martes, 29 de julio de 2014

LA AMANTE (completo)


            Félix invitó a su mujer a almorzar. La semana anterior había sido su aniversario de boda, y no lo habían celebrado porque a él se le había pasado por alto la fecha, algo que a ella le había parecido muy mal. Tampoco pedía tanto, simplemente que lo recordara.
            Para calmar las bravas aguas sobre las que navegaba su matrimonio, eligió un restaurante muy cerca de la playa, con unas vistas impresionantes hacia el mar. Llevaban veintidós años casados, los últimos seis meses con muchos altibajos.
            Ella era la encargada en una tienda de ropa de gran prestigio, trabajando incluso los fines de semana, lo que significaba pasar poco tiempo con la familia. En verano libraba dos fines de semana al mes. Tenían un hijo que acababa de cumplir la mayoría de edad. Estudiaba ciencias políticas, y por las tardes, una chica que conocía su padre, iba a su casa a darle clases de alemán.
            Durante el almuerzo, Félix intentó hacer las paces con su esposa. La amaba con toda su alma. Había sido la primera mujer que había besado, y con ella, había hecho el amor por primera vez.
            Alicia estaba cansada de sus excusas tontas e injustificadas, carentes de crédito alguno. No era la primera vez que le mentía, que se olvidaba de alguna cita o acontecimiento importante. Por las noches, ella llegaba con los pies molidos de estar tantas horas trabajando, y todavía tenía que preparar la cena y hacer los quehaceres de la casa. Él, a pesar de ser un alto cargo, y de que la hora de salida de la oficina era las seis de la tarde, nunca llegaba antes de la nueve de la noche, y siempre con pocas ganas de hablar ni contestar a las preguntas de su mujer.
            Adrián, aprovechando que sus padres saldrían a comer para celebrar el aniversario, había quedado con unos amigos para ir a la playa. Su madre le había preparado unos bocadillos de jamón y queso antes de irse.
            En la hora del postre, Félix sacó del bolsillo de sus vaqueros, una pequeña cajita cuadrada y se la entregó a Alicia. En el interior había unos pendientes de oro blanco, un gesto que ella agradeció con un beso en su mejilla. No era la primera ocasión que actuaba de esa forma, pues cada vez que estaban enfadados y llevaban una temporada sin hablarse, él lo arreglaba regalándole algo de valor.
        ¿Te gustan?
        Son preciosos – contestó ella.
        Si quieres los puedes cambiar en la joyería de Pepi, si ves que no son de tu estilo.
        Te han gustado a ti, con eso es suficiente – todos los regalos que le había hecho su marido, los guardaba con mucho cariño. Nunca los había cambiado, pues para ella significaban demasiado.
        Te quedarán perfectos – la miró a los ojos y puso su mano sobre la de ella – me gustaría arreglar lo nuestro, me siento mal estando así.
        ¿Así?
        Me refiero a enfadados, sin dirigirnos la palabra.
        Siempre es igual, Félix, lo sabes, y lo solucionas con un regalo sorpresa – en su voz se notaba que estaba cansada de la misma historia.
        Lo que cuenta es la intención, ¿no?
        Sí claro, eso es lo que cuenta – dijo resignada.
            Acabaron el almuerzo y decidieron salir a dar un paseo por la playa, cogidos de la mano. ¡Cuánto echaba de menos esa sensación de cercanía, de compartir algo de tiempo con su marido! Últimamente su vida se basaba en trabajar fuera, llegar a casa y continuar trabajando, y así, día tras día.
            Prometía ser una tarde de playa estupenda. El mar había tragado parte de la arena con los temporales de invierno, dejando poco espacio para que los bañistas pudieran disfrutar de una jornada veraniega en toda regla. Entre los muchos turistas, tumbados sobre la clara arena o sentados en sus sillas plegables, divagaban varios jóvenes de color, ataviados con vistosas ropas, intentando vender pulseras, gafas de sol, sombreros e incluso algunos se atrevían con prendas de baño. Los niños hacían castillos de arena con sus palas, rastrillos, cubos; otros, uno poco más mayorcitos, jugaban en la orilla al fútbol, voleibol o con las palas. Los gritos de estos superaban el grato sonido que emitían las olas en su vaivén constante.
            El sol dejaba sus destellos sobre el agua cristalina. Una agradable brisa marina calmaba las altas temperaturas de ese fin de semana. Las olas bailaban caprichosas con los más atrevidos. Cientos de sombrillas de todos los colores y formas, protegían del calor las neveras repletas de bocadillos y refrescos. El olor a protector solar, mezclado con el aroma a mar, recordaba a todos los asistentes que era verano.

