Mis padres no sabían
absolutamente nada de lo que iba a ocurrir aquella noche. Su afán por
protegerme, hacía que me sintiera todavía más niño, y ya estaba harto de eso.
El sábado cumplía dieciocho años. Ellos
querían organizar algo en casa, con la familia, pero yo les dije que ya era
hora de poder celebrarlo con mis amigos del instituto, y otros tantos conocidos.
Éstos, planearon una cena en una hamburguesería, a la que acudíamos muy a
menudo, y después iríamos de juerga toda la noche.
En el Burger únicamente pudimos beber
cerveza, pero para empezar a calentar motores, fue suficiente. Cualquier cosa
nos hacía gracia, aunque siempre respetando a la gente que compartía con
nosotros el local.
Algo bueno que aprendí de mis
progenitores, fue elegir conscientemente a mis amigos. Formábamos un grupo
bastante compenetrado, pero sobre todo, sano. No nos iban las drogas ni las
borracheras de fin de semana. Alguna vez habíamos cogido un contentillo, pero
nada que ver con los otros que conocíamos, que acudían fin de semana sí, otro
fin de semana también, a hacer botellón.
Después de llenar el estómago con una
buena dosis de comida basura, fuimos a un pub que regentaba el hermano de uno
de los compis. El local era relativamente pequeño pero bastante acogedor. Las
luces de colores, al compás con la música actual, invitaban a mover el
esqueleto. Como la entrada era gratuita, únicamente tuvimos que hacer una
consumición por persona. Yo no tenía que conducir, y además, era mi
aniversario, con lo cual decidí tomarme otra cerveza. Por una vez, quería darme
un capricho.
Éramos trece chicos y cinco chicas,
todos de la misma edad y mismas aficiones. Bailamos y charlamos durante horas,
hasta que la gente se fue retirando y nos vimos obligados a abandonar el
establecimiento.
Serían las dos de la madrugada, más o
menos, y yo me imaginé que cada uno regresaría a sus casas. Las chicas
decidieron dar por finalizada la noche, pero los chicos me propusieron continuar
con la marcha, a la que accedí gustoso.
Tuvimos que caminar un rato para coger los
coches de unos que ya tenían el carnet. Condujimos como diez minutos, hasta
llegar a un Club nocturno. Yo me quedé un poco fuera de lugar, pues nunca había
estado en un sitio de esas características. Sí había escuchado hablar a algunos
compañeros de lo que ahí se hacía, pero lo cierto era que nunca me había
llamado demasiado la atención.
Al parecer, ya lo tenían todo
organizado. Habían contratado parte de los servicios del local para nosotros. En un principio tuve cierto recelo y
preocupación, pues yo nunca había estado con una mujer en la intimidad. Sí
había salido con chicas, pero jamás había sido nada en serio, y menos con sexo.
Cuando había que desahogarse, bastaba con un buen masaje en la zona, y si
alguna chica se prestaba a practicar una buena felación, mucho mejor.
En la entrada, dos de ellos se
identificaron y ya nos dejaron pasar sin más miramientos.
En el interior había poca luz. Al
fondo, muchos sofás ocupados por chicos y chicas en poses un tanto atrevidas. Una
se acercó, y habló con mi amigo Carlos. No sé si él estuvo atento a lo que ella
le decía, pero a lo que a mí se refiere, no me enteré de nada. Mis ojos se
centraron en unos pechos bien hechos, erguidos y apenas cubiertos con un top de
color rojo pasión. Un cinturón del mismo color que el top, cubría parte de su
cintura, sobre una falta negra que por la parte trasera, dejaba ver sin tapujos,
la tanga del mismo tono. Creo que con sólo verla, mi pene se volvió loco.
La chica nos guió hasta un reservado,
al fondo del local. Cruzamos varias estancias en las cuales se escuchaban
gemidos, gritos, aplausos y jadeos. Entramos y la música comenzó a sonar. En
medio del salón había una pequeña pasarela, con una barra de acero en el
centro. Nos sirvieron de beber y el espectáculo comenzó. Los temas musicales
eran sensuales, lentos pero con un toque especial. Una chica con un traje
blanco salió por una de las puertas y se acercó. Debajo de la chaqueta no
llevaba absolutamente nada, solamente una corbata rosa colgando de su cuello,
destacaba sobre la piel morena. Sus movimientos eran sexis, provocativos. Mis
amigos estaban como locos, retándola a que se fuera despojando de aquellas
prendas, para poder disfrutar de unos pechos maquillados con brillantina. Ella
se desmelenaba en aquella barra vertical.
Sabía perfectamente lo que nosotros
queríamos, lo adivinó en nuestras miradas, lascivas y hambrientas. Me invitó a
subir para ayudarla a desnudarse. Lo primero que hizo fue decirme que me
sentara en una silla y ella sobre mí. Sus manos me fueron guiando, dejándose
manosear sin pudor alguno. La sensación de haber tocado aquellos senos
hinchados, sudorosos, hizo que me sintiera más animal que nunca. Quité su
chaqueta para poder acariciar los pezones, luego le tocó al pantalón, que
contaba con corchetes a los lados y, de un tirón desapareció, dejando a la
vista un tanga de color dorado y unas piernas bien formadas. Los chicos se
morían de la envidia.
Sonaba Madonna, “Justify my love”. Ella
se desenvolvía muy bien sobre el escenario, al ritmo de un tema excesivamente
erótico, ofreciéndonos lo que tanto anhelábamos. No sé los demás, pero yo
estaba a mil.
Regresé donde estaban mis amigos, y
continuamos con la fiesta. A la rubia despampanante de la pasarela, se unieron
dos más, tan ligeras de ropa como la primera. Nuestros ojos estaban a punto de
salirse de las órbitas. Las copas de champán se amontonaban sobre las pocas
mesas que había en aquel salón....................
SANDRA EC
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