Era una tarde calurosa del mes de julio, de esas en
las cuales, lo único que deseas, es estar bajo el agua de una cascada,
protegida del sol. Alexia tenía trabajo pendiente. Durante los meses estivales,
la empresa donde trabajaba permanecía cerrada por las tardes, debido al
insoportable calor que atravesaba las inmensas cristaleras con vistas a la gran
manzana. Ni la máquina de aire acondicionado conseguía ambientar las
gigantescas oficinas. No le apetecía trabajar en casa, que a pesar de ser más fresca,
no le inspiraba lo suficiente. Debía escribir el discurso para la conferencia
en Valladolid del día siguiente y para ello, necesitaba el contacto directo con
la naturaleza.
Subió al desván y cogió la bicicleta urbana,
que había comprado en una feria organizada por ella, años atrás, y se dirigió
al parque más cercano, considerado como el pulmón de la ciudad. Ya en el
interior del mismo, eligió estirar su toalla en una zona poco concurrida, sin
el bullicio de los niños, jugando alegres bajo los chorros del agua y sus
madres reprendiéndoles. Desde aquel árbol centenario, podía ver la ciudad al
norte, colmada de gigantescos edificios comerciales y al frente, un lago
artificial por el que transitaban gansos y patos en total armonía.
Amaba aquellas vistas armónicas y el sonido de la
naturaleza virgen. Había pasado la mayor parte de su vida viviendo en el campo
con su familia, entre animales, frutales, plantas, tierra y abundante agua.
Después se mudó a la ciudad para ir a la universidad y posteriormente para
trabajar.
Estuvo trabajando, alrededor de dos intensas y
fructíferas horas con su portátil, donde tenía toda la información. Únicamente
le quedaban pequeños retoques y ya estaría listo para el día siguiente. Estaba
orgullosa por el trabajo realizado, pues cada día se mostraba más exigente
consigo misma. Decidió levantarse, y estirar un poco las piernas, antes de
volver a coger la bici para regresar a su apartamento.
Una vez desperezado su cuerpo, cogió la bicicleta del
suelo con ánimo de abandonar el lugar, con tan mala suerte, que en ese mismo
instante y justo a su lado, pasaba un chico haciendo deporte. El corredor cayó
al suelo de bruces. El golpe no había sido muy fuerte, pues Alexia todavía no
había cogido velocidad, aunque sí, el susto para ambos. Avergonzada, le ayudó a
incorporarse del suelo y revisó las rodillas y los brazos del chico varias
veces, para comprobar que no tuviera ninguna contusión grave a la vista. Estaba
muy nerviosa y no sabía cómo actuar en una situación como esa. Nunca antes había
atropellado a nadie.
–
¿De verdad te encuentras bien? – había
preguntado con un tono de voz angustiado.
–
Creo que sí. Sólo han sido unos
rasguños, nada más – contestó él sonriente – suerte que el suelo no está
pavimentado.
–
No me lo puedo creer, de verdad. Es la
primera vez que me pasa algo así, no era mi intención tirarte al suelo, créeme
– necesitaba justificar sus actos.
–
Me lo imagino, faltaría más – bromeó él.
–
Seguro que algo se te ha roto, o al
menos a mí me pasaría. ¿quieres que llame a una ambulancia? – insistió Alexia.
–
No, para nada. Puedo mover todo sin
problemas – exclamó él, al tiempo que movía piernas y brazos para
tranquilizarla.
En ningún momento de la conversación, se habían
mirado a los ojos. Ella, empecinada en encontrar algún hueso roto en aquel
cuerpo fornido y atlético, y él, preocupado por el histerismo de Alexia.
Un extraño impulso, hizo que tomara las manos de
Alexia entre las suyas y con semblante tranquilo y mirándola a los ojos le dijo:
–
No te preocupes tanto, me encuentro
bien.
Fue
justamente en ese momento, mientras se cruzaban las miradas, cuando se fijó en
el rostro del chico y tuvo la sensación de que lo conocía de algo.
