viernes, 9 de mayo de 2014

LA ENVIDIA SÍ EXISTE

LA ENVIDIA ENTRE COMPAÑERAS DE OFICINA SÍ EXISTE


            Mucha gente opina que trabajar en una oficina, es oficio de señoritos. Por estar sentado en un sillón, sin mancharse las manos, nada más que para afilar los lápices o cambiar el cartucho de la impresora, por comer el tentempié de media mañana cómodamente y tener la ropa impoluta a diario.
            Carolina se había esforzado mucho para conseguir acabar la carrera de sus sueños en tiempo record, además del sacrificio que habían hecho sus padres económicamente. Mientras sus amigas de la infancia salían de juerga todos los fines de semana, conocían gente nueva y disfrutaban de la juventud, ella se pasaba todo el día encerrada en la habitación de estudios o en la biblioteca pública. Cuando hablaban por teléfono, le decían que era una anticuada y que no sabía lo que se estaba perdiendo. Hubo momentos en los que tuvo el impulso de salir tras ellas y comprobar realmente cómo era la vida nocturna, pero al rato reconsideraba la idea y se concentraba en lo que más le gustaba, mentalizándose de que, en poco más de un año, estaría fuera de la universidad, su segunda casa hasta el momento.
            Los meses pasaron a la velocidad de la luz. Al fin, tenía la licenciatura que tanto esfuerzo le había supuesto. Quería realizar algún master pero primero se centraría en conseguir un empleo para poder aligerar, un poco, el bolsillo de su familia. En seguida se puso a dejar currículums vitae en las empresas del contorno. Le daba igual el sector, necesitaba conseguir dinero para seguir estudiando y a la vez, salir de compras con su prima Claudia, sin tener que mendigar.
            Once días después de haber entregado los primeros curriculums, recibió la llamada de una empresa en la que le ofrecían un puesto en secretaría. Le hicieron una entrevista y a la semana siguiente, ya comenzó a trabajar. Una maravillosa noticia que celebró en un centro comercial, comprando ropa adecuada para el puesto, pues lo que tenía era bastante informal. Le gustaba ir bien vestida, elegante y a la vez femenina. Las pocas veces que había salido con sus amigas, en temporada estival, había conseguido llamar la atención de la compañía masculina. Toda la ropa le sentaba como la seda, nunca necesitaba arreglos.
            Lo mismo se podía decir de su rostro. Era tan perfecto, que apenas necesitaba retoques. No obstante, solía ponerse un poco de maquillaje en un tono, casi imperceptible y muy natural, al igual que la sombra de ojos, sin olvidarse del eyeliner y de la barra de labios, que nunca faltaba en su bolso. Su sonrisa transmitía calidez y empatía. Los ojos eran el espejo de su alma, limpia, transparente y pura.
            La oficina era amplia, iluminada y cómoda, con muebles de madera color pino. Un agradable sonido salía de un pequeño reproductor de música, que tenían sobre uno de los cinco armarios. También disponían de una impresora por puesto de trabajo y una máquina de aire acondicionado, que en invierno utilizaban para dar calor al habitáculo. Los sillones parecían cómodos, tapizados en tela, brazos imitando a madera, abatibles y giratorios. En la parte izquierda, había dos despachos cerrados. El primero estaba destinado como sala de juntas y el otro lo usaba el gerente. Ambos decorados con muebles de madera en color nogal oscuro, dos cuadros estilo clásico y la imprescindible máquina de aire acondicionado colocada en el techo.
            Su zona de trabajo estaba situada a la entrada de la oficina, seguido de los puestos de administración y contabilidad. Estos últimos, ocupados por dos chicas que la miraban con recelo desde el primer día de su llegada a la empresa, cosa que no entendía, pues prácticamente no había tenido contacto con ellas. El trabajo que le habían asignado, era entretenido. Las horas pasaban rápido, casi sin darse cuenta. En cuanto al jefe, no podía más que elogiarlo, puesto que le brindaba toda la ayuda posible. Le había caído bien desde el día de la entrevista personal, sobre todo porque olía deliciosamente a Dolce & Gabbana. Siempre vestía de traje y sin corbata, normalmente en tonos oscuros y camisas vistosas pero, a la vez, con mucho garbo. Físicamente estaba para mojar pan. Aparentaba treinta y pocos años. Se notaba que iba al gimnasio porque tenía muy marcados los músculos de las piernas y de los brazos, especialmente bíceps y aductores, sin olvidarse de los glúteos.
            Varias ocasiones en las que había tenido dudas con respecto a su trabajo, se lo había consultado a las compañeras, pero éstas contestaran con monosílabos y no le aclaraban los problemas. Fue entonces, cuando optó por ir directamente al grano, obviando a las allí presentes y saltando al siguiente eslabón. 
            En esas ocasiones, sus dos compañeras aprovechaban la coyuntura, para salir de la madriguera y criticar a todo bicho viviente. Se pasaban el día enjuiciando a las chicas de los otros departamentos, las actrices famosas, cantantes populares, vecinos. Todo les  valía. Eran felices metiéndose en la vida privada de los demás.
        ¡Pero qué se cree la nueva! – exclamó Silvia, mientras se levantaba de su puesto de trabajo para acercarse a la compañera que tenía a pocos metros. – Solamente lleva en la oficina una semana y no sale del despacho del jefe. ¡Pero esto qué es! Tú y yo llevamos en esta empresa siete años y cada vez que deseamos hablar con él, tenemos que pedir audiencia, y ella, con su contoneo de caderas, esas faldas ajustadas y sus vertiginosos escotes, da un toquecito en la puerta y para dentro – canturreaba con voz maliciosa–. Cría fama y échate a dormir, decía mi abuela. No se puede ser tan modestita Antía, debemos cambiar nuestros modales y vestuario, –dijo con sorna.
        Habla por ti guapa –contestó su compañera con aquella voz pelusera que tenía, riendo y moviendo la mano derecha mientras se  abanicaba, al tiempo que guiñaba el ojo derecho, – yo pienso seguir en la misma línea, no voy a cambiar ni un ápice. Te digo yo, que ésa va por mal camino, ya lo verás, si hablando con ella te das cuenta de lo inculta que es. Veremos si es como el perro del hortelano, que ni come, ni deja comer. En cuanto se enteren los jefes de arriba de los movimientos de estos dos, rodarán cabezas. Tú haz los que quieras, pero yo quiero estar aquí presente para verlo y reírme un poco – vitoreó muy convencida, entretanto que cruzaba las piernas.

SANDRA EC

1 comentario:

  1. Jooooooo... Pero cada cuánto publicarás?? Cuánto tenemos que esperar para leerte??jajajaja Te leo!!! Besos.

    ResponderEliminar