viernes, 13 de junio de 2014

LA HORA DE LA METAMORFOSIS


         La casa colgante mantenía siempre la misma temperatura, fría como el hielo, igual que un cadáver. Grandes ventanales con estores en forma de tela de araña ocultaban la luz natural durante el día, además de contar con un sistema especial que Henry había diseñado para él. La había situado en una zona aislada del bullicio, con abundante vegetación y poblado bosque. A cinco metros de altura, podía controlar a todo aquel que osaba acercarse a su humilde morada.
         Aquella tarde las nubes anunciaban tempestad, las copas de los pinos parecían tiras de lágrimas. Todo indicaba que se acercaba un gran temporal.  
         Mark había sido diseñado por Henry en un laboratorio clandestino gracias a una manipulación genética. Una mezcla entre humano, vampiro y reptil. Durante el día, su apariencia era totalmente normal, quizá demasiado perfecta. Dependiendo de cómo se presentara la noche, adoptaba la versión vampiro (noche estrellada) o la de un reptil (noche lluviosa).
         Durante los primeros años de vida, había sido manipulado al antojo de su creador y propietario. A medida que fue creciendo, exigió cierta independencia, imitando a la mayoría de los jóvenes de su edad, pese a sus grandes diferencias.
         Por la mañana acudía a la universidad en moto, para que el viento calara entre la ropa, llegara a su piel y le calmara la necesidad que tenía de poseer al mayor número de mujeres posibles en tiempo record. Había sido proyectado para practicar distintos ensayos y, a la vez, poner en práctica técnicas que la investigación oficial no permitía. Le apasionaba el mundo, las costumbres populares, los idiomas, la gente en sí… Allí, hizo amistades de todo tipo, masculinas, femeninas; y por primera vez, experimentó lo que una persona normal siente al tener relaciones sexuales con otra del mismo o distinto sexo. Había probado con ambos, cierto, pero su debilidad era las mujeres.
         Los actos de copulación eran siempre durante las horas diurnas, pues llegada la noche, no sabía a ciencia cierta, cuál sería su destino. Daba igual el lugar, solamente quería desahogarse de aquella presión que sentía en su entrepierna. La testosterona la tenía por las nubes, los testículos estaban a punto de reventar ante tal apretura y esa continua erección lo mantenía expectante, a la caza.
         Esa misma mañana le echó el ojo a una pelirroja de ojos verdes y labios gruesos. Según había escuchado de otros chicos, tenía las típicas medidas de modelo, noventa sesenta noventa. Se imaginó bajo aquellas caderas alabeadas, exprimiéndole todo su jugo, arrancándole gritos de frenesí. Una sensación incontrolable se apoderaba de él, y hacía que todo lo animal que había en su interior hiciera acto de presencia. Sin pensarlo, se acercó a ella y se presentó. La chica parecía bastante receptiva, y en seguida aceptó salir a dar una vuelta con él en la moto que tenía aparcada no muy lejos. Cogió del cofre frontal los dos cascos y arrancó hacia el valle donde vivía.
         Sin ningún impedimento, accedió a subir por unas escaleras que habían ingeniado para ello. Estaba inmensamente asombrada con la alta tecnología que había en su interior. Mark no esperó más y se abalanzó sobre la joven, enterrando sus manos entre aquel cabello bermejo y rizado. La respiración se tornó agitada, ciertamente desesperada. Su bestia interior emergió, dominando el momento. Los dientes se afilaron y por un momento, ella se separó de su boca, pues había notado algo extraño. En apenas unos segundos, Mark volvía a chuparla, lamerla, mordisquearla, incapaz de controlar sus arrebatos. Deseaba clavar sus dientes agudos en el cuello de ella, pero sabía que eso era imposible a aquella hora. Le desabotonó la blusa que llevaba entreabierta para succionar unos pechos erectos, grandiosos. Sin dejar de gemir, desabrochó los botones de los vaqueros de ella y hundió varios de sus dedos en aquella zona húmeda y, a la vez caliente, esquivando la tanga negra de encaje que llevaba puesta. Sus ojos habían perdido la forma humanoide, convirtiéndose en hostiles. Menos mal que habían apagado la luz, bajado los estores y la claridad exterior ocultaba lo que realmente había bajo aquella coraza.
