Los hechos se remontan al año 1977, concretamente al fatídico veintisiete de marzo. Mi hermana mayor llevaba casada con aquel canalla diez angustiosos años. En su rostro se adivinaba el calvario que había sufrido. No había sido sólo violencia física. Su estima estaba a ras del suelo laureada por los insultos, calumnias, humillaciones en silencio y envilecimientos.
Un buen día, agotada y desgastada de esa vida desventurada y mohína, de esa crónica tan diferente a lo que se había imaginado antes de casarse, acudió a una asociación de mujeres maltratadas. Al llegar a la puerta, dudó entre entrar y dar la vuelta. Las manos le temblaban, tenía miedo o quizás fuese cobardía. En el vidrio de la antepuerta, pudo distinguir su cara mustia y triste, protegida con unas gafas de sol oscuras y un pañuelo árabe tipo Hiyab. La salida de una chica joven, con la cara marcada de golpes, le dio ese último empujón que tanto necesitaba y decidió entrar. Ya dentro, fue atendida por varias voluntarias y personal especializado, donde la asesoraron convenientemente, pero sobre todo, le ofrecieron ayuda, cariño, respeto y, lo más importante, un hombro donde llorar sin sentirse avergonzada.
Acudía a todas las asambleas, juntas o congresos que se organizaban en la asociación, gracias a las ausencias prolongadas de su marido por motivos de trabajo. Allí compartían los problemas en voz alta, se animaban mutuamente y cuando salía, parecía que los problemas no eran tan graves. Se sentía querida y respetada. Durante los meses que acudió a esa asociación, se documentó concienzudamente, incluso había asistido a cursos de defensa personal.
Pero su situación personal en el ámbito doméstico era irresistible, invicta. Cada vez que él regresaba de viaje, vivía un infierno. Los celos, acompañados de altas dosis de alcohol por parte de su marido, eran enfermizos, parejos al sufrimiento de una neoplasia maligna. Él nunca cambiaria su forma de ser, ni las maneras de tratarla. En su boca, jamás se había escuchado un por favor, gracias, te quiero, me gustas, te echo de menos, estás muy guapa … te necesito, te amo. Todo lo contrario. Solamente se oían gritos, menosprecios, lamentaciones y golpes. Algún que otro mueble, había sufrido los asaltos de su ira. Ella tenía la perentoria necesidad de huir de aquel ególatra narcisista. Nunca había pedido lujos ni una vida acomodada. No quería joyas, ni ropa cara, ni viajes, ni siquiera salir a cenar alguna noche al mes, ni ir al cine. Esos menesteres no le quitaban el sueño. Pedía amor, esa atracción emocional que muchos experimentaban, y que no les deja dormir por las noches a merced del deseo y la pasión. ¿qué precio tendría que pagar para conseguirlo?
Ayudada por las asesoras de la asociación, decidió alejarse del que, decían ser, su marido. Organizó una huida fugaz, sin testigos ni pesares, reservando un billete de avión para ese ominoso día. Cambiaría de país, de idioma, de costumbres. Lo cambiaria todo por un poco de tranquilidad.
La noche anterior a la huida, fue incapaz de dormir. Estaba ansiosa y preocupada. Deseaba con todas sus fuerzas que aquello saliera bien. Decidió, por tanto, escribir dos cartas de despedida. La primera, dirigida a sus padres. Pedía disculpas por tan escabullido éxodo y no entró en demasiados detalles. Les prometió que les llamaría por teléfono, una vez hubiera encontrado una estabilidad. También pedía que no la juzgaran, simplemente, que respetaran su silencio.
La segunda misiva, iba dirigida a él, ésta, muy escueta y sobria. El nombre de su marido no aparecía por ninguna parte, se dirigía a él con indiferencia, la misma que había sentido ella todos aquellos años de reclusión. En dos escuetas frases había resumido su vida matrimonial.
“Nuestro matrimonio es un barco naufragado hace mucho tiempo y sin opciones de rescate”
“Tú no eres nadie para decidir por mí, yo vivo mi vida, yo decido con quién y cómo, no permitiré que vuelvas a ponerme una mano encima. Ojalá nunca te hubiera conocido”.
El gran día llegó. Su marido salió a trabajar temprano, como acostumbraba a hacer cuando no estaba de viaje. Ella preparó su reducida maleta, recuperó los documentos más importantes, algunas fotografías de su familia y guardó las dos cartas en el bolso de mano. Se sentía eufórica. Se dio una ducha con agua bien caliente y cogió del armario su chándal preferido de Adidas color fucsia. Antes de salir, preparó una tila bien cargada para aliviar su sistema nervioso y llamó a un taxi para que la acercara al aeropuerto.
Una vez en la terminal, localizó la zona de facturación, seguido del control de seguridad, donde le hicieron despojarse del único anillo que llevaba en la mano derecha. Su anillo de casada. Salvados todos los obstáculos, se dirigió hasta la puerta de embarque y tomó asiento, mientras llegaba la hora. Aprovechó para leer un libro que le habían regalado en la asociación de la autora Esmeralda Berbel titulado “Trátame bien”.
Por fin, por megafonía, anunciaron la apertura de la puerta de embarque. Con urgencia se incorporó y se puso a la cola. Mientras esperaba, se fijaba en las familias felices que viajaban, en los matrimonios unidos, en las manos entrelazadas, besos de película, conversaciones sobre las vacaciones. Todo ello, le hacía sentirse todavía más desdichada, aunque con un pequeño y esperanzado hilo de confianza.
Unos minutos después, ya estaba dentro del avión y ocupando su asiento que, previamente, había reservado. Sería la primera vez que viajara en ese medio, lo cual, le producía cierta inquietud. En cuando el avión empezó a moverse por la pista de despegue, no pudo reprimir aquel llanto que llevaba tanto tiempo confinado en su corazón.
La familia se enteró de la fuga por las noticias en la prensa, al facilitar los nombres de las víctimas. Nadie antes había sospechado nada.
Entre las pertenencias que consiguieron recuperar en el avión accidentado, se encontraban fotografías de la infancia y adolescencia, pero ninguna del matrimonio. También había un sobre con dos cartas que fueron entregadas a los respectivos destinatarios.
Tan triste final, para tan GRANDE decisión...
ResponderEliminarGracias Sandra por compartir tus relatos.
Nos leemos. Besos.