miércoles, 25 de junio de 2014

CELEBRANDO LA MAYORÍA DE EDAD (completo)


         Mis padres no sabían absolutamente nada de lo que iba a ocurrir aquella noche. Su afán por protegerme, hacía que me sintiera todavía más niño, y ya estaba harto de eso.
         El sábado cumplía dieciocho años. Ellos querían organizar algo en casa, con la familia, pero yo les dije que ya era hora de poder celebrarlo con mis amigos del instituto, y otros tantos conocidos. Éstos, planearon una cena en una hamburguesería, a la que acudíamos muy a menudo, y después iríamos de juerga toda la noche.
         En el Burger únicamente pudimos beber cerveza, pero para empezar a calentar motores, fue suficiente. Cualquier cosa nos hacía gracia, aunque siempre respetando a la gente que compartía con nosotros el local.
         Algo bueno que aprendí de mis progenitores, fue elegir conscientemente a mis amigos. Formábamos un grupo bastante compenetrado, pero sobre todo, sano. No nos iban las drogas ni las borracheras de fin de semana. Alguna vez habíamos cogido un contentillo, pero nada que ver con los otros que conocíamos, que acudían fin de semana sí, otro fin de semana también, a hacer botellón.
         Después de llenar el estómago con una buena dosis de comida basura, fuimos a un pub que regentaba el hermano de uno de los compis. El local era relativamente pequeño pero bastante acogedor. Las luces de colores, al compás con la música actual, invitaban a mover el esqueleto. Como la entrada era gratuita, únicamente tuvimos que hacer una consumición por persona. Yo no tenía que conducir, y además, era mi aniversario, con lo cual decidí tomarme otra cerveza. Por una vez, quería darme un capricho.
         Éramos trece chicos y cinco chicas, todos de la misma edad y mismas aficiones. Bailamos y charlamos durante horas, hasta que la gente se fue retirando y nos vimos obligados a abandonar el establecimiento.
         Serían las dos de la madrugada, más o menos, y yo me imaginé que cada uno regresaría a sus casas. Las chicas decidieron dar por finalizada la noche, pero los chicos me propusieron continuar con la marcha, a la que accedí gustoso.
         Tuvimos que caminar un rato para coger los coches de unos que ya tenían el carnet. Condujimos como diez minutos, hasta llegar a un Club nocturno. Yo me quedé un poco fuera de lugar, pues nunca había estado en un sitio de esas características. Sí había escuchado hablar a algunos compañeros de lo que ahí se hacía, pero lo cierto era que nunca me había llamado demasiado la atención.
         Al parecer, ya lo tenían todo organizado. Habían contratado parte de los servicios del local para nosotros.      En un principio tuve cierto recelo y preocupación, pues yo nunca había estado con una mujer en la intimidad. Sí había salido con chicas, pero jamás había sido nada en serio, y menos con sexo. Cuando había que desahogarse, bastaba con un buen masaje en la zona, y si alguna chica se prestaba a practicar una buena felación, mucho mejor.
         En la entrada, dos de ellos se identificaron y ya nos dejaron pasar sin más miramientos.
         En el interior había poca luz. Al fondo, muchos sofás ocupados por chicos y chicas en poses un tanto atrevidas. Una se acercó, y habló con mi amigo Carlos. No sé si él estuvo atento a lo que ella le decía, pero a lo que a mí se refiere, no me enteré de nada. Mis ojos se centraron en unos pechos bien hechos, erguidos y apenas cubiertos con un top de color rojo pasión. Un cinturón del mismo color que el top, cubría parte de su cintura, sobre una falta negra que por la parte trasera, dejaba ver sin tapujos, la tanga del mismo tono. Creo que con sólo verla, mi pene se volvió loco.
