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Estuvo
bajo las mansas aguas unos cuantos minutos, aunque no los suficientes como para
aliviar su deseo. Ella seguía acurrucada en la manta, sin vestirse, observando
cómo se acercaba, con el pene increíblemente erguido, algo que la impresionó
sobremanera. En la novela había leído que cuando un varón se sentía atraído por
una mujer, la primera reacción era que su miembro tomaba forma, pero nunca
pensó que llegara a esos extremos. También había visto ilustraciones que en
alguna ocasión, le habían producido un hormigueo en su vagina.
–
¿Has
visto lo que me has hecho?
–
¿Yo?
– preguntó ella, sin entender.
–
Sí,
tu – se acercó a ella y se arrebujó bajo la misma manta, mirando el río sin
mirar.
–
Lo
siento, no sabía que…… – se puso nerviosa ante el estado de su amigo.
–
Bueno,
esto ocurre cuando una chica provoca a un chico.
–
Pero
yo no lo hice aposta, es más, te pedí que te dieras la vuelta – susurró con voz
graciosa.
–
Pues
tendrás que arreglarlo de alguna manera – dictó Fredy.
–
No
entiendo a qué te refieres – su ingenuidad la delataba.
–
Necesito
que alivies la presión que siento, el deseo hacia ti, por poseerte, por estar
dentro de ti, por disfrutar de tu néctar – sonaba impaciente.
–
Yo
no sé hacer eso y no estoy preparada para ello, todavía no.
–
Yo
te enseñaré, si quieres, claro.
Estiró
un poco sus piernas y agarró con firmeza el pene, acariciándolo suavemente, sin
dejar de contemplar el semblante de Isabela. Poco a poco fue incrementando los
movimientos, más rápidos, precisos, gratificantes. De su boca emanaban gemidos
que ella entendía a la perfección.
–
Prueba
en tu propio cuerpo – recitó con voz entrecortada.
–
¡Cómo!
Mi cuerpo es diferente al tuyo.
–
Solamente
tienes que tocarte, y poco a poco verás como tu cuerpo reacciona a las caricias
y te pedirá que introduzcas tus dedos en la vagina para calmar esa sensación
loca y desesperada.
Isabela
lo hizo, al principio con cierto pudor, hasta que no pudo evitar gimotear y
gritar de placer. Ambos cayeron rendidos en la manta, después de experimentar
una primera sesión de sexo oral.
Pasaron
el día en aquel lugar, comiendo frutos silvestres para ahorrar las pocas
provisiones que tenían. Habían decidido que al día siguiente intentarían pescar
en el río. Para ello prepararon dos lanzas de madera, con la punta muy afilada.
Para
pasar la noche, hicieron una pequeña cabaña, con leña que fueron encontrando,
helechos y otros matorrales que le sirvieron para la construcción de la misma,
y así cobijarse del frío nocturno.
Hicieron un fuego para calentarse las manos y pasaron horas charlando sobre sus
respectivas familias, lo que no les gustaba, lo que más odiaban y lo que les
hubiera gustado cambiar si existiera esa posibilidad. Horas después, se
acostaron sobre la sábana en la que ella había envuelto sus pertenencias. Estaban
agotados y pronto conciliaron el sueño, aunque no les duró mucho tiempo, pues
una manada de lobos comenzó a aullar muy cerca de ellos. Isabela estaba muy
asustada y pensó que aquel sería su final. Fredy salió corriendo y aprovechó
parte del fuego que todavía se mantenía, para rodear la choza. Su padre en
alguna ocasión, le había comentado que esos animales le tenían pavor al fuego,
a pesar de ser agresivos e intimidantes. Gracias a esa maniobra, consiguieron
espantarlos, aunque a lo lejos se podía escuchar todavía sus aullidos.
Estuvieron toda la noche despiertos, expectantes, sin poder pegar ojo.
Por
la mañana decidieron continuar con el viaje, río abajo. El caballo había
descansado lo suficiente y a primera hora habían conseguido algo de pescado para
el almuerzo. El día había amanecido nublado, aunque empezaba a hacer calor.
Fredy le advirtió que debían darse prisa para llegar a una cabaña de pescadores
que había a unas horas, pues se avecinaba una gran tormenta.
Y
así fue. El cielo comenzó a cubrirse de nubes grisáceas, que se desplazaban
velozmente, y a lo lejos podían ver como caían relámpagos, iluminando la zona.
Al fin llegaron a su destino, empapados hasta los huesos. Fredy llevó a Eros
hasta una zona de cobijo mientras ella entraba en la cabaña y encendía el fuego
para secar la ropa que llevaban de repuesto y la que tenían puesta. Fredy entró
con el pescado lavado y lo puso sobre el fuego. Ambos tenían un hambre feroz.
Mientras se asaban las truchas, fueron desvistiéndose, uno frente al otro, sin
palabras, solamente miradas. Fredy volvía a estar sumamente excitado, su
pantalón lo delataba. Un bulto considerable sobresalía del perfil de su cuerpo,
y el simple contacto de su piel con la tela del pantalón lo hacía enloquecer,
incrementando el hambre que sentía por devorar el sexo de Isabela. Ella se dio
cuenta al instante, y le ayudó a sacarse el pantalón, pudiendo comprobar muy de
cerca, la verga ardiente de su amante. La tomó entre sus manos con delicadeza y
mimo, pasando los dedos por aquella piel suave y sensible. Los meneos se
hicieron más rápidos, ocasionando momentos de furor. Ella estaba de rodillas,
frente a él. Fredy la tomó por la cabeza y le guió su miembro hasta su boca, ella
le pasó la lengua con primor, chupeteando la punta con deseo y pasión,
ocasionando que llegara al éxtasis más absoluto. Él la tomó en brazos y la
sentó sobre la mesa que había en el centro de la cabaña. Le subió las faldas e
introdujo sus dedos hábiles entre los pliegues de una piel sedosa, húmeda y
caliente. Ella gemía de placer, asombrada con lo que se podía lograr con los
dedos de las manos en una zona tan íntima. Cuando estaba a punto de llegar al
orgasmo, él retiró los dedos, y para asombro de Isabela, introdujo su boca,
pasando la lengua de arriba hacia abajo, de derecha a izquierda, formando
círculos. Ella le pedía a gritos que no se detuviera.
