Con
movimientos lentos y apasionados, bailaban en el centro de la pista, ajenos al
resto de los presentes, deseando que el momento fuera eterno, perpetuo en el
tiempo.
–
Te deseo, Alexia – dijo mirándola
fijamente a los ojos – desde ayer no he dejado de pensar en ti. Me gustan tus
ojos, tu nariz, tu boca y esos labios carnosos y húmedos. Me gusta tu forma de
hablar, de gesticular, de moverte.
Alexia seguía sin pronunciarse,
abrazada a él. Se sentía como en una nube de terciopelo, cautivada por el
agradable aroma a perfume masculino y aquellas palabras que para ella
significaban tanto.
–
¿Quieres que salgamos? – preguntó, ante
el mutismo de ella.
–
Será mejor, aquí hace demasiado calor –
insinuó tímidamente.
La cogió de la mano y salieron del
local, sin más palabras.
En la salida, la cubrió con su
cuerpo duro y llameante, incapaz de contener el impulso de besarla apasionadamente,
cogiéndole el pelo entre sus manos, largas y juguetonas, para hacer más presión
en su boca. Un deseo embriagador recorrió todo su cuerpo, candente y excitado.
–
¿Lo deseas tanto como yo? – le preguntó
entre jadeos – ¿sientes la necesidad de beber de mi, de acariciar mi cuerpo
desnudo bajo el tuyo, de chupar mis labios hasta arrancármelos? ¿lo sientes?
<<No te puedes ni imaginar
cuanto>>.
Alexia era incapaz de responder. Se preguntaba
qué contestar, si sentía lo mismo que Tomás. Ardía por dentro sólo con tenerlo
cerca; sentía sudores, palpitaciones y otras sensaciones, tanto tiempo ocultas
en su interior.
–
¿Vamos a mi casa? Dijo entre gemidos
entrecortados.
–
Sí –
rogó con voz ansiosa.
Cogidos de la mano, partieron
imperiosamente hacia el apartamento de Tomás, donde gozarían de aquel volcán en
erupción, donde darían rienda suelta a aquella ola titánica que parecía un
tsunami a punto de chocar contra las rocas.
Una sensación arrebatadora se
apoderó de Alexia al cruzar el umbral del apartamento. Todo allí era
extremadamente viril, comenzando por el aroma a Armani Code, la sobriedad de
los muebles y la exquisita selección en los tapizados.
–
¡Mi humilde morada! – argumentó con una sonrisa
en los labios – ponte cómoda, buscaré algo para beber.
Alexia observaba todo con delicadeza.
El salón era muy acogedor, con un sofá blanco de tres plazas en piel con dos
cojines de terciopelo negros. Sobre uno de los reposabrazos, descansaba una
pequeña manta, dando calidez. La alfombra era de pelo largo, cuadrada y de
color negro, sobra la que yacía una mesa de cristal. Frente al gran ventanal,
lucía una mesa de comedor en cristal transparente con cuatro sillas de polipiel
en negro. Frente al sofá, había colocado un mueble modular blanco y negro, muy
elegante y a la vez moderno. Dos lámparas colgantes y con mucho estilo,
iluminaban y daban vida al habitáculo. Pequeños elementos decorativos adornaban
la estancia, dándole un toque personal.
Alexia estaba abrumada viendo cada
detalle, embriagada por el refinado gusto de Tomás. No lo escuchó llegar.
–
¿Te gusta? – preguntó tras ella con dos
copas en la mano.
–
Tiene mucha clase, perfecta combinación
y un estilo acorde contigo – contestó Alexia, impresionada por su presencia.
–
¿Qué te apetece escuchar? – dudó
mientras le entregaba la copa de vino.
–
¡Sorpréndeme de nuevo! – insinuó con la
copa pegada a sus labios.
Se acercó al mueble donde había una
gran colección de discos, sacó un cd-rom y la música comenzó a sonar
premiosamente. Él se arrimó, sin dejar de mirarla a los ojos abrasadoramente, le
retiró la copa con sumo cuidado y se colocó tras ella.
