<<Aquella parece
interesante>> pensó Erick, mientras no le quitaba la vista de encima a una rubia que había sentada en un taburete al fondo
de la barra.
Llevaba el pelo corto y despeinado, con
un flequillo escalado, muy atrevido y femenino. Un corte ideal para personas
con mucha personalidad y actitud, dándole un aire de rebeldía. Estaba sentada
con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda. El vestido que la envolvía,
era de color violeta y a duras penas cubría su asombrosa figura. Los pies
estaban adornados con unas sandalias de aguja negras con lunares morados, con
un tacón vertiginoso de quince centímetros y hebillas en los laterales. Sobre
la barra, tenía su bolso de mano, del que sacó un pequeño espejo ovalado, una
barra de labios color pasión y sin prestar atención a quienes la observaban,
perfiló sus gruesos labios con excesiva gracia.
No podía evitar escrutar cada uno de
sus movimientos, a cual, más provocativo. Por momentos le recordaba a la mujer
que un día fue el amor de su vida y que partió de su lado por egoísmo y
felonía. Desde entonces, no volvió a ser el mismo hombre, cariñoso, detallista,
romántico; se convirtió en un depredador de féminas, sin importarle las consecuencias
de sus actos ni los sentimientos de ellas. Sólo buscaba disfrutar de los placeres
de la vida y así, olvidar el daño que una vez le hizo, aquella que decía
amarlo.
Otro en su lugar, se lo pensaría, pero
él estaba tan seguro de sí mismo, de su capacidad para lograr sus propósitos,
que no lo dudó ni un segundo más. Desde la otra punta del bar, cogió la
consumición y se acercó a la barra.
–
Una
mujer tan hermosa no puede estar tanto tiempo sola – susurró a pocos
centímetros de ella – es un crimen.
Ella giró la cabeza para observarlo.
–
No
necesito a nadie – dijo rotundamente, al
tiempo que se tomó de un sorbo el tequila que el
barman le acababa de servir.
–
Ya somos dos – afirmó y dejó que ella se lo
creyera – aunque no pude evitar posar mis ojos sobre tu sugerente silueta.
–
Mira
todo lo que quieras – su voz le parecía incitante.
–
Me
llamo Erick – anunció, tendiéndole su mano derecha.
–
Muy
bien Erick. Dejemos las cosas claras – espetó, girando su taburete hacia el de
él, y descruzando las piernas.
–
Dime
– consiguió articular, sin dejar de observar lo que aquellas piernas medio abiertas
dejaban ver. Estaba acostumbrado a ser él quien llevara las riendas y seducir.
–
Regla
número uno – declaró, levantando el dedo pulgar – nada de nombres.
Erick asintió con la cabeza.
–
Segundo.
Esto va a ser un rollo de una noche, nada más.
Él aprobó con otro movimiento ligero de cabeza, su segunda
regla.
–
Tercera
y última norma: Una vez haya acabado, si te he visto no me acuerdo. Cada uno a
su madriguera – No bajó su dedo corazón hasta que Erick ratificó.
–
Acato
todas tus exigencias, aunque llevas una leve ventaja sobre mí.
–
¡Ah,
sí! – dijo sorprendida la fulgurante y enigmática mujer. En ese momento volvió
a llamar al camarero para que le sirviese otra copa.
–
Pues
sí. Tú ya sabes cómo me llamo.
–
Vaya,
se trata de eso – musitó con semblante pensativo. Tomó el chupito entre sus
dedos y se lo llevó a la boca –, eso lo
arreglamos rápidamente. Si quieres puedes llamarme Afrodita, diosa del amor.
–
Muy
bien Afrodita, pues mis reglas son las siguientes: no hay reglas que valgan, me
gusta todo en una mujer, y cuando estoy con ella lo quiero todo, y todo
significa todo. Me excita que jueguen conmigo en la cama o donde se preste, no
cabe la timidez, el pudor ni la modestia. No llevo reloj, lo que significa que
no controlo el tiempo – tomó aire antes de concluir –. Creo que eso es todo. Ah,
y no soy celoso, pues si quieres puedes traerte a alguna amiga.