–
¿Alexia? – preguntó el corredor, algo
sorprendido.
–
¿Nos conocemos? – contestó Alexia
interrogativamente –. Me suena tu cara, pero no sé de qué ni de dónde.
Era Tomás, un compañero de instituto con el que, en
el pasado, tanto había soñado y con el que nunca había logrado entablar una
conversación. Siempre lo había evitado, procurando no acudir a los lugares que
él y su pandilla frecuentaban, y en clase, se sentaba en el otro extremo para
no cruzarse con él. Tomás era el chico más popular del instituto, con el que
todas fantaseaban tener una aventura.
Él la había
reconocido, incluso antes que ella, después de tantos años. Se mostraba fascinado
por la casualidad y gratamente sorprendido por el cambio que había
experimentado.
–
Estás guapísima, de verdad, el tiempo ha
sido generoso contigo – la oteó de arriba abajo, fijándose muy especialmente,
en lo bien que le sentaba aquel vestido corto con escote palabra de honor y de
color azul celeste, a juego con los ojos.
–
¡Lo
mismo digo de ti, vaya casualidad! – vaciló sofocada.
Estaba distinta a como él la recordaba en el
instituto, con aquella ropa desgastada, floja y extravagante. Allí, las otras
chicas se vestían de forma ostentosa, con aires de exhibicionismo, estrenando
cada día un modelo y compitiendo unas con otras. Ella en cambio, procuraba no
destacar y se esforzaba por pasar inadvertida, sintiéndose a menudo, fuera de
lugar. Cada vez que recordaba aquellas prendas, sentía vergüenza y a la vez,
agradecimiento a sus tíos, pues toda esa ropa, había sido heredada de sus
primas mayores. Solamente por Navidad, sus padres se podían permitían el lujo
de comprarles ropa nueva. Sus hermanas menores, no se percataban de la
situación ni se fijaban en cómo vestían las compañeras de clase. Sin embargo, Alexia
estaba convencida de que ningún chico repararía
en ella, entre otras cosas, porque la ropa que vestía estaba
pasada de moda y no era de su estilo.
Tomás, por el contrario, había sido el donjuán del
instituto. ¡Era imposible pasar desapercibido con aquel cuerpazo! Sonrisa de revista,
tez morena, ojos azules y pelo color negro azabache; eran parte de los reclamos
con los que conquistaba a todas las chicas que se le acercaban. Pero además de
contar con un físico apabullante, capaz de quitar el aliento a cualquiera, era
inteligente. Tenía la cabeza bien amueblada y sabía cuáles eran sus metas,
independientemente de que también le gustase pasarlo bien.
Ya no había atisbos de aquella Alexia del pasado, la
belleza natural que poseía desde niña,
se había multiplicado con creces. Físicamente, era una chica muy agraciada.
Metro setenta y dos de altura, ojos color azul eléctrico, pelo castaño ceniza, piel
dorada, medidas de impacto y labios carnosos. Habitualmente y por motivos de
trabajo, su vestuario consistía en formales trajes oscuros, de falda o
pantalón, pero a la vez, muy sugerentes y sexys, y zapatos o sandalias de
tacón; algo que distaba mucho de cómo iba vestida esa tarde.
En cuanto a Tomás, a primera vista, no había
cambiado demasiado. Seguía siendo el chico atractivo y seductor que recordaba
de antaño.
Una vez recuperados del singular accidente y la sorpresa mayúscula, se sentaron bajo la sombra del
alcornoque, recordando los viejos tiempos. Cada uno, contó lo que había hecho
durante los quince años que habían pasado y lo que hacían en la actualidad.
Por un lado, Alexia había estudiado ingeniería
energética en la universidad de Sevilla y Tomás, se había especializado en
ciencias del deporte en la universidad de Granada. Actualmente, ella trabajaba
como asesor energético en una reconocida firma y él, era docente en un colegio
de secundaria y en su tiempo libre, entrenador
deportivo.