Después
de esos minutos de gloria divina, se sentaron a comer las truchas.
–
¿Crees
que nos estarán buscando? – rompió el silencio.
–
Seguramente
– contestó Fredy, pensativo.
–
Yo
no quiero volver, me gusta esto.
–
No
podremos escondernos toda la vida – aseguró con cierto aire de preocupación –.
Algún día tendremos que dar la cara.
Después
se acostaron en una tarima de madera que había en una esquina del interior de
la casa, abrazados, escuchando cómo caía la lluvia en el exterior.
Por
la mañana salieron temprano, querían aprovechar el día para alejarse lo máximo
posible de aquellas tierras. Solamente pararon para comer frutos del bosque y
algo de queso que llevaban en la alforja. Por la tarde llegaron a un lago del
cual nunca habían escuchado hablar. Era un lugar mágico, con un agua
cristalina, piedras en todo el contorno del mismo y unas magníficas sombras en
la parte norte. Lazaron a Eros en la mejor zona para poder alimentarse y
decidieron darse un baño. Ya no les importaba quedarse desnudos, uno frente al
otro. En pocos días habían conocido el significado de las palabras erotismo,
desnudez, intimidad.
El
primero en entrar en el agua fue Fredy, invitándola con las manos para que
entrara ya. El agua no parecía estar tan gélida como la del río. Isabela, al
comprobar la agradable temperatura, se zambulló de cabeza, dejando que el pelo
le cubriera el rostro en su totalidad. En segundos, lo tenía pegado a su
cuerpo, sintiendo el contraste entre la temperatura corporal de Fredy y la de
las tranquilas aguas. Por primera vez sus labios se encontraron. Él la besó con
pasión, con frenesí, agarrando con fuerza la cabeza de ella. Le encantaban sus
labios carnosos, le gustaba sufrirlos sobre su cuerpo. Se estaba muriendo de
las ganas de sentirse en su interior, aunque era consciente de que sería la
primera vez para ambos, y tenía que ser muy especial, una ocasión para no
olvidar. Sin embargo, fue ella quien, para la sorpresa de Fredy, colocó la mano
sobre su pene, agudizando así, su locura interior. Su instinto animal despertó,
la levantó y la colocó a la altura de sus caderas, pudiendo sentir en su
vientre la excitación de ella. Con movimientos circulares, fue preparando la
zona, no quería hacerle daño. Los dos necesitaban la acometida para paliar el
fuego que los quemaba por dentro. Ella le clavaba las uñas en la espalda,
clamando ser embestida.
–
¿Estás
preparada? – le susurró al oído.
–
Sí,
lo deseo con todas mis fuerzas – manifestó ella.
–
Quizá
te duela algo al principio, pero si quieres que pare, sólo tienes que pedírmelo
– al mismo tiempo estaba preocupado por ella.
–
Mmmmmm,
no pares y hazlo ya, te lo ruego.
Un
frotamiento más y se sumergió en el interior más puro de ella. Isabela soltó un
pequeño quejido de molestia, más que de dolor, que con el paso de los segundos,
desapareció por completo. Ella se inclinaba hacia atrás, disfrutando de la
fricción de ambos sexos, de cada empuje que recibía, hasta que el éxtasis nubló
sus ojos, produciendo espasmos, dejándolos agotados, sin fuerzas.
Regresaron
hasta donde habían dejado sus cosas y se vistieron. Estaban hambrientos y
tenían que buscar alimentos, pues las reservas se estaban agotando.
Resolvieron
salir a caminar por la zona, en busca de algo que valiera la pena, con tan
buena suerte, que a menos de un kilómetro encontraron una casa de madera
abandonada. Se acercaron con cuidado y tocaron en la puerta, pero nadie les
contestaba ni les abría. Fredy entró con mucho
sigilo, mirando hacia todos los lados. Parecía llevar mucho tiempo abandonada.
Los muebles estaban cubiertos de polvo, las tablas del suelo crujían y había
telarañas por todas partes. En una de las paredes de lo que debía ser un salón,
había colgadas distintas fotografías enmarcadas. Isabela se acercó para ver
mejor, y comprobó que los habitantes de esa casa habían colocado las
fotografías de forma que podías comprobar los cambios físicos, por el tiempo,
que experimentaron los fotografiados. Subieron a la planta de arriba y comprobaron
que había tres dormitorios y una pequeña salita. Salieron nuevamente al
exterior, y en la parte trasera había un establo en el que encontraron sacos
llenos de semillas y una gran extensión de tierra para trabajar.
De
regreso hasta dónde habían dejado sus enseres y el caballo, debatieron si
instalarse en la casa, por lo menos hasta que aparecieran los dueños. Ambos
estuvieron de acuerdo en tomarla prestada. Trabajarían las tierras, cultivarían
productos para poder alimentarse y formarían un hogar, lejos de sus familias.
Con el tiempo, tenían pensado hacerles una visita. Cuando llegaran los hijos.
Sandra Ec
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