Pon un perro en tu vida
Día apacible en la ciudad de Tuy. No
hace ni calor ni frio. Las calles se ven plagadas de gente paseando, con bolsas
llenas de compras, entrando y saliendo de las tiendas. Se nota que ha llegado
la primavera y todos están deseando dejar la ropa de abrigo para pasar a una
ropa más cómoda y menos pesada. Los niños corretean por los parques infantiles,
jugando con sus balones y bicicletas. Los abuelos los vigilan sentados en los
bancos mientras los peques disfrutan del buen tiempo brincando con sus amigos.
Atrás han quedado las heladas de
madrugada, las hojas tiradas por las calles, la lluvia copiosa e incesante,
clima típico en esta zona geográfica. Se añora
el buen tiempo que hace en el resto del país. Aquí, la época estival dura escasamente
cuatro meses.
Martín sale a pasear con Fufú, como
todas las tardes. La corredera es el lugar idóneo para airearse ambos. Zona
peatonal de anchura generosa, donde no hay peligro de coches ni de tropezar con
otros viandantes.
El uno y el otro, esperan ansiosos que llegue la tarde para salir a
respirar aire fresco. Martín se siente afortunado al contar con el apoyo de
Fufú. Ya no podría valerse sin él. Después del accidente de tráfico que sufrió
hace dos años, éste ha sido su mayor apoyo. Estuvo mucho tiempo ocultándose de
la gente, evadiendo a los amigos, a la familia. Se encerraba en su dormitorio
todo el día. Lo único que le consolaba era
escuchar música y escribir poesía. Sus padres sufrían al ver que se excluía él
mismo. Después de muchas consultas, decidieron comprarle un perro guía.
Al principio, Martín se mostraba
indiferente. No quería compañía alguna, pero la insistencia de sus padres y
hermana menor hicieron que se dejara enamorar por aquel labrador. Durante seis
meses, lo llevaban día tras día a los adiestramientos caninos. Él no podía ver
como Fufú corría, pero sí sentía su latir y sus pisadas. Al finalizar los
entrenamientos, le daba una golosina como recompensa y no dejaba de acariciar
su pelaje.
Poco a poco, se fueron conociendo en
profundidad y Martín volvió a integrarse en la sociedad. Retomó las amistades
que había dejado de lado, recuperó a su familia que la tenía totalmente
abandonada y lo más importante, aceptó su realidad, por dura que fuera. Sabía
que no vería nunca jamás a través de los ojos pero sí a
través de Fufú. Confiaba plenamente en su compañero.
Coincide siempre con ellos Silvia. Su
madre llega de trabajar a las cinco y media y ella baja media hora antes para
poder jugar en la calle con su patinete.
Silvia es una niña de diez años muy
extrovertida e intranquila. Siempre está riendo y corriendo de un lado para
otro. Es una niña muy despierta y amable, y le
encantan los perros. Cuando mira a Fufú, corre hacia él como si formara parte
de su familia. Le fascina acariciarlo y lanzarle una pequeña pelota que encontró en el desván de su casa. Fufú sale tras ella y se la
devuelve en las manos. El cariño es mutuo porque él, en cuanto la ve, comienza
a menear la cola.
A Martín, al principio no le hacía
mucha gracia que su perro jugara con su vecina, pero después comprendió que
Fufú ayudaba a mucha gente con su bondad, no solo a él. Silvia había perdido a
su padre hacía poco más de un año, tras una larga enfermedad. La niña
necesitaba apoyo y cariño de todos. Ellos no podían mirar hacia otro lado.
Con el tiempo, el chucho se hizo
famoso en dicho paseo. Eran muchos los que lo venían a saludar, lo acariciaban
e incluso algunos ancianos se atrevían a darle besos en la cabeza. Era un perro
que transmitía mucho amor. Nunca se separaba de Martín, permanecía a su lado en
todo momento, arropándolo y haciendo que se sintiera cómodo y acompañado.
Martín está sentado en un banco de
piedra y tiene a Fufú a su vera. Silvia sigue jugando con el patinete, al
tiempo que viene y acaricia al perro guía. Todos se ven felices. Justo en ese
momento, llega la madre de Silvia de trabajar. Hoy ha tenido suerte porque ha
encontrado aparcamiento delante del portal de casa. La niña, al ver a su madre,
sale corriendo a saludarla. Después de lo sucedido con Ángel, ambas están cada
día más unidas. Fue muy duro ver como una
persona querida se marchitaba con el paso del tiempo, y lo peor era no poder
hacer nada para remediarlo.
Madre e hija se abrazan durante largo
tiempo. La niña ayuda a su madre a descargar las bolsas que trae en el maletero
del coche. Las dos se dirigen hasta el banco donde se encuentra sentado Martín
con Fufú. Éste último, al verlas acercarse, sacude la cola y emite tímidos
gemidos. Paula deja las bolsas sobre el
banco y saluda a su vecino y al perro. Charlan durante un buen rato sobre cosas
de la vida. Martín y Paula se conocían desde que eran pequeños. Vivieron en la
misma calle toda su vida, compartieron juegos, estudios, secretos, amistades y el
primer amor.
SANDRA EC
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