         La chica nos guió hasta un reservado, al fondo del local. Cruzamos varias estancias en las cuales se escuchaban gemidos, gritos, aplausos y jadeos. Entramos y la música comenzó a sonar. En medio del salón había una pequeña pasarela, con una barra de acero en el centro. Nos sirvieron de beber y el espectáculo comenzó. Los temas musicales eran sensuales, lentos pero con un toque especial. Una chica con un traje blanco salió por una de las puertas y se acercó. Debajo de la chaqueta no llevaba absolutamente nada, solamente una corbata rosa colgando de su cuello, destacaba sobre la piel morena. Sus movimientos eran sexis, provocativos. Mis amigos estaban como locos, retándola a que se fuera despojando de aquellas prendas, para poder disfrutar de unos pechos maquillados con brillantina. Ella se desmelenaba en aquella barra vertical.
         Sabía perfectamente lo que nosotros queríamos, lo adivinó en nuestras miradas, lascivas y hambrientas. Me invitó a subir para ayudarla a desnudarse. Lo primero que hizo fue decirme que me sentara en una silla y ella sobre mí. Sus manos me fueron guiando, dejándose manosear sin pudor alguno. La sensación de haber tocado aquellos senos hinchados, sudorosos, hizo que me sintiera más animal que nunca. Quité su chaqueta para poder acariciar los pezones, luego le tocó al pantalón, que contaba con corchetes a los lados y, de un tirón desapareció, dejando a la vista un tanga de color dorado y unas piernas bien formadas. Los chicos se morían de la envidia.
         Sonaba Madonna, “Justify my love”. Ella se desenvolvía muy bien sobre el escenario, al ritmo de un tema excesivamente erótico, ofreciéndonos lo que tanto anhelábamos. No sé los demás, pero yo estaba a mil.
         Regresé donde estaban mis amigos, y continuamos con la fiesta. A la rubia despampanante de la pasarela, se unieron dos más, tan ligeras de ropa como la primera. Nuestros ojos estaban a punto de salirse de las órbitas. Las copas de champán se amontonaban sobre las pocas mesas que había en aquel salón.
         Bastante tiempo después, la misma chica que nos atendió en la entrada, entró para hablar con el que había contratado los servicios. El espectáculo había acabado y teníamos que abandonar el salón. Sentía pena por tener que irme, pues aquella mujer había despertado en mí, todos los sentimientos hasta ese momento adormecidos. Tenía la imperiosa necesidad de buscar desahogo, y lo cierto era que no me apetecía nada tener que hacerlo por mi cuenta, con mi propia mano. Calixto, que era así como nosotros llamábamos al pene, había despertado de un largo sueño, y no se conformaba con una simple paja. Quería sentir la humedad de aquella zona estrecha. Ansiaba el contacto con una mujer.
         Mi sorpresa fue que los demás tenían esa misma necesidad. Algunos comentaron de subir con las chicas a las habitaciones, pero yo me opuse rotundamente. No me apetecía tener mi primera relación sexual con una profesional del sexo. Al final todos apoyaron mi negativa y salimos del club.
         Ya en los vehículos, decidimos que antes de rematar la noche, sería bueno hacer una última parada. Michael conocía una discoteca a la cual acudían muchas mujeres guapas, dispuestas a dar todo el cariño del mundo.
         Condujimos apenas cinco minutos, para llegar a una discoteca con demasiada iluminación exterior. El aparcamiento estaba a rebosar de coches. Ahí sí que cobraran las entradas, aunque por ser tan tarde, nos dejaron pasar sin abonar la misma.
         Ya dentro, fuimos directos a la barra. Todos pedimos cerveza y tomamos  asiento. Desde aquella zona, podíamos ver cómo bailaban las chicas en la zona habilitada para ello, y cada cual se quedó con la que más le gustaba. Pocos minutos después, bajamos a la pista y nos fuimos aproximando a ellas. Una chica de piel muy blanca y ojos azules se acercó a mí, y me preguntó cuál era mi nombre. Charlamos durante un buen rato hasta que ella dijo tener sed. La invité a tomar algo en la barra, y después nos sentamos en unos sofás que había en una zona un poco más alta. Noté rápidamente que ella también buscaba algo más que compañía, pero no fui yo quien se lo propuso, pues en breves minutos, su mano acariciaba mis muslos. A simple vista debía tener más de veinticinco años.