         Ella hizo lo mismo con él, despojándolo del suéter malva y unos pantalones cortos, quedándose ambos en ropa interior. Mark la arrinconó contra una de las paredes desocupadas del dormitorio, se quitó el slip y a ella la poca ropa que le quedaba encima, la sentó sobre sus vientre y sin preámbulos, la envistió con impaciencia. Ella gimoteaba plácidamente, pidiéndole más y más fuerte. Sus uñas se clavaban en la espalda de él, dejando pruebas evidentes de la fogosidad. Una cola armadilla se desplegó de su trasero, meneándose en cada acometida. El tamaño de su verga se había multiplicado por tres, aunque la chica no protestó en ningún momento, es más, disfrutada en cada penetración. Los dos llegaron conjuntamente al clímax, pero él no era de los que se saciaban con un simple revolcón. Podía llegar a eyacular hasta diez veces seguidas, sin descanso. La tomó en brazos y se la llevó a la cama. Él se acostó por debajo y le pidió que le hiciera una felación. La chica lo miró con cara traviesa, lamiéndose sus propios labios. Se puso de rodillas y pasó la lengua por aquel pene erecto y endurecido, introduciéndolo en la boca hasta la garganta, una y otra vez. Él se agarraba con fuerza a la almohada hasta que no pudo más y con fiereza la tomó de las manos y la sentó sobre su miembro, agarrándola por los muslos para hacer más presión en los movimientos galopantes. Mark gritaba de placer. De su garganta emanaban sonidos poco mortales, le daba igual que ella se sintiera intimidada, al fin y al cabo, sería sólo una vez. Él eyaculó en su interior.
         Era el momento de darle placer a la chica. La acostó sobre la cama, ató las muñecas de ella con una corbata que tenía ya a mano y le abrió ampliamente las piernas para poder introducir lo máximo posible su lengua en el interior de ella. Le encantaba el sabor a sexo reciente, lo excitaba todavía más. Incansable, chupaba con porfía sus labios, insistiendo tercamente en un clítoris considerablemente excitado. Su piel empezaba a cambiar de color, volviéndose áspera y grisácea. El grado de excitación de ambos era absoluto. La chica llegó temblando al orgasmo en pocos minutos. Estaba extasiada, pero Mark seguía encendido. Miró el reloj que tenía sobre la mesita y comprobó que todavía le quedaba tiempo para otro asalto. La tomó por una muñeca y la puso en la posición de perro. Se agarró fuertemente sobre el vientre de ella, le abrió todo lo que pudo las piernas y la asaltó por el ano. En las manos empezaban a salirle escamas verdosas, pero no podía parar. Remataría lo que había comenzado como a él le gustaba, llegando al punto culminante y dejando a su acompañante al borde de un infarto.
         Pero el apogeo se resistió tanto, que la noche empezó a caer, los árboles se movían de forma brusca, chocando los unos con los otros y las nubes adivinaban tormenta. Mark salió corriendo hacia el baño. La chica estaba tumbada en la cama, de espaldas a la ventana y a la puerta por la que había salido él. El sueño se apoderó de ella, a pesar del frío gélido que hacía en aquel habitáculo. Estaba absorta y tremendamente satisfecha con la tarde tan maravillosa que le había ofrecido Mark.
         Mientras, él continuaba encerrado en el baño. Su metamorfosis había comenzado y ya no había marcha atrás. Teniendo en cuenta que la noche se avecinaba tempestuosa, su cuerpo había tomado la forma de “Dragón de Agua Chino”, una especie de iguana de aproximadamente un metro de largo con una larga cola y de color verde encendido. Él necesitaba salir para poder zambullirse en el pantano que Henry había construido fundamentalmente para esas ocasiones. Así como cuando era humano, tenía la imperiosa necesidad de copular incesantemente, cuando era reptil ansiaba nadar y alimentarse de pequeños insectos, orugas, gusanos y lombrices; y cuando se transformaba en un depredador chupasangre, se nutría de plasma humano, buscando por las noches cadáveres frescos, todavía calientes.

         Pasó más de una hora y un relámpago despertó a la chica. Miró a uno y otro lado de la cama, pero Mark no estaba. Lo llamó y no recibió contestación alguna. Preocupada, se cubrió el cuerpo con la sábana,  tocó con los nudillos en la puerta del baño y al no recibir respuesta abrió la misma de forma pausada. Estaba vacío. Se adentró para hacer un pis y cuando se disponía a sentarse en el wáter miró hacia la bañera que estaba a su derecha y dentro encontró una iguana que la observaba atentamente, con aquellos ojos redondos. Pegó un grito y salió corriendo, dejando la puerta abierta. Recogió su ropa del suelo con rapidez y bajó a todo gas por las escaleras de tablillas sin mirar hacia atrás.  

SANDRA EC

5 comentarios:

  1. Original, frenético y muy erótico. Me ha encantado.

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  2. Me encanto!!! Se combinaron perfecto, la ficción y el erotismo, gracias por compartirlo Sandra.

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  3. Bueno, ya no hay sapos que se convierten en príncipes. Sólo hombres de pasión desenfrenada que se convierten en iguanas!! Habrá que tener cuidadito..... jajajaja Gracias por compartirlo, Sandra!! Besitos! <3

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