La casa colgante mantenía siempre la
misma temperatura, fría como el hielo, igual que un cadáver. Grandes ventanales
con estores en forma de tela de araña ocultaban la luz natural durante el día,
además de contar con un sistema especial que Henry había diseñado para él. La
había situado en una zona aislada del bullicio, con abundante vegetación y
poblado bosque. A cinco metros de altura, podía controlar a todo aquel que
osaba acercarse a su humilde morada.
Aquella tarde las nubes anunciaban
tempestad, las copas de los pinos parecían tiras de lágrimas. Todo indicaba que
se acercaba un gran temporal.
Mark había sido diseñado por Henry en
un laboratorio clandestino gracias a una manipulación genética. Una mezcla
entre humano, vampiro y reptil. Durante el día, su apariencia era totalmente normal,
quizá demasiado perfecta. Dependiendo de cómo se presentara la noche, adoptaba
la versión vampiro (noche estrellada) o la de un reptil (noche lluviosa).
Durante los primeros años de vida,
había sido manipulado al antojo de su creador y propietario. A medida que fue
creciendo, exigió cierta independencia, imitando a la mayoría de los jóvenes de
su edad, pese a sus grandes diferencias.
Por la mañana acudía a la universidad
en moto, para que el viento calara entre la ropa, llegara a su piel y le
calmara la necesidad que tenía de poseer al mayor número de mujeres posibles en
tiempo record. Había sido proyectado para practicar distintos ensayos y, a la
vez, poner en práctica técnicas que la investigación oficial no permitía. Le
apasionaba el mundo, las costumbres populares, los idiomas, la gente en sí…
Allí, hizo amistades de todo tipo, masculinas, femeninas; y por primera vez,
experimentó lo que una persona normal siente al tener relaciones sexuales con
otra del mismo o distinto sexo. Había probado con ambos, cierto, pero su
debilidad era las mujeres.
Los actos de copulación eran siempre
durante las horas diurnas, pues llegada la noche, no sabía a ciencia cierta,
cuál sería su destino. Daba igual el lugar, solamente quería desahogarse de
aquella presión que sentía en su entrepierna. La testosterona la tenía por las
nubes, los testículos estaban a punto de reventar ante tal apretura y esa
continua erección lo mantenía expectante, a la caza.
Esa misma mañana le echó el ojo a una
pelirroja de ojos verdes y labios gruesos. Según había escuchado de otros
chicos, tenía las típicas medidas de modelo, noventa sesenta noventa. Se
imaginó bajo aquellas caderas alabeadas, exprimiéndole todo su jugo,
arrancándole gritos de frenesí. Una sensación incontrolable se apoderaba de él,
y hacía que todo lo animal que había en su interior hiciera acto de presencia.
Sin pensarlo, se acercó a ella y se presentó. La chica parecía bastante
receptiva, y en seguida aceptó salir a dar una vuelta con él en la moto que
tenía aparcada no muy lejos. Cogió del cofre frontal los dos cascos y arrancó
hacia el valle donde vivía.
Sin ningún impedimento, accedió a subir
por unas escaleras que habían ingeniado para ello. Estaba inmensamente
asombrada con la alta tecnología que había en su interior. Mark no esperó más y
se abalanzó sobre la joven, enterrando sus manos entre aquel cabello bermejo y
rizado. La respiración se tornó agitada, ciertamente desesperada. Su bestia interior
emergió, dominando el momento. Los dientes se afilaron y por un momento, ella
se separó de su boca, pues había notado algo extraño. En apenas unos segundos,
Mark volvía a chuparla, lamerla, mordisquearla, incapaz de controlar sus
arrebatos. Deseaba clavar sus dientes agudos en el cuello de ella, pero sabía
que eso era imposible a aquella hora. Le desabotonó la blusa que llevaba
entreabierta para succionar unos pechos erectos, grandiosos. Sin dejar de
gemir, desabrochó los botones de los vaqueros de ella y hundió varios de sus
dedos en aquella zona húmeda y, a la vez caliente, esquivando la tanga negra de
encaje que llevaba puesta. Sus ojos habían perdido la forma humanoide,
convirtiéndose en hostiles. Menos mal que habían apagado la luz, bajado los estores
y la claridad exterior ocultaba lo que realmente había bajo aquella coraza.
Ella hizo lo mismo con él, despojándolo
del suéter malva y unos pantalones cortos, quedándose ambos en ropa interior.
