Alicia
se siente engañada y ultrajada. Ha dedicado parte de su vida en matrimonio, al
cuidado de su marido y de los padres de éste. No se puede creer que ahora él la
engañe con otra chica, más joven que ella, con recursos económicos y de
apariencia física ciertamente envidiable. Al parecer, es la sobrina de los
jefes de éste y trabaja en la oficina de la empresa.
Se sienta en el sofá, aturdida, una vez colgado el teléfono. Su amiga
Carla la acaba de llamar para advertirle de que
ha pasado por el coche de su marido que estaba aparcado en un club de alterne
en las cercanías del pueblo. No se atreve a coger las llaves del turismo y
dirigirse a la dirección que le acaba de dar, teniendo en cuenta que su amiga
le dijo que la acompañaría. Siente miedo de enfrentarse a la realidad, a pesar
de sus muchas sospechas. Se acomoda en el sofá y decide esperar a su marido
para pedirle explicaciones.
Mientras, Tony disfruta de la noche
acompañado de un compañero de trabajo, cuya vida familiar deja mucho que
desear. Ambos acostumbran a menudear por las noches determinados
clubs de alterne. Ya tienen las chichas seleccionadas.
El sueño quiere hacer acto de
presencia, pero Alicia consigue no quedarse dormida. Necesita ver la cara que
pone su marido al reprocharle sus sospechas y temores. Para ello, va cambiando
los canales de televisión con rapidez y sin mostrar especial interés por ninguno.
Pasan varias horas. Unos pasos atropellados se escuchan en las escaleras interiores de la
vivienda. Las llaves no atinan a entrar debidamente por la cerradura de la
puerta. Él las maldice y refunfuña entre
dientes. Una vez que consigue entrar, Alicia se levanta del sofá y lo mira a
los ojos, chispeantes y enrojecidos. Tony sonríe pícaramente e intenta
acercarse a ella. Siempre que bebe unas copas de más, se pone pesado y
manoseador. Ella consigue escapar de sus zarpas y lo mira a la cara fríamente.
Le pregunta si ha estado haciendo horas extras, a lo que él responde que podría
decirse que sí, sin más. Las palabras le salen entrecortadas, sin coordinación.
Dando bandazos, se dirige al sofá y cae sobre él bruscamente, incapaz de
reaccionar ante el golpe que se ha dado en la zona lumbar. A los pocos
segundos, ya se escuchan sus ronquidos y el aliento a alcohol inunda todo el
salón. Alicia no da crédito a todo lo que le está ocurriendo. No entiende cómo
su marido la evita e ignora, pero sobre todo, no entiende por qué le ha pasado
a ella.
Es irrefutable que la relación
matrimonial hace años que se ve dañada. Ya no hay complicidad, deseo, morbo,
pasión, ya no hay amor. Él sale todas las noches con sus compañeros de trabajo
a tomar cervezas y llega a casa achispado. En muchas ocasiones, lo tienen que
traer a la casa porque no se encuentra en condiciones de conducir. Sus padres
no ven nada anormal, piensan que es totalmente natural salir con los colegas a
tomar algo, después del estrés del trabajo. Mientras, Alicia pasa todo el día
en la casa de campo, cuida de sus suegros, atiende los animales, limpia y
cocina. El no le permite trabajar fuera de casa.
Treinta minutos después, ya tiene
recogidos todos sus enseres y llama por teléfono a un taxi. Mientras espera en
la entrada, deja una nota manuscrita sobre la mesa de centro, en la que dice que se va para casa de sus padres.
Que no le llame, ni la busque, que necesita tiempo para reflexionar sobre
la relación.
A los pocos minutos, se escucha el
claxon del taxista. Alicia sale con varias maletas y las introduce en el
maletero del taxi, ayudada por el conductor. Antes de partir, vuelve al
domicilio y junto a la nota, deja las llaves y ojea a Tony por última vez. Le
parece increíble haber tomado la decisión de abandonar la vivienda y a su marido.
Necesita hacer un cambio de sentido en su vida, necesita tiempo para sí misma.
“Ahí te quedas con tu borrachera y
tus guarras”. Estas fueron sus últimas palabras, antes de emprender un nuevo
camino hacia el cambio.
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