Hablaron largo y tendido, Tomás se había mostrado muy
interesado en todo lo relacionado con la carrera de ella, queriendo saber más y
más. Ya no sentía dolor en las rodillas ni en las muñecas, y sí mucha
satisfacción de haber tropezado casualmente con Alexia. Le gustaba como
gesticulaba al hablar, sobre todo tratándose de su trabajo, su forma de cruzar
las piernas, de sonreír y en especial, su mirada, cálida y sincera. Ya no era
aquella chica escurridiza, miedosa y fría del instituto.
Empezaba a anochecer y el móvil de Tomás sonó en el
bolsillo del short de running color verde aceituna que llevaba puesto. La
conversación apenas duró un minuto.
–
Era mi madre – se excusó – Me pasaría
toda la noche hablando contigo pero debo irme – argumentó Tomás, a
regañadientes.
–
Y yo también. No me había dado cuenta de
la hora que es, además, debo acabar el trabajo en casa.
–
¿Tienes algo con qué escribir por
ahí? – preguntó Tomás.
–
Sí, aquí tienes – y le ofreció un
bolígrafo y una hoja de papel.
–
Perfecto. Éste es mi número de teléfono
y mi correo electrónico ¿me das el tuyo?
–
Espera que te lo escribo yo misma – y le
cogió el bolígrafo de su mano, provocando en él una sensación de calor al sentir
el roce de sus suaves dedos y el fresco aroma a un perfume embriagador.
–
¡Qué te parece si mañana quedamos para
cenar! – más que una pregunta, era una exigencia –. Me gustaría continuar con
la conversación, conozco un restaurante asiático en la otra punta de la ciudad
en el que se come muy bien.
–
Me parece estupendo. Este fin de semana
no tenía pensado visitar a mis padres en el pueblo. Aprovecharé el puente de la
semana próxima para viajar – contestó muy animada. Estaba cansada de pasar
todos los días de descanso sola.
Se despidieron con dos besos y cada uno cogió un camino
distinto.
Al llegar a casa, se dio una ducha rápida, se puso
un pijama de verano, preparó una taza de té blanco y se fue directamente para
el despacho a revisar nuevamente el discurso. Tenía que estar perfecto en todos
los sentidos. Sería un momento muy importante para ella, pues se jugaba su
prestigio y la posibilidad de ascender.
Antes de acostarse, llamó por teléfono a sus padres
para saber cómo se encontraban y comentarles que ese fin de semana no iría a
casa, que la esperaran al próximo.
A la mañana siguiente, cogió el primer vuelo hacia
Valladolid, acompañada de dos asistentes. Ya allí, les esperaba un vehículo
para desplazarlos hasta el Instituto ferial, donde realizarían el congreso.
Segura de sí misma, ofreció el producto que su
empresa promocionaba, pues estaba convencida de que las energías renovables
eran el futuro. Tras ella, una pantalla iba ofreciendo imágenes de su trabajo y
de las ventajas que suponía apostar por las renovables.
Arrancó aplausos y vítores a todos los allí
presentes. Había sido todo un éxito. Los invitados solicitaban más información
a sus asistentes. Los folletos y las tarjetas de presentación, se habían
agotada en poco minutos.
Ya de vuelta a casa, fue felicitada por sus
superiores y compañeros de departamento. Ella insistía en que el mérito era de
todos, no sólo suyo. Se sentía plena y muy satisfecha.
A media tarde, y mientras se relajaba en su bañera de
mármol negro Marquina, recibió el aviso de un mensaje de texto. Era Tomás,
interesándose por cómo había ido el congreso.
–
¡¡Hola guapetona!! ¿cómo te ha ido esta
mañana?
–
¡Muy bien!, ya te contaré – contestó
orgullosa.
–
Vale, te recojo sobre las nueve.
–
¿Dónde quedamos? – preguntó Alexia.
–
Es cierto, no sé dónde vives, ¡vaya
despiste!
