miércoles, 18 de junio de 2014

***CELEBRANDO LA MAYORÍA DE EDAD*** (2ª PARTE)

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         Bastante tiempo después, la misma chica que nos atendió en la entrada, entró para hablar con el que había contratado los servicios. El espectáculo había acabado y teníamos que abandonar el salón. Sentía pena por tener que irme, pues aquella mujer había despertado en mí, todos los sentimientos hasta ese momento adormecidos. Tenía la imperiosa necesidad de buscar desahogo, y lo cierto era que no me apetecía nada tener que hacerlo por mi cuenta, con mi propia mano. Calixto, que era así como nosotros llamábamos al pene, había despertado de un largo sueño, y no se conformaba con una simple paja. Quería sentir la humedad de aquella zona estrecha. Ansiaba el contacto con una mujer.
         Mi sorpresa fue que los demás tenían esa misma necesidad. Algunos comentaron de subir con las chicas a las habitaciones, pero yo me opuse rotundamente. No me apetecía tener mi primera relación sexual con una profesional del sexo. Al final todos apoyaron mi negativa y salimos del club.
         Ya en los vehículos, decidimos que antes de rematar la noche, sería bueno hacer una última parada. Michael conocía una discoteca a la cual acudían muchas mujeres guapas, dispuestas a dar todo el cariño del mundo.
         Condujimos apenas cinco minutos, para llegar a una discoteca con demasiada iluminación exterior. El aparcamiento estaba a rebosar de coches. Ahí sí que cobraran las entradas, aunque por ser tan tarde, nos dejaron pasar sin abonar la misma.
         Ya dentro, fuimos directos a la barra. Todos pedimos cerveza y tomamos  asiento. Desde aquella zona, podíamos ver cómo bailaban las chicas en la zona habilitada para ello, y cada cual se quedó con la que más le gustaba. Pocos minutos después, bajamos a la pista y nos fuimos aproximando a ellas. Una chica de piel muy blanca y ojos azules se acercó a mí, y me preguntó cuál era mi nombre. Charlamos durante un buen rato hasta que ella dijo tener sed. La invité a tomar algo en la barra, y después nos sentamos en unos sofás que había en una zona un poco más alta. Noté rápidamente que ella también buscaba algo más que compañía, pero no fui yo quien se lo propuso, pues en breves minutos, su mano acariciaba mis muslos. A simple vista debía tener más de veinticinco años.
         Con delicadeza, enterré mis manos en su cabello ondulado, pero ella respondió con posesividad, abalanzándose sobre mi cuerpo. Su boca acaparaba toda la mía, chupándome, lamiéndome, mordisqueándome. Su fiereza y decisión me habían gustado. En segundos la tenía sentada sobre mí, con las piernas holgadamente abiertas. Deseaba poseerla en aquel momento. Ella me propuso pasar a los servicios, y tiró de mi mano con tenencia. Yo miré hacia todos los lados, pues nunca me había gustado romper las normas. Nadie nos observaba, así que entramos.
         Los baños no eran muy grandes, pero sí lo suficiente como para acoger a dos personas. La rubia cerró la puerta de la entrada con llave y de forma brusca, como poseída, y me miró a los ojos con descaro. Yo esperaba que se lanzara una vez más sobre mí, pero no fue así. Poco a poco, fue desabrochando los exiguos botones de la blusa morada, dejando entrever unas pequeñas montañitas sonrosadas. Me invitó a que me acercara para probar su sabor, y eso hice. Después volvió a separarse de mí y se puso de espaldas. Poco a poco, la falda se fue deslizando piernas abajo, dejando a la vista unas braguitas de encaje negras. La tomé por la cintura y me refregué contra ella, aumentando de esa forma mi erección. Nuevamente tomó el control de la situación, e hizo que me sentara sobre el váter, me quitó la camiseta de manga corta que llevaba puesta, y se agachó para poder acceder mejor a mi pecho. Yo me moría de las ganas de poseerla en aquel mismo instante, pero ella retrasaba el momento. Estaba claro que le encantaba exhibirse y provocar, y lo estaba consiguiendo, vaya que sí.
         Me levanté para disfrutar de su boca, de sus labios en forma de corazón, apoderarme del lóbulo de sus orejas, de su barbilla, de su cuello. Cada vez estaba más y más encendido. Ella volvió a agacharse para quitarme el pantalón corto que llevaba. A la vista quedó mi colosal erección, expectante y a la vez, dolorosa. Necesitaba con urgencia que aliviara esa tortura, ya me daba igual la manera.
         Con primorosa habilidad, tomó mi pene entre sus manos y lo masajeó, acarició, pero yo pedía más. La muy inteligente se dio cuenta, e introdujo a Calixto en su boca. Yo me aferraba a sus cabellos, muerto del deseo.
         Fueron minutos de gloria, en los que disfruté como nunca me lo hubiera imaginado. Esa chica sabía muy bien lo que hacía.
         A punto de llegar al orgasmo, la tomé en brazos y la arrinconé contra la pared azulejada. Tomó mi miembro entre sus manos y ella mismo lo introdujo en su hendidura, húmeda y preparada para el combate. Para ser mi primera vez, no noté demasiado dolor, sí algunas molestias al principio, pero teniendo en cuenta el nivel de excitación, pasaron casi desapercibidas. Ella gritaba como una gatita en celo, pidiendo acometidas más vigorosas. En pocos minutos llegamos al clímax. Nuestros cuerpos chorreaban por todas partes. Había sido extraordinario, mágico.
         En silencio nos vestimos. Ella se acicaló el pelo ante el espejo, y yo me mojé la cabeza con agua fresca. Alguien insistía en entrar, tocando de forma repetida en la puerta. Salimos cogidos de la mano, ante la mirada atónita de dos chicas.

         Mis amigos estaban bailando en la pista con las suyas. Nos unimos a ellos y la noche continuó. 

SANDRA EC

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