Ella se le quedó mirando fijamente, reflexionando sobre cada
punto que había expuesto. <<Qué se ha creído este tío>>.
<<La tengo en el bote, ésta cae, sí o sí>>,
sentenció. Empezaba a estar excitado ante la idea.
Afrodita miró a su alrededor, y con voz
impaciente le dijo al oído:
–
Me encantan los juegos. En el coche llevo un set esperando a ser
estrenado – lo observó por el rabillo del ojo para ver su reacción al tiempo
que se mordía el labio inferior.
–
Hummm, suena muy tentador – respondió Erick con evidente fogosidad.
–
Muy bien. Voy un momento al servicio, no te vayas sin mí – dijo con un
hilo de voz y posando su dedo índice sobre los labios de él.
–
Créeme, no lo haré.
Mientras Afrodita se dirigió al baño
para acicalarse, Erick pidió un whisky doble para ponerse a tono.
–
¿Has visto a esa rubia? – señaló al que estaba al otro lado de la barra.
Él no contestó. Simplemente se limitó a
asentir con la cabeza mientras le daba brillo a unos vasos de cristal.
<<Este engreído se va a enterar
de quién soy yo>> pensó ella.
Volvió a pintarse los labios, se
arregló un poco el pelo y salió del aseo con total tranquilidad y confianza. Se
acercó a él, lo miró directamente a los ojos y le susurró:
–
Tengo un problema, donjuán – sonrió abiertamente.
–
Si se trata de preservativos, no te preocupes, tengo suficientes en mi
coche. De todos los colores y sabores.
Ella se rió descaradamente.
–
Vaya semental estás hecho – vaciló con exagerada amabilidad.
Ella se mesó el pelo para continuar:
–
Has cometido un desafortunado error – sostuvo. El tono de voz había
cambiado.
Erick dejó de tamborilear con los dedos
sobre la barra. Sus miradas se cruzaron y quedaron suspendidas la una en la
otra. Una chica rubia, muy parecida a Afrodita se acercó a ambos y la besó en
los labios. Un beso ardiente, con lengua.
–
Se me había olvidado comentarte– esbozó una sonrisa de satisfacción –,
que me gustan las mujeres. Detesto los hombres como tú, soberbios, altivos,
engreídos y arrogantes, que tratáis a las mujeres como meros objetos a
manipular a vuestro antojo.
Él la miró perplejo y aturdido. Era la
primera vez que lo dejaban plantado, desde la fuga de su mujer con un
ecuatoriano, y no le había gustado la sensación de frustración y ridículo.
–
Ah, no te olvides de pagar la consumición – ordenó gélidamente –. Nosotras
nos vamos a probar el set del que te hablé antes.
Las dos chicas se agarraron de la mano
y salieron del local. Erick se había quedado sin palabras. Al cabo de unos
segundos, pasó los dedos por el pelo y miró consternado hacia el barman, que
aguantaba la risa como buenamente podía. Acabó la copa, pidió la cuenta y huyó
de allí.
SANDRA EC
Oye Sandra!!! Me has dejado de piedra: no tanto como a Eric, pero casi!!
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato y ¿sabes? Me cae bien Afrodita. Aunque no puedo evitarlo: Eric también me caía bien...
Bueno, seguimos leyéndonos. Besos y gracias por compartir tus relatos.
Sí, ambos tienen su puntillo, jajaja, gracias por leerme. Besos
ResponderEliminarAhhhhhhh Sandra!!! siempre me dejas con deseos de mas y los dientes filosos,
ResponderEliminarme encanto el relato.. pobrecito de Erick se quedo con la carabina al hombro, jajajajajajjaja
Jjj escritoras tienen mucha gracia felicidades sandra los seguire leyendo :)
ResponderEliminarGracias Elvia. Me alegro de que te haya gustado. Ese tipo de hombres necesitan de fieras como Afrodita para que le pongan los pies sobre el suelo, jajaja. Besos
ResponderEliminarMuchas gracias Crazydanny por haberlo leído y comentado. Un abrazo
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