Hola Elisabeth.
Después de cuatro largos y angustiosos meses,
por fin he decidido ponerle voz a mis sentimientos.
Como bien sabes, el trabajo que realizo es
dueño absoluto de mi vida, no lo he de negar. Hago lo que me gusta y encima me
pagan por ello, y eso, a día de hoy, es una fortuna. A fin de cuentas, nada más
ocupa mi vida, mi tiempo, mi espacio, en definitiva, mi corazón.
Nunca te he ocultado nada y lo sabes. Nos
conocimos de forma casual, en aquella cafetería de la esquina, sí, la de Chato.
Antes de empezar mi turno, desayunaba y
ojeaba el periódico, pero aquel día apareciste tú, y nunca más volvió a ser
como antes. Recuerdo que llevabas una falda a la altura de la rodilla
exquisitamente ajustada a tu figura, dejando entrever esa perfección que tanto
te traiciona, y tu inseparable maletín de ejecutivo de piel.
Aquella mañana llegué diez minutos tarde
para fichar. Había varias urgencias esperándome pero lo cierto fue que no me
importó, por una vez, no me importó. Me había gustado como charlabas con el
camarero, como ojeabas tu agenda, rebosante de citas y la manera gesticulante
de hablar por teléfono. Lo reconozco, sentí atracción hacia ti, como si de un
imán se tratase y me obligó a acudir todos los días a la misma hora para verte.
Las primeras veces fui para averiguar más
cosas sobre tu persona, lo cual no fue difícil porque en el mismo café me
soplaron todo lo que ansiaba conocer. Después forcé un encuentro casual,
¿recuerdas? Tú te dirigías al servicio y yo me topé de frente contigo. A partir
de ese día, me senté a tu lado, en un taburete en la esquina de la barra,
escudriñé conversaciones que nos gustaran a ambos y me gané tu confianza, y si
me preguntas si lo volvería a hacer, te respondo rotundamente que sí.
Después vinieron algunas citas, siempre
que mi ocupación me lo permitía. Lo admito, han sido menos de las que hubiera
querido, pues mi interés por ti era y sigue siendo grande. Sentía afinidad y
deseo de tenerte cerca, sentir tu aliento aterciopelado moviendo mi pelo, tus
manos delicadas, quebradizas, acariciando mi rostro, esos ojos verdes agua,
acechándome.
Nunca olvidaré nuestra primera vez
desnudos, uno frente al otro. Ambos llevábamos tiempo deseándolo, pero como
siempre, había prioridades, principalmente por mi parte. Habíamos salido a
cenar y luego te invité a subir a mi apartamento. Me acuerdo que te había
encantado el sofá y la decoración del salón. Precisamente ahí, fue donde nos
desahogamos de aquel fuego que nos carbonizaba por dentro y por fuera. Yo tenía
la intención de ir despacio, poco a poco, pero la pasión y el afán por verme
dentro de ese talle, me superó, y vuelvo a repetir, no me arrepiento. Sin
darnos cuenta, estábamos quitando la ropa del otro de forma apurada, violenta;
los besos se hacían cada vez más vigorosos, fogosos, excitantes. No había
tiempo para juegos ni deleite, esa vez no. Deseábamos conseguir un placer
aledaño, convulsionarnos de manera descontrolada, saciar nuestra sed y
excitante posesividad y así fue, y me permito recordarlo con palabras. Te tomé
en brazos hasta la mesa del salón y allí, separaste las piernas para yo poder
colocarme entre ellas, gemías solicitando que te llenara por completo. Puedo
sentir todavía esa excitación, ese momento de éxtasis, incluso tus uñas
aguijonando mi piel. Me envolvías desde el principio hasta el fin y echo de
menos esas sabrosas sensaciones.
Han sido unos meses complicados para mí.
Acostumbrarme a tu ausencia ha sido muy duro, y lo seguirá siendo, estoy seguro
de ello. Ni el trabajo consigue ocupar mi mente. Doblo turnos para estar
ocupado, evito estar solo pero es imposible. Tu olor ha quedado impregnado en
mi piel, en mi casa y sobre todo en mi cama.
Estoy seguro de que tenías infinidad de
razones para irte y respeto tus decisiones, aunque no las comparto. Tú querías
algo más de la relación. Salir más a menudo a cenar, al cine, a bailar; salir a
caminar un fin de semana por un paseo agarrados de la mano, hacer de vez en
cuando un viaje, tomar un café en una terraza, ir a la playa o de acampada, pasar
toda la noche haciendo el amor como dos posesos, comer palomitas mientras miramos
una peli en la televisión; y yo, muy a mi pesar, te contesté que nada de eso
podría ser. Mi corazón se rompió en mil pedazos con tu adiós; una partida silenciosa,
gris, lacerante.
Mis manos han salvado un sinnúmero de
personas, pero no he sido capaz de salvar el nexo que nos unía, lo cual me
apena todavía más.
Si llegas al final de esta emotiva carta,
entenderás cuáles han sido los motivos de mi decisión irrebatible. He luchado
durante muchos años por llegar hasta aquí, muchas noches sin dormir, entre
tesis y proyectos. No ha sido fácil pero me siento agradecido y orgulloso.
Algún día, más pronto que tarde, espero dar un giro de al menos ciento ochenta
grados a mi vida, y todo lo que tú tanto anhelabas por ese entonces, ponerlo en
práctica en mi vida, porque entre otras cosas, también soy de carne y hueso,
tengo sentimientos, emociones, deseos. Cuando llegue el momento, volveré a
tocar tu puerta, no lo dudes, puesto que has sido tú quien decidió irse.
En el caso de que decidas olvidarme, te
diré que nunca te lo reprocharé. Puedo entender y entiendo que necesites a
alguien a tu lado todos los días, es de mortales tener necesidades. Siento no
ser yo quien te sacie esos menesteres.
Independientemente de cuál sea nuestro
destino, siempre estarás en mi pensamiento, en mi corazón, en mi memoria.
Un
beso.
SANDRA
EC
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