            Por la mañana, decidieron hacer un poco de deporte acuático. Alquilaron motos de agua y disfrutaron de la velocidad en el mar. Eran cuatro parejas, amantes del riesgo, con lo cual, alquilaron cuatro motos. Después de una hora de descarga total de adrenalina, tomaron un poco el sol. Antes de almorzar, fueron a un chiringuito a comprar la bebida bien fría.
            Adrián había ido acompañado de su profesora de alemán, con la cual tenía una relación desde hacía un tiempo, a raíz de las clases que ella le daba en su casa. Su padre había sido quien la contrató, pues habían trabajado juntos durante un tiempo. La chica tenía treinta y dos años, catorce más que él. Con ella había descubierto el verdadero placer, ya que además de enseñarle un idioma desconocido, también lo había iniciado en la fascinante andadura del sexo. Hasta ese momento, sus experiencias en dicha materia habían sido contadas, y ninguna para recordar. Sus padres no estaban al tanto de dicha relación. Él sabía que no lo iban a aceptar, primero por la diferencia de edad, y segundo, porque era su profesora. Sin embargo, nada impidió que un vínculo especial creciera entre ellos.
            Isabel era una mujer de armas tomar, caprichosa y decidida. Había estado casada anteriormente, pero su matrimonio menguó debido a su afán por crecer profesionalmente, costara lo que costase. Trabajó en el mismo departamento que el padre de Adrián durante seis meses, período en el cual hubo un ardiente acercamiento entre ambos. Al principio Félix se resistía a los encantos de ella, pensando en su mujer y en lo mucho que la amaba, pero con el paso de los meses, Isabel fue ganando terreno en el corazón de él, agotándolo sexualmente, dejando que hiciera con ella todas las fantasías sexuales que se le vinieran a la cabeza, todo aquello que nunca antes había hecho con su esposa, por pudor, por falta de tiempo, por la razón que fuese. Ella no tenía complejos, recato, ni vergüenza. Era muy consciente de lo que hacía, y por qué lo hacía. Su meta era volver nuevamente a esa empresa y ocupar el cargo que actualmente desempeñaba su amante, y si para ello, tenía que ofrecer su cuerpo en bandeja, no se lo pensaría dos veces. El fin justificaba los medios.
            La relación con Adrián comenzó a razón de las clases particulares que le daba en su chalet, para aprender alemán en poco tiempo. Félix se lo había pedido, cuando aún  estaban trabajando juntos. Le había comentado que necesitaba un profesor de alemán que diera clases a domicilio y ella se ofreció encantada, ya que dominaba el idioma con destreza, gracias a los años que había vivido con su padre y varias madrastras en Alemania.
            Al principio, la relación era estrictamente formal, de profesor y alumno. Después, empezaron a hablar de sus cosas, a comentar vivencias, inquietudes y necesidades. De la misma forma que había engatusado al padre, lo hizo con Adrián, con la gran diferencia de que con el paso de los meses, se fue enamorando de la inocencia del chico.
            Sin darse cuenta, se vio envuelta en un trío amoroso, con una vinculación familiar que, una vez se hiciera eco, traería consecuencias graves.
            Ese domingo habían decidido pasarlo juntos, con tres parejas que ya conocían. A ambos, no le importaba lo que la gente dijera sobre la relación y su diferencia de edad. Físicamente no se notaba demasiado, puesto que Isabel se cuidaba mucho y aparentaba ser bastante más joven de lo que era. A ella le encantaba la vitalidad de él, sus ganas de experimentar, de probar cosas nuevas, diferentes, innovadoras, raras, igual que su padre.
