Era una tarde calurosa de verano, cuando Alexia
tropezó bruscamente con Tomás, el chico más popular del instituto, con el que
todas soñaban pasar el resto de sus días.
Físicamente, era una chica muy agraciada. Metro
setenta y dos de altura, ojos color azul eléctrico, pelo castaño ceniza y
labios carnosos. Su imagen exterior distorsionaba las buenísimas cualidades
corporales. El vestuario habitual consistía en prendas usadas que le regalaban sus
primas mayores. Solamente por Navidad, sus padres que,
por aquel entonces, estaban pasando una mala racha económica, se permitían el
lujo de comprarles ropa nueva. Alexia estaba convencida de que, de esa forma, ningún chico se fijaría en ella.
Entre otras cosas, porque la ropa que vestía estaba
pasada de moda y no era de su estilo. Se odiaba
por ello y sentía mucha vergüenza.
En el instituto, había chicas que se vestían de
forma ostentosa, con aires de exhibicionismo desmesurado, como si de una
competición se tratase. Ella en cambio, procuraba no destacar y se esforzaba
por pasar desapercibida, sentía que estaba fuera de lugar.
Tomás, por el contrario, había sido el donjuán del
instituto. ¡Era imposible pasar desapercibido con aquel cuerpazo! Sonrisa de
playboy, tez morena, ojos azules y pelo color negro azabache, eran parte de los
reclamos con los que conquistaba a todas las chicas que se le acercaban. Además
de contar con un físico apabullante, era inteligente. Tenía la cabeza bien
amueblada y sabía cuáles eran sus metas.
Ambos acabaron sus respectivas carreras, a sabiendas
de los esfuerzos que los padres de Alexia habían tenido que hacer y consiguieron triunfar laboralmente.
Ya no había
atisbos de aquella Alexia del pasado. La belleza natural que poseía desde niña, se había
multiplicado con creces. Piel dorada por el verano y medidas de impacto que
aprovechaba para lucir con ropa sugerente y sexy. En cuanto a Tomás,
físicamente no había cambiado demasiado. Seguía siendo un hombre atractivo y
seductor.
Esa tarde, Alexia se encontraba en el parque de la
ciudad. Tenía que escribir el discurso para la conferencia en Valladolid del
día siguiente. Había elegido un lugar apartado del bullicio de los niños que
jugaban alegres bajos los chorros de agua. Debido a las altas temperaturas, se
cobijó debajo de un árbol centenario.
El encuentro casual, se produjo cuando ella se
disponía a abandonar el lugar. Había cogido su bicicleta sin darse cuenta de que, en ese mismo momento y justo a su lado, pasaba
un chico haciendo deporte. El golpe no había sido muy fuerte, aunque sí, el
susto. Alexia le pidió disculpas un tanto avergonzada. Revisó las rodillas y
los brazos del atropellado varias veces, para comprobar que no tuviera ninguna
contusión a la vista. Estaba muy nerviosa y no sabía cómo actuar en una situación
como la que tenía en frente. Tomás, instintivamente, le cogió las dos manos y
sonriendo le dijo que no se preocupara tanto, que se encontraba bien. Fue
justamente en ese momento, cuando se fijó en el rostro del chico y consiguió
recordar de quién se trataba. Era Tomás, el compañero de instituto con el que,
en el pasado, tanto había soñado y con el que nunca había logrado entablar una
conversación. Siempre lo había evitado y procuraba no acudir a los lugares que
él frecuentaba.
Tomás también la había reconocido. Se quedó muy
sorprendido por el cambio que había experimentado. Fascinado por lo bien que le sentaba aquel vestido corto con
escote palabra de honor y de color azul celeste, a juego con los ojos. Algo
totalmente distinto a lo que recordaba del pasado, con aquella ropa un tanto
desgastada, muy floja y mezclando colores.
Estuvieron un buen rato charlando bajo la sombra del
alcornoque. Cada uno contó lo que había hecho durante los quince años que
habían pasado y lo que hacían en la actualidad. Tomás se veía muy interesado en
todo lo relacionado con Alexia y se le notaba en la mirada ardiente y cálida. Fue
entonces cuando le propuso quedar para el día siguiente por la noche. Irían a cenar
a un restaurante asiático que él conocía. Acto seguido, intercambiaron los
números de teléfono y se despidieron con un caluroso beso.
Alexia nunca se hubiera imaginado que, en medio de la naturaleza, en pleno verano y después de tantos años sin verse, Tomás se
acordaría de ella, tanto como para invitarla a cenar al día siguiente. Se
sentía la mujer más feliz del planeta por ello. Estaba deseando que pasasen las
horas para seguir conversando con el chico que había acaparado todos sus sueños
en la juventud, el mismo chico que
parecía haber mostrado interés en ella.
Al llegar a casa, se dio una ducha rápida, preparó
una taza de té blanco y se fue directamente para el despacho a revisar
nuevamente el discurso. Quería que fuera perfecto, que no faltase ni una coma o
un punto. Sería un momento muy importante para ella, se jugaba su prestigio y
la posibilidad de poder viajar por todo el mundo.
SANDRA EC
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