–
Paseo de la Independencia, 203 – escribió.
–
Por cierto, ¿llevarás el vestido de
ayer?
–
¿Por qué lo preguntas? – quiso saber,
intrigada.
–
Vaya bocazas que soy, perdona. Debo
tener la cabeza en los pies. Lo que quería decir, es que ayer estabas sumamente
hermosa con aquel vestido – se justificó a la espera de la respuesta de Alexia.
–
Gracias por lo de hermosa, y no, ése
precisamente no – contestó sonriendo al otro lado.
<<Será mejor, ya lo
verás>>.
Estaba cansadísima de estar todo el
día sobre tacones. No le apetecía volver a ponérselos. Buscó en el armario y
encontró algo más casual pero igual de sexy y que podría combinar con unas
sandalias un poco más bajas. Se trataba de un vestido marrón granate corto de
crepé, con cuello de pico y mangas de murciélago a juego con unas sandalias de
cinco centímetros de tacón y del mismo color. El pelo se lo había recogido en
un moño, dándole forma de donut. Se maquilló primorosamente y se dejó minar por
su perfume favorito.
A las nueve en punto, husmeó por la
ventana del salón y consiguió ver un coche negro delante de su apartamento. Bajó
las escaleras con avidez y allí estaba él, entretenido con el móvil mientras la
esperaba sentado en el asiento del conductor. Al ver que se acercaba Alexia,
bajó del coche para saludarla con dos besos.
–
¡Hola,
cómo estás! – Canturreó alegremente.
–
¡Bien!, muy bien.
–
Lo noto en tu sonrisa – respondió
pletórico.
–
¿Qué te parece éste? – le preguntó, estirando los brazos y mostrando
su modelo. Se imaginaba la contestación, pero quería escucharlo.
–
Sin duda, estás maravillosa, no me salen
ahora los adjetivos – le hubiera gustado decirle que la comería a besos en
aquel mismo instante, arrollándola contra el coche y mostrándole todo lo que
había despertado en él.
–
Cuando quieras nos vamos – apuntó.
Necesitaba recuperarse del calentón. Sus mejillas ardían, a pesar del
maquillaje.
Entraron en el vehículo y se
dirigieron al restaurante asiático que conocía Tomás, donde estuvieron cerca de
dos horas. La conversación se había centrado en ella. Alexia le había contado
lo bien que le había ido en el congreso por la mañana y que estaba muy
orgullosa del trabajo realizado. Él no dejaba de admirarla mientras hablaba, sin
quitar la vista de unos labios sensuales y tremendamente carnales que pedían a
gritos ser amados.
Una vez finalizada la cena, Tomás la
invitó a bailar. Se trataba de un local muy selecto, con un aforo muy limitado
y en donde tomaron una copa, sentados en la barra. El local empezaba a llenarse
de gente, en su mayoría parejas. Al fondo, una pantalla mostraba los videos de
las canciones que sonaban. La música, exquisitamente seleccionada, invitaba a
bailar, existiendo la posibilidad de hablar con el pinchadiscos y pedirle una
canción en concreto, que fue lo que hizo Tomás sin antes comentárselo.
–
¡Bailas! – susurró en el oído de Alexia.
–
Te advierto que no estoy entrenada en el
arte del baile. No me hago responsable de los daños ocasionados – bromeó ella,
excitada por el momento.
–
Correré el riesgo – musitó mientras le
cogía la mano para acercarse al salón de baile.
La cogió por la cintura con pasión,
acercándose de tal forma, que podía sentir su agitación. Manos y piernas
fundiéndose en un solo elemento. La música comenzó a sonar de fondo.
–
¿Te gusta Ana Gabriel? – preguntó con cierto
frenesí.
–
Me encantan todas sus canciones y sus
letras.
–
Me alegro, porque esta canción la pedí especialmente
para ti. Espero que la sientas igual que yo – susurró entre sus cabellos.