            Después de comer los bocatas que habían llevado de casa, volvieron a tumbarse al sol, mientras hacían la digestión. Durmieron la siesta un buen rato, a pesar de que el calor apretaba bastante a aquellas horas. Después, decidieron volver al agua, esta vez, para montarse en un plátano hinchable, tirado por una lancha. Su pasión era la velocidad, y de paso, reír a carcajada limpia.
            Tras media hora sin parar de reír, volvieron a sus toallas. Todos estaban eufóricos por lo bien que se lo habían pasado, acordando repetir el siguiente fin de semana, siempre que el tiempo los acompañara.
            Isabel y Adrián estaban tumbados en la toalla de él, con gesto amoroso. Se besaban apasionadamente, como si fueran dos jóvenes de dieciséis años. Si no fuera porque estaban sus amigos al lado, había demasiada gente a su alrededor e incluso niños cerca, jugando con la arena, ella le quitaría el bañador verde mar que llevaba puesto, para apoderarse de esa parte masculina que tanto anhelaba en aquel momento. Con el padre de él solamente pensaban en el sexo, con Adrián era diferente. Además de disfrutar de las relaciones sexuales que mantenían, entre ellos había crecido un hilo que cada vez se hacía más grueso, por tanto, más difícil de romper.
            Ante la imposibilidad de dar calma al deseo carnal en aquel sitio, decidieron ir a dar una vuelta y así, encontrar un lugar en el cual deleitarse sin miedo a ser reconocidos. Daba igual la zona, si hacerlo de pie, sentados, acostados…, lo importante era hacerlo, y punto.
            Cogidos de la mano, se encaminaron hacia el paseo que había en la parte superior de la playa, pegado a los restaurantes, cafeterías y tiendas de suvenirs. Al ser domingo, había muchísima gente paseando, sobre todo turistas que acababan de llegar al pueblo, cuya costumbre de todos los años era comprar las cosas que necesitaban el día de su llegada.
            Iban entretenidos hablando y haciéndose carantoñas, cuando se encontraron de frente con los padres de él, también agarrados de la mano. Adrián se quedó mirándolos fijamente, pues le parecía increíble que hubieran coincidido, aunque tampoco le importaba demasiado, estaba decidido a hacer pública su relación con Isabel. Ésta, al verlos, soltó inmediatamente la mano de su acompañante y se fijó en la mirada inquisidora de Félix. Lo cierto era que todavía no habían roto. Seguían viéndose varias veces por semana, siempre en algún motel o en el coche de cada uno de ellos. Sabía perfectamente que ella era la causa de que el matrimonio de él estuviera pasando por una mala racha, pero tampoco le había importado demasiado. Su intención era provocar un escándalo y que los rumores llegaran a la empresa de él. Era sabido por todos los que en ella trabajaban, que allí no les permitían ese tipo de vida. Para dirigir la empresa, tenían que ser personas serias y que dieran ejemplo en todos los ámbitos de la vida.

        ¿Vosotros aquí, juntos? – preguntó la madre con curiosidad.
        Sí mamá – respondió Adrián.
        Pero… – hizo una pausa, pues no sabía exactamente qué decirles.
        Estamos juntos desde hace un tiempo – contestó él. Su padre continuaba mirando fijamente a Isabel, sin pronunciarse.
        Pero… – volvió a decir Alicia.
        Sé lo que hago, sabemos lo que hacemos – hizo una pequeña pausa para continuar –, y nada va a cambiar mi forma de pensar y actuar.

            Félix seguía sumido en un absoluto caos mental. ¿Cómo era posible que su hijo estuviera liado con su amante, y además, la profesora de alemán que había contratado para darle clases a Adrián? Le parecía imposible, como un sueño o más bien una pesadilla, del que deseaba despertarse lo antes posible. ¿Cómo iba a solucionar aquel entuerto?, ¿le contaría a su hijo que Isabel era su amante?, ¿se lo contaría a su mujer?, ¿le pediría a ella que dejara en paz a su progenitor, con lo cual ella quizá le pidiera algo a cambio?

SANDRA EC

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