Mark la arrinconó contra una de las paredes desocupadas del dormitorio, se quitó
el slip y a ella la poca ropa que le quedaba encima, la sentó sobre sus vientre
y sin preámbulos, la envistió con impaciencia. Ella gimoteaba plácidamente,
pidiéndole más y más fuerte. Sus uñas se clavaban en la espalda de él, dejando
pruebas evidentes de la fogosidad. Una cola armadilla se desplegó de su
trasero, meneándose en cada acometida. El tamaño de su verga se había multiplicado
por tres, aunque la chica no protestó en ningún momento, es más, disfrutada en
cada penetración. Los dos llegaron conjuntamente al clímax, pero él no era de
los que se saciaban con un simple revolcón. Podía llegar a eyacular hasta diez
veces seguidas, sin descanso. La tomó en brazos y se la llevó a la cama. Él se
acostó por debajo y le pidió que le hiciera una felación. La chica lo miró con
cara traviesa, lamiéndose sus propios labios. Se puso de rodillas y pasó la
lengua por aquel pene erecto y endurecido, introduciéndolo en la boca hasta la
garganta, una y otra vez. Él se agarraba con fuerza a la almohada hasta que no
pudo más y con fiereza la tomó de las manos y la sentó sobre su miembro,
agarrándola por los muslos para hacer más presión en los movimientos
galopantes. Mark gritaba de placer. De su garganta emanaban sonidos poco
mortales, le daba igual que ella se sintiera intimidada, al fin y al cabo,
sería sólo una vez. Él eyaculó en su interior.
Era el momento de darle placer a la
chica. La acostó sobre la cama, ató las muñecas de ella con una corbata que
tenía ya a mano y le abrió ampliamente las piernas para poder introducir lo
máximo posible su lengua en el interior de ella. Le encantaba el sabor a sexo
reciente, lo excitaba todavía más. Incansable, chupaba con porfía sus labios,
insistiendo tercamente en un clítoris considerablemente excitado. Su piel
empezaba a cambiar de color, volviéndose áspera y grisácea. El grado de
excitación de ambos era absoluto. La chica llegó temblando al orgasmo en pocos
minutos. Estaba extasiada, pero Mark seguía encendido. Miró el reloj que tenía
sobre la mesita y comprobó que todavía le quedaba tiempo para otro asalto. La
tomó por una muñeca y la puso en la posición de perro. Se agarró fuertemente
sobre el vientre de ella, le abrió todo lo que pudo las piernas y la asaltó por
el ano. En las manos empezaban a salirle escamas verdosas, pero no podía parar.
Remataría lo que había comenzado como a él le gustaba, llegando al punto
culminante y dejando a su acompañante al borde de un infarto.
Pero el apogeo se resistió tanto, que
la noche empezó a caer, los árboles se movían de forma brusca, chocando los
unos con los otros y las nubes adivinaban tormenta. Mark salió corriendo hacia
el baño. La chica estaba tumbada en la cama, de espaldas a la ventana y a la
puerta por la que había salido él. El sueño se apoderó de ella, a pesar del
frío gélido que hacía en aquel habitáculo. Estaba absorta y tremendamente
satisfecha con la tarde tan maravillosa que le había ofrecido Mark.
Mientras, él continuaba encerrado en el
baño. Su metamorfosis había comenzado y ya no había marcha atrás. Teniendo en
cuenta que la noche se avecinaba tempestuosa, su cuerpo había tomado la forma
de “Dragón de Agua Chino”, una especie de iguana de aproximadamente un metro de
largo con una larga cola y de color verde encendido. Él necesitaba salir para
poder zambullirse en el pantano que Henry había construido fundamentalmente
para esas ocasiones. Así como cuando era humano, tenía la imperiosa necesidad
de copular incesantemente, cuando era reptil ansiaba nadar y alimentarse de pequeños
insectos, orugas, gusanos y lombrices; y cuando se transformaba en un
depredador chupasangre, se nutría de plasma humano, buscando por las noches
cadáveres frescos, todavía calientes.
Pasó más de una hora y un relámpago
despertó a la chica. Miró a uno y otro lado de la cama, pero Mark no estaba. Lo
llamó y no recibió contestación alguna. Preocupada, se cubrió el cuerpo con la
sábana, tocó con los nudillos en la
puerta del baño y al no recibir respuesta abrió la misma de forma pausada.
Estaba vacío. Se adentró para hacer un pis y cuando se disponía a sentarse en
el wáter miró hacia la bañera que estaba a su derecha y dentro encontró una
iguana que la observaba atentamente, con aquellos ojos redondos. Pegó un grito
y salió corriendo, dejando la puerta abierta. Recogió su ropa del suelo con
rapidez y bajó a todo gas por las escaleras de tablillas sin mirar hacia atrás.
SANDRA EC
Original, frenético y muy erótico. Me ha encantado.
ResponderEliminarGracias, Max.
ResponderEliminarMuy chulo!!
ResponderEliminarGracias!!
Me encanto!!! Se combinaron perfecto, la ficción y el erotismo, gracias por compartirlo Sandra.
ResponderEliminarBueno, ya no hay sapos que se convierten en príncipes. Sólo hombres de pasión desenfrenada que se convierten en iguanas!! Habrá que tener cuidadito..... jajajaja Gracias por compartirlo, Sandra!! Besitos! <3
ResponderEliminar