Bastante tiempo después, la misma chica
que nos atendió en la entrada, entró para hablar con el que había contratado
los servicios. El espectáculo había acabado y teníamos que abandonar el salón.
Sentía pena por tener que irme, pues aquella mujer había despertado en mí,
todos los sentimientos hasta ese momento adormecidos. Tenía la imperiosa
necesidad de buscar desahogo, y lo cierto era que no me apetecía nada tener que
hacerlo por mi cuenta, con mi propia mano. Calixto, que era así como nosotros
llamábamos al pene, había despertado de un largo sueño, y no se conformaba con
una simple paja. Quería sentir la humedad de aquella zona estrecha. Ansiaba el
contacto con una mujer.
Mi sorpresa fue que los demás tenían
esa misma necesidad. Algunos comentaron de subir con las chicas a las
habitaciones, pero yo me opuse rotundamente. No me apetecía tener mi primera
relación sexual con una profesional del sexo. Al final todos apoyaron mi negativa
y salimos del club.
Ya en los vehículos, decidimos que
antes de rematar la noche, sería bueno hacer una última parada. Michael conocía
una discoteca a la cual acudían muchas mujeres guapas, dispuestas a dar todo el
cariño del mundo.
Condujimos apenas cinco minutos, para llegar
a una discoteca con demasiada iluminación exterior. El aparcamiento estaba a
rebosar de coches. Ahí sí que cobraran las entradas, aunque por ser tan tarde,
nos dejaron pasar sin abonar la misma.
Ya dentro, fuimos directos a la barra.
Todos pedimos cerveza y tomamos asiento.
Desde aquella zona, podíamos ver cómo bailaban las chicas en la zona habilitada
para ello, y cada cual se quedó con la que más le gustaba. Pocos minutos
después, bajamos a la pista y nos fuimos aproximando a ellas. Una chica de piel
muy blanca y ojos azules se acercó a mí, y me preguntó cuál era mi nombre.
Charlamos durante un buen rato hasta que ella dijo tener sed. La invité a tomar
algo en la barra, y después nos sentamos en unos sofás que había en una zona un
poco más alta. Noté rápidamente que ella también buscaba algo más que compañía,
pero no fui yo quien se lo propuso, pues en breves minutos, su mano acariciaba
mis muslos. A simple vista debía tener más de veinticinco años.
Con delicadeza, enterré mis manos en su
cabello ondulado, pero ella respondió con posesividad, abalanzándose sobre mi
cuerpo. Su boca acaparaba toda la mía, chupándome, lamiéndome, mordisqueándome.
Su fiereza y decisión me habían gustado. En segundos la tenía sentada sobre mí,
con las piernas holgadamente abiertas. Deseaba poseerla en aquel momento. Ella
me propuso pasar a los servicios, y tiró de mi mano con tenencia. Yo miré hacia
todos los lados, pues nunca me había gustado romper las normas. Nadie nos
observaba, así que entramos.
Los baños no eran muy grandes, pero sí
lo suficiente como para acoger a dos personas.
La rubia cerró la puerta de la entrada con llave y de forma brusca, como
poseída, y me miró a los ojos con descaro. Yo esperaba que se lanzara una vez
más sobre mí, pero no fue así. Poco a poco, fue desabrochando los exiguos
botones de la blusa morada, dejando entrever unas pequeñas montañitas
sonrosadas. Me invitó a que me acercara para probar su sabor, y eso hice.
Después volvió a separarse de mí y se puso de espaldas. Poco a poco, la falda
se fue deslizando piernas abajo, dejando a la vista unas braguitas de encaje
negras. La tomé por la cintura y me refregué contra ella, aumentando de esa
forma mi erección. Nuevamente tomó el control de la situación, e hizo que me
sentara sobre el váter, me quitó la
camiseta de manga corta que llevaba puesta, y se agachó para poder acceder
mejor a mi pecho. Yo me moría de las ganas de poseerla en aquel mismo instante,
pero ella retrasaba el momento. Estaba claro que le encantaba exhibirse y
provocar, y lo estaba consiguiendo, vaya que sí.
Me levanté para disfrutar de su boca,
de sus labios en forma de corazón, apoderarme del lóbulo de sus orejas, de su
barbilla, de su cuello. Cada vez estaba más y más encendido. Ella volvió a
agacharse para quitarme el pantalón corto que llevaba. A la vista quedó mi
colosal erección, expectante y a la vez, dolorosa. Necesitaba con urgencia que
aliviara esa tortura, ya me daba igual la manera.
Con primorosa habilidad, tomó mi pene
entre sus manos y lo masajeó, acarició, pero yo pedía más. La muy inteligente
se dio cuenta, e introdujo a Calixto en su boca. Yo me aferraba a sus cabellos,
muerto del deseo.
Fueron minutos de gloria, en los que
disfruté como nunca me lo hubiera imaginado. Esa chica sabía muy bien lo que
hacía.
A punto de llegar al orgasmo, la tomé
en brazos y la arrinconé contra la pared azulejada. Tomó mi miembro entre sus
manos y ella mismo lo introdujo en su hendidura, húmeda y preparada para el
combate. Para ser mi primera vez, no noté demasiado dolor, sí algunas molestias
al principio, pero teniendo en cuenta el nivel de excitación, pasaron casi
desapercibidas. Ella gritaba como una gatita en celo, pidiendo acometidas más
vigorosas. En pocos minutos llegamos al clímax. Nuestros cuerpos chorreaban por
todas partes. Había sido extraordinario, mágico.
En silencio nos vestimos. Ella se
acicaló el pelo ante el espejo, y yo me mojé la cabeza con agua fresca. Alguien
insistía en entrar, tocando de forma repetida en
la puerta. Salimos cogidos de la mano, ante la mirada atónita de dos chicas.
Mis amigos estaban bailando en la pista
con las suyas. Nos unimos a ellos y la noche continuó.
SANDRA EC
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