<< ¿Cómo puede saber Tomás,
que ésta era mi canción favorita?>>
Alexia había visto la película “Baila
conmigo” decenas de veces, donde actuaba Chayanne y Vanessa Williams; le
parecía muy erótica y sensual.
–
¿Cómo lo has sabido? – preguntó
emocionada.
–
¿Cómo he sabido qué? – se hizo el loco.
–
¡Cómo has sabido que es mi canción
preferida! – exclamó, conmovida e impresionada por lo mucho que la estaba
sorprendiendo.
–
Digamos que tenemos los mismos gustos –
confesó, rozándole sus labios contra el lóbulo de la oreja de Alexia.
Una excitación se apoderó del cuerpo
de Alexia, buscando acoplarse entre los calurosos y ardientes brazos de él, que
sensualmente y al ritmo de la música, musitaba la canción al oído de ella.
Con movimientos lentos y
apasionados, bailaban en el centro de la pista, ajenos al resto de los
presentes, deseando que el momento fuera eterno, perpetuo en el tiempo.
–
Te deseo, Alexia – dijo mirándola
fijamente a los ojos – desde ayer no he dejado de pensar en ti. Me gustan tus
ojos, tu nariz, tu boca y esos labios carnosos y húmedos. Me gusta tu forma de
hablar, de gesticular, de moverte.
Alexia seguía sin pronunciarse,
abrazada a él. Se sentía como en una nube de terciopelo, cautivada por el
agradable aroma a perfume masculino y aquellas palabras que para ella
significaban tanto.
–
¿Quieres que salgamos? – preguntó, ante
el mutismo de ella.
–
Será mejor, aquí hace demasiado calor –
insinuó tímidamente.
La cogió de la mano y salieron del
local, sin más palabras.
En la salida, la cubrió con su
cuerpo duro y llameante, incapaz de contener el impulso de besarla apasionadamente,
cogiéndole el pelo entre sus manos, largas y juguetonas, para hacer más presión
en su boca. Un deseo embriagador recorrió todo su cuerpo, candente y excitado.
–
¿Lo deseas tanto como yo? – le preguntó
entre jadeos – ¿sientes la necesidad de beber de mi, de acariciar mi cuerpo
desnudo bajo el tuyo, de chupar mis labios hasta arrancármelos? ¿lo sientes?
<<No te puedes ni imaginar
cuanto>>.
Alexia era incapaz de responder. Se preguntaba
qué contestar, si sentía lo mismo que Tomás. Ardía por dentro sólo con tenerlo
cerca; sentía sudores, palpitaciones y otras sensaciones, tanto tiempo ocultas
en su interior.
–
¿Vamos a mi casa? Dijo entre gemidos
entrecortados.
–
Sí –
rogó con voz ansiosa.
Cogidos de la mano, partieron
imperiosamente hacia el apartamento de Tomás, donde gozarían de aquel volcán en
erupción, donde darían rienda suelta a aquella ola titánica que parecía un
tsunami a punto de chocar contra las rocas.
Una sensación arrebatadora se
apoderó de Alexia al cruzar el umbral del apartamento. Todo allí era
extremadamente viril, comenzando por el aroma a Armani Code, la sobriedad de
los muebles y la exquisita selección en los tapizados.
–
¡Mi humilde morada! – argumentó con una
sonrisa en los labios – ponte cómoda, buscaré algo para beber.
Alexia observaba todo con delicadeza.
El salón era muy acogedor, con un sofá blanco de tres plazas en piel con dos
cojines de terciopelo negros. Sobre uno de los reposabrazos, descansaba una
pequeña manta, dando calidez. La alfombra era de pelo largo, cuadrada y de
color negro, sobra la que yacía una mesa de cristal. Frente al gran ventanal,
lucía una mesa de comedor en cristal transparente con cuatro sillas de polipiel
en negro. Frente al sofá, había colocado un mueble modular blanco y negro, muy
elegante y a la vez moderno. Dos lámparas colgantes y con mucho estilo,
iluminaban y daban vida al habitáculo. Pequeños elementos decorativos adornaban
la estancia, dándole un toque personal.
