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Una vez acostada la niña, Jesús
regresó al salón donde Marta ordenaba algunas cosas que habían dejado sobre la
mesa. Cogió del refrigerador el champán, dos copas tradicionales bajas de
cristal fino y boca ancha, y se acercó a ella por detrás.
–
Ha
llegado el momento de celebrar nuestra unión en la intimidad – confesó con
fervor mientras le tendía la copa burbujeante – Tú y yo, a solas.
–
Lo
estoy deseando – pronunció con impaciencia.
Tras un brindis, bebieron largos
sorbos de aquel vino espumoso mirándose a los ojos, un lenguaje erótico, sexy. Tenían
por delante toda la noche para descubrir las zonas más erógenas y estimulantes,
para dar y recibir placer.
Jesús aferró con decisión la copa de
manos de ella, colocándolas sobre la mesa de centro. Serpenteando como una
culebra, se acercó y rodeó su cabeza con ambas manos, alojando sus dedos,
largos y finos, entre el cabello de Marta todavía arreglado de la ceremonia,
para a continuación pegar sus labios con los de ella, rabiosamente carnosos,
rogando ser chupados, lamidos, incluso mordidos de forma sutil.
–
¡Te
deseo, no sabes cuánto! – pronunció. Empezaba a volverse loco por la excitación
– quiero llenarme de ti, ahora, mañana y siempre.
–
Aquí
me tienes, soy toda tuya – susurró, impaciente por ser tocada con más
vivacidad.
Dos almas que se aman, perdidamente
enamorados el uno del otro, impacientes por compartir sus deseos, ansias,
apetitos sexuales, en definitiva, su pasión, tanto tiempo reservada para esa
noche.
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