narices se encontraba Sergio?
            Él comenzó a caminar hacia delante, ignorando las advertencias de la policía y su presencia.      
        ¡Detente o disparo! – espetó ante su incredulidad.
            Quedaban aproximadamente diez metros para girar a la siguiente calle. Estaba segura de que él aprovecharía esa ocasión para correr y desaparecer en la noche.
            <<¡¡¡Sergio, te necesito aquí, ya!!!>>
            El protocolo sobre cómo actuar ante la huida de un delincuente era claro, y más, teniendo en cuenta que no debían actuar por cuenta propia, sin contar con la opinión del compañero. Cuando se daban casos así, lo recomendable era abandonar el lugar, antes que arriesgar la vida propia y de terceros. Pero el Comisario Jefe había sido contundente. Necesitaban hacer esa detención, por el bien de la sociedad en general y de la Comisaría en particular.
            Consiguió girar la calle. Sólo quedaban tres opciones. Que continuara de frente, que tomara la primera calle a la izquierda o que se decantara por adentrarse en el callejón sin salida que había inmediatamente a la derecha.
            Se arrimó cuanto pudo al edificio que tenía a su derecha, cayéndole gotas de agua de la gárgola que había sobre ella. Cuando se disponía a torcer la esquina, recibió un disparo, con tan buena suerte que ni siquiera le rozó. Entre la oscuridad del lugar y la compacta niebla, no conseguía ver con claridad, y eso la estaba encolerizando. Esperaba que al menos el disparo hubiera alertado a su compañero de la situación.
            Sacó la cabeza unos segundos para mirar si seguía en el mismo lugar y no estaba. Tomó la calle y con las dos manos levantadas, a la altura del pecho, sujetaba el arma. Fue dando pasos secretos, pero la mala suerte la acompañaba. Tropezó con unas latas de refrescos tiradas en el suelo, haciendo un ruido considerable y delatando así, su posición. Para su sorpresa, salió del callejón que tenía justo a su derecha y volvió a disparar. El disparo iba dirigido a su cabeza, pero gracias a los entrenamientos y sus buenos reflejos, una vez más consiguió esquivarlo, agachándose hábilmente. Tuvo que retroceder para volver a ocultarse en la calle anterior. Los nervios se apoderaban de su estado, no pudiendo actuar con claridad. Había perdido la gorra policial cuando se había agachado para sortear el segundo tiro. Estaba fuera de sí, no le cabía la menor duda de que quería acabar con su persona, y ella más sola que la una.
            Además de ser un ladrón de guante blanco, no le importaba mancharse las manos de sangre. A esa gente le da igual asesinar o herir cruelmente a sus víctimas, con tal de conseguir su botín y no ser alcanzados ni reconocidos. Su expediente delictivo era atroz, con hurtos, robos, atracos a entidades bancarias, asesinatos, estafas, dos violaciones, tráfico de armas, prostitución y contrabando de sustancias estupefacientes; y raro vez cambiaba su modus operandi.
            En pocos minutos se había formado una tormenta, que amenazaba lluvias intensas. Los relámpagos iluminan las oscuras calles, ofreciendo una imagen apabullante. El ruido de los estruendos la desconcentraba. Desde pequeña le tenía pavor a las tormentas, más si había aparato eléctrico cerca.
            Volvió a salir, decidida a alcanzarlo. Caminó unos metros y no se escuchaba nada, sólo los truenos y la lluvia que caía sobre los adoquines y sobre su uniforme. Creyó que posiblemente se hubiera escapado, pensando que habría un batallón de policías en su caza. Tenía el cabello, la cara y toda la ropa empapada, pero aun así, seguiría en su empeño de reducirlo.
            En el callejón no había nadie, ni tampoco por la calle de la izquierda. La única opción era seguir de frente. Un ruido inesperado tras de ella, hizo que se diera la vuelta con nerviosismo, apuntando con la pistola hacia el causante. Un perro callejero con signos de tener hambre, había tirado una pequeña papelera, esparciendo por la acera los restos que contenía en su interior. Su humor no estaba para bromas en ese momento ¿dónde estaría Sergio? Eso no había sido lo que planearan en el coche oficial minutos antes de llegar allí. Él era todo un profesional, con varios años de experiencia, amaba su trabajo y sabía cómo proceder en casos como ese.
            Después de esos segundos de distracción, volvió a concentrarse en el objetivo qué los había llevado hasta allí. El trabajo sería mucho más fácil si el compañero estuviera a su lado, o siguiendo el plan que habían esbozado entre los dos. En cuanto acabara todo, tenía pensado agarrarlo por el cuello y darle su merecido. No se lo perdonaría tan fácilmente, es más, pagarías cafés el resto de su vida y tendría que pedirle perdón de rodillas si quería que volviera a confiar en él y en su palabra.
            Mirando hacia un lado y hacia el otro, siguió el curso de la calle con el arma bien empuñada. De vez en cuando, tenía que pasarse el torso de la mano izquierda por la cara, para secarme el agua que le resbalaba.
            De repente, sintió a poca distancia, otro zumbido, éste provenía de la siguiente callejuela. Cuánto más se adentraba, más oscuridad prevalecía. Sin pensarlo dos veces, corrió lo más rápido que pudo hasta llegar a la esquina. Agarró el arma con decisión y se colocó en el centro, con las piernas ampliamente abiertas para asegurarse, en caso de tener que efectuar un disparo.
            Tras ella, otro ruido ¿qué demonios estaba pasando allí?, pensó, con cierto grado de alarma.

            El fugitivo había huido. Maldijo su mala suerte y bajó las manos, considerando que todo había terminado. Volvía sobre sus pasos, pensando en la cara que iba a poner el Comisario al enterarse de que se les había escapado, cuando percibió nuevamente la presencia de alguien. Sabía que en ese momento era totalmente vulnerable. Estaba de espaldas, con el arma guardada en la funda y el ánimo a ras del suelo. Sin embargo, se giré lo más dinámica que pudo, desenfundó la pistola y buscó el objetivo, que estaba a más de veinte metros de ella. Era imposible identificarlo, entre la oscuridad y la incesante cantidad de agua que caía sobre su cara. En cuestión de segundos, le disparó sin pensarlo, dos tiros certeros, en vista de sus anteriores actuaciones. O él, o ella. El cuerpo cayó al suelo, rotundo, exánime. Tomó aire con una inspiración y se fue acercando, despacio, con cautela. Cogió el walkie-talkie para llamar a Sergio. Hasta ese instante, hacerlo era arriesgar la vida de ambos. No contestaba. Al volver la vista atrás, consiguió escudriñar la imagen de El Tuerto, vivito y coleando, mirándola con ojos sardónicos, con resquemor. Se le hizo un nudo en el estómago ¿A quién acababa de disparar?
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5 comentarios:

  1. Hola, menudo capítulo más intenso y menuda faena le ha hecho el tuerto a Carla. ¿Vas a seguirla? Me gustaría!!!

    Besos!!

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  2. Hola Raquel. Es mi segunda novela. Estará en amazon esta primera quincena de diciembre. Gracias. Besos

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  3. Me encantas Sandra, ya lo sabes, éste tampoco me lo voy a perder, el primer capítulo te deja con la intriga y tienes que seguir leyendo, así que ¡¡por favor!! lo quiero yaaaaaa

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    1. Muchas gracias. Estará a la venta muy pronto, ya te irás enterando. Besos

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  4. Oohh!! Que capítulo!! Que ganas de leer más!!

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