Alexia estaba abrumada viendo cada
detalle, embriagada por el refinado gusto de Tomás. No lo escuchó llegar.
–
¿Te gusta? – preguntó tras ella con dos
copas en la mano.
–
Tiene mucha clase, perfecta combinación
y un estilo acorde contigo – contestó Alexia, impresionada por su presencia.
–
¿Qué te apetece escuchar? – dudó
mientras le entregaba la copa de vino.
–
¡Sorpréndeme de nuevo! – insinuó con la
copa pegada a sus labios.
Se acercó al mueble donde había una
gran colección de discos, sacó un cd-rom y la música comenzó a sonar
premiosamente. Él se arrimó, sin dejar de mirarla a los ojos abrasadoramente, le
retiró la copa con sumo cuidado y se colocó tras ella.
–
¿Lo sientes? – susurró a sus espaldas
entretanto abrazaba su cuerpo tiernamente – ¿Te gusta Camila?
–
Todas sus canciones, pero ésta en
especial, ¿cómo lo has sabido? – musitó hechizada, al ritmo de la música.
–
“Bésame, como si el mundo se acabara
después, bésame, y beso a beso pon el cielo al revés, bésame, sin razón, porque
quiere el corazón…” – cantaba sensualmente al oído de Alexia.
–
Sí… lo siento – contestó excitada.
–
Quiero perderme en tu piel, Alexia,
sentir tu aliento en mi cara, llegar hasta el fondo de tu ser e inhalar el
excitante aroma que desprendes. Me gustaría esculpir tu cuerpo desnudo
acariciando cada pliegue, saborear tus dulces labios y llegar juntos a un clímax
supremo.
Al compás de la música la giró hacia
él, sintiendo sus pezones, duros y erguidos por el deleite, y agarró el rostro
de ella entre sus manos para intensificar el beso. Espasmos de placer recorrían
cada centímetro de sus cuerpos, como un fuego candente que se aviva cada vez
más.
–
Ven, estaremos más cómodos en el
dormitorio – confesó, con una mirada seductora.
Si el salón le había parecido
extraordinario, el dormitorio le pareció maravilloso. Un espacio sencillo,
funcional y muy íntimo. Cabecero de madera de color gris, a juego con el
sifonier, dos mesitas de noche y el espejo. Encima, un edredón elegante y
sobrio, combinando el color negro y el gris. Las alfombras eran del mismo tono
que los muebles y sobre la cama colgaba una lámpara de techo negro diamante de
la que irradiaba una luz muy tenue, ideal para la primera vez.
El deseo le oscurecía la mirada y lo
hacía todavía más irresistible. Le rozó sutilmente los labios con los suyos,
provocando en ella, un placer irrefrenable. Las piernas le flaqueaban, el
seguía provocándola al ritmo de la melodía, moviendo las caderas en círculos
eróticos mientras se restregaba contra Alexia, mordisqueando y lamiendo las
zonas más erógenas. Un frotamiento placentero que dejaba en evidencia la
apremiante erección de él. Su cuerpo se arqueaba por el deseo y el placer.
–
Dame un minuto – rogó Tomás, que se fue
directo al vestidor.
–
Pero…. – protestó, ansiosa de sus besos
y caricias.
Diez segundos después estaba tras
ella, besándole el cuello.
–
¿Confías en mí? – quiso saber antes de
taparle los ojos con una de sus corbatas.
–
Sí – asintió de forma rotunda –, pero lo
que vayas a hacer, hazlo ya.
Pasó la corbata de lino y color
berenjena por los ojos de Alexia. Gemidos entrecortados escapaban de su boca,
abierta por la excitación. La giró sobre su cuerpo y la puso frente a él,
desabrochando lentamente los pequeños botones laterales de su vestido. Segundos
después, estaba desnuda ante él. Con mirada lasciva, inspeccionó cada
centímetro de su aterciopelada piel, pasando el dorso de sus dedos por los
muslos, la espalda, los brazos; besando su cuello, hombros, orejas y abdomen.