         Con delicadeza, enterré mis manos en su cabello ondulado, pero ella respondió con posesividad, abalanzándose sobre mi cuerpo. Su boca acaparaba toda la mía, chupándome, lamiéndome, mordisqueándome. Su fiereza y decisión me habían gustado. En segundos la tenía sentada sobre mí, con las piernas holgadamente abiertas. Deseaba poseerla en aquel momento. Ella me propuso pasar a los servicios, y tiró de mi mano con tenencia. Yo miré hacia todos los lados, pues nunca me había gustado romper las normas. Nadie nos observaba, así que entramos.
         Los baños no eran muy grandes, pero sí lo suficiente como para acoger a dos personas. La rubia cerró la puerta de la entrada con llave y de forma brusca, como poseída, y me miró a los ojos con descaro. Yo esperaba que se lanzara una vez más sobre mí, pero no fue así. Poco a poco, fue desabrochando los exiguos botones de la blusa morada, dejando entrever unas pequeñas montañitas sonrosadas. Me invitó a que me acercara para probar su sabor, y eso hice. Después volvió a separarse de mí y se puso de espaldas. Poco a poco, la falda se fue deslizando piernas abajo, dejando a la vista unas braguitas de encaje negras. La tomé por la cintura y me refregué contra ella, aumentando de esa forma mi erección. Nuevamente tomó el control de la situación, e hizo que me sentara sobre el váter, me quitó la camiseta de manga corta que llevaba puesta, y se agachó para poder acceder mejor a mi pecho. Yo me moría de las ganas de poseerla en aquel mismo instante, pero ella retrasaba el momento. Estaba claro que le encantaba exhibirse y provocar, y lo estaba consiguiendo, vaya que sí.
         Me levanté para disfrutar de su boca, de sus labios en forma de corazón, apoderarme del lóbulo de sus orejas, de su barbilla, de su cuello. Cada vez estaba más y más encendido. Ella volvió a agacharse para quitarme el pantalón corto que llevaba. A la vista quedó mi colosal erección, expectante y a la vez, dolorosa. Necesitaba con urgencia que aliviara esa tortura, ya me daba igual la manera.
         Con primorosa habilidad, tomó mi pene entre sus manos y lo masajeó, acarició, pero yo pedía más. La muy inteligente se dio cuenta, e introdujo a Calixto en su boca. Yo me aferraba a sus cabellos, muerto del deseo.
         Fueron minutos de gloria, en los que disfruté como nunca me lo hubiera imaginado. Esa chica sabía muy bien lo que hacía.
         A punto de llegar al orgasmo, la tomé en brazos y la arrinconé contra la pared azulejada. Tomó mi miembro entre sus manos y ella mismo lo introdujo en su hendidura, húmeda y preparada para el combate. Para ser mi primera vez, no noté demasiado dolor, sí algunas molestias al principio, pero teniendo en cuenta el nivel de excitación, pasaron casi desapercibidas. Ella gritaba como una gatita en celo, pidiendo acometidas más vigorosas. En pocos minutos llegamos al clímax. Nuestros cuerpos chorreaban por todas partes. Había sido extraordinario, mágico.
         En silencio nos vestimos. Ella se acicaló el pelo ante el espejo, y yo me mojé la cabeza con agua fresca. Alguien insistía en entrar, tocando de forma repetida en la puerta. Salimos cogidos de la mano, ante la mirada atónita de dos chicas.

         Mis amigos estaban bailando en la pista con las suyas. Nos unimos a ellos y la noche continuó. 

SANDRA EC

1 comentario:

  1. Vaya Sandra!!! Me gustan tus relatos, pero los eróticos me encantan. Parece increíble cómo, a mi edad, me he etido en la piel de un muchacho de 18 años. Muchas gracias como siempre por compartir tus relatos y nos leemos. Besos.

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