miércoles, 23 de julio de 2014

LA AMANTE (1ª parte)


            Félix invitó a su mujer a almorzar. La semana anterior había sido su aniversario de boda, y no lo habían celebrado porque a él se le había pasado por alto la fecha, algo que a ella le había parecido muy mal. Tampoco pedía tanto, simplemente que lo recordara.
            Para calmar las bravas aguas sobre las que navegaba su matrimonio, eligió un restaurante muy cerca de la playa, con unas vistas impresionantes hacia el mar. Llevaban veintidós años casados, los últimos seis meses con muchos altibajos.
            Ella era la encargada en una tienda de ropa de gran prestigio, trabajando incluso los fines de semana, lo que significaba pasar poco tiempo con la familia. En verano libraba dos fines de semana al mes. Tenían un hijo que acababa de cumplir la mayoría de edad. Estudiaba ciencias políticas, y por las tardes, una chica que conocía su padre, iba a su casa a darle clases de alemán.
        Durante el almuerzo, Félix intentó hacer las paces con su esposa. La amaba con toda su alma. Había sido la primera mujer que había besado, y con ella, había hecho el amor por primera vez.
        Alicia estaba cansada de sus excusas tontas e injustificadas, carentes de crédito alguno. No era la primera vez que le mentía, que se olvidaba de alguna cita o acontecimiento importante. Por las noches, ella llegaba con los pies molidos de estar tantas horas trabajando, y todavía tenía que preparar la cena y hacer los quehaceres de la casa. Él, a pesar de ser un alto cargo, y de que la hora de salida de la oficina era las seis de la tarde, nunca llegaba antes de la nueve de la noche, y siempre con pocas ganas de hablar ni contestar a las preguntas de su mujer.
   Adrián, aprovechando que sus padres saldrían a comer para celebrar el aniversario, había quedado con unos amigos para ir a la playa. Su madre le había preparado unos bocadillos de jamón y queso antes de irse.
     En la hora del postre, Félix sacó del bolsillo de sus vaqueros, una pequeña cajita cuadrada y se la entregó a Alicia. En el interior había unos pendientes de oro blanco, un gesto que ella agradeció con un beso en su mejilla. No era la primera ocasión que actuaba de esa forma, pues cada vez que estaban enfadados y llevaban una temporada sin hablarse, él lo arreglaba regalándole algo de valor.
        ¿Te gustan?
        Son preciosos – contestó ella.
        Si quieres los puedes cambiar en la joyería de Pepi, si ves que no son de tu estilo.
        Te han gustado a ti, con eso es suficiente – todos los regalos que le había hecho su marido, los guardaba con mucho cariño. Nunca los había cambiado, pues para ella significaban demasiado.
        Te quedarán perfectos – la miró a los ojos y puso su mano sobre la de ella – me gustaría arreglar lo nuestro, me siento mal estando así.
        ¿Así?
        Me refiero a enfadados, sin dirigirnos la palabra.
        Siempre es igual, Félix, lo sabes, y lo solucionas con un regalo sorpresa – en su voz se notaba que estaba cansada de la misma historia.
        Lo que cuenta es la intención, ¿no?
        Sí claro, eso es lo que cuenta – dijo resignada.
            Acabaron el almuerzo y decidieron salir a dar un paseo por la playa, cogidos de la mano. ¡Cuánto echaba de menos esa sensación de cercanía, de compartir algo de tiempo con su marido! Últimamente su vida se basaba en trabajar fuera, llegar a casa y continuar trabajando, y así, día tras día.
            Prometía ser una tarde de playa estupenda. El mar había tragado parte de la arena con los temporales de invierno, dejando poco espacio para que los bañistas pudieran disfrutar de una jornada veraniega en toda regla. Entre los muchos turistas, tumbados sobre la clara arena o sentados en sus sillas plegables, divagaban varios jóvenes de color, ataviados con vistosas ropas, intentando vender pulseras, gafas de sol, sombreros e incluso algunos se atrevían con prendas de baño. Los niños hacían castillos de arena con sus palas, rastrillos, cubos; otros, uno poco más mayorcitos, jugaban en la orilla al fútbol, voleibol o con las palas. Los gritos de estos superaban el grato sonido que emitían las olas en su vaivén constante.
            El sol dejaba sus destellos sobre el agua cristalina. Una agradable brisa marina calmaba las altas temperaturas de ese fin de semana. Las olas bailaban caprichosas con los más atrevidos. Cientos de sombrillas de todos los colores y formas, protegían del calor las neveras repletas de bocadillos y refrescos. El olor a protector solar, mezclado con el aroma a mar, recordaba a todos los asistentes que era verano.

            Por la mañana, decidieron hacer un poco de deporte acuático. Alquilaron motos de agua y disfrutaron de la velocidad en el mar. Eran cuatro parejas, amantes del riesgo, con lo cual, alquilaron cuatro motos. Después de una hora de descarga total de adrenalina, tomaron un poco el sol. Antes de almorzar, fueron a un chiringuito a comprar la bebida bien fría.

            Adrián había ido acompañado de su profesora de alemán, con la cual tenía una relación desde hacía un tiempo, a raíz de las clases que ella le daba en su casa. Su padre había sido quien la contrató, pues habían trabajado juntos durante un tiempo. La chica tenía treinta y dos años, catorce más que él. Con ella había descubierto el verdadero placer, ya que además de enseñarle un idioma desconocido, también lo había iniciado en la fascinante andadura del sexo. Hasta ese momento, sus experiencias en dicha materia habían sido contadas, y ninguna para recordar. Sus padres no estaban al tanto de dicha relación. Él sabía que no lo iban a aceptar, primero por la diferencia de edad, y segundo, porque era su profesora. Sin embargo, nada impidió que un vínculo especial creciera entre ellos...........

SANDRA EC

No hay comentarios:

Publicar un comentario