–
Quiero verte – pidió entre jadeos.
–
Todavía no es el momento – le susurró al
oído.
De pronto, volvió a desaparecer.
Sólo se escuchaba la música que sonaba en el salón.
–
¿Me echaste de menos? – siseó.
Algo frío y fresco pasó por sus
labios, hinchados y ardientes. Quiso tomarlo en sus manos pero él la frenó. Esa
cosa bajó por su cuello, dejando surcos en su empapada piel, hasta llegar al
ombligo. Ella lo seguía con sus tiernas manos, muerta de placer. Por la
textura, se trataba de una fruta, fresca y estimulante.
–
¡Quítame esto! – requirió con urgencia.
Acto seguido, Tomás retiró la
corbata de sus achispados ojos y le ofreció la fresa encarnada que antes había
naufragado por su extasiado cuerpo. Después la besó con premura, introduciendo
lánguidamente su lengua en la boca de ella. Los movimientos eran cada vez más
dinámicos y descontrolados.
–
Ahora me toca a mí – espetó Alexia sin
más preámbulos, empujándolo hacia la cama.
Se sentó sobre sus muslos, y comenzó
a desnudarlo pausadamente, cubriendo su pecho robusto, con besos y chupando sus
pequeños pezones, pudiendo sentir su respiración entrecortada. Se apartó hacia
un lado y desabrochó el cinturón de Gucci seguido de los jeans ajustados. Una
ola desenfrenada y excitante recorrió el cuerpo de Tomás, abrasándolo
interiormente. Un agradable aroma a excitación invadió el dormitorio. Él,
rotundo ante el fervor que lo amenazaba, la cogió tenazmente y la volvió a
sentar sobre su cuerpo, con las piernas ampliamente abiertas, de tal forma, que
Alexia podía sentir palpitar su miembro viril.
Minutos después, volvió a tomar el
mando Tomás, sin dejar de mirarla a los ojos con expresión provocativa. La besó
tan intensamente, que perdió el control, de tal forma que ya no sabía dónde
terminaba él y comenzaba ella. Él pasó su lengua alrededor de aquellas pequeñas
montañas sonrosadas, acariciándolas con su mejilla. Aquella apremiante erección
imploraba una inminente embestida. Dos cuerpos inflamados deseando llegar al
orgasmo. El cuerpo de Alexia se arqueaba por el placer que le administraba.
–
Hazlo ya, por favor – gritó ella.
Obediente, buscó aquella abertura,
húmeda y plegada, que los llevaría hasta el elíseo. Las caderas de ella
cedieron, cuando Tomás comenzó su anhelada acometida. La escuchó gemir, jadear
y retorcerse sobre las sábanas de seda. Sonidos primitivos escapaban de sus
labios, hinchados por los besos. Los movimientos, que comenzaron lentos y
pausados, pasaron a ser firmes y consistentes, buscando llegar juntos, y en el
mismo momento, al éxtasis final. Minutos después, yacían abrazados en la cama,
mirándose a los ojos tiernamente. No hacía falta palabras, bastaba con mirarse,
para saber a ciencia cierta, que había sido una noche maravillosa, difícil de
olvidar, y así pasaron todo el fin de semana, deleitándose en el deseo, el
placer y el amor.
SANDRA EC
Una accdentada oportunidad,transformada en los deseos y momentos bonitos,esos que a todos nos gustaria vivir,aunque a veces nos conformemos con sonarlos,,bueno algo es algo,que sugerente el relatoy que entretenido!!!!!!
ResponderEliminarMuy chulo. Me sorprende la facilidad que tienes para crear estos relatos.
ResponderEliminarMuchas gracias Ana Fernández y Mar García por vuestras palabras. Muackssss
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