–
¿Lo sientes? – susurró a sus espaldas
entretanto abrazaba su cuerpo tiernamente – ¿Te gusta Camila?
–
Todas sus canciones, pero ésta en
especial, ¿cómo lo has sabido? – musitó hechizada, al ritmo de la música.
–
“Bésame, como si el mundo se acabara
después, bésame, y beso a beso pon el cielo al revés, bésame, sin razón, porque
quiere el corazón…” – cantaba sensualmente al oído de Alexia.
–
Sí… lo siento – contestó excitada.
–
Quiero perderme en tu piel, Alexia,
sentir tu aliento en mi cara, llegar hasta el fondo de tu ser e inhalar el
excitante aroma que desprendes. Me gustaría esculpir tu cuerpo desnudo
acariciando cada pliegue, saborear tus dulces labios y llegar juntos a un clímax
supremo.
Al compás de la música la giró hacia
él, sintiendo sus pezones, duros y erguidos por el deleite, y agarró el rostro
de ella entre sus manos para intensificar el beso. Espasmos de placer recorrían
cada centímetro de sus cuerpos, como un fuego candente que se aviva cada vez
más.
–
Ven, estaremos más cómodos en el
dormitorio – confesó, con una mirada seductora.
Si el salón le había parecido
extraordinario, el dormitorio le pareció maravilloso. Un espacio sencillo,
funcional y muy íntimo. Cabecero de madera de color gris, a juego con el
sifonier, dos mesitas de noche y el espejo. Encima, un edredón elegante y
sobrio, combinando el color negro y el gris. Las alfombras eran del mismo tono
que los muebles y sobre la cama colgaba una lámpara de techo negro diamante de
la que irradiaba una luz muy tenue, ideal para la primera vez.
El deseo le oscurecía la mirada y lo
hacía todavía más irresistible. Le rozó sutilmente los labios con los suyos,
provocando en ella, un placer irrefrenable. Las piernas le flaqueaban, el
seguía provocándola al ritmo de la melodía, moviendo las caderas en círculos
eróticos mientras se restregaba contra Alexia, mordisqueando y lamiendo las
zonas más erógenas. Un frotamiento placentero que dejaba en evidencia la
apremiante erección de él. Su cuerpo se arqueaba por el deseo y el placer.
–
Dame un minuto – rogó Tomás, que se fue
directo al vestidor.
–
Pero…. – protestó, ansiosa de sus besos
y caricias.
Diez segundos después estaba tras
ella, besándole el cuello.
–
¿Confías en mí? – quiso saber antes de
taparle los ojos con una de sus corbatas.
–
Sí – asintió de forma rotunda –, pero lo
que vayas a hacer, hazlo ya.
Pasó la corbata de lino y color
berenjena por los ojos de Alexia. Gemidos entrecortados escapaban de su boca,
abierta por la excitación. La giró sobre su cuerpo y la puso frente a él,
desabrochando lentamente los pequeños botones laterales de su vestido. Segundos
después, estaba desnuda ante él. Con mirada lasciva, inspeccionó cada
centímetro de su aterciopelada piel, pasando el dorso de sus dedos por los
muslos, la espalda, los brazos; besando su cuello, hombros, orejas y abdomen.
–
Quiero verte – pidió entre jadeos.
–
Todavía no es el momento – le susurró al
oído.
De pronto, volvió a desaparecer.
Sólo se escuchaba la música que sonaba en el salón.
–
¿Me echaste de menos? – siseó.
Algo frío y fresco pasó por sus
labios, hinchados y ardientes. Quiso tomarlo en sus manos pero él la frenó. Esa
cosa bajó por su cuello, dejando surcos en su empapada piel, hasta llegar al
ombligo. Ella lo seguía con sus tiernas manos, muerta de placer. Por la
textura, se trataba de una fruta, fresca y estimulante.
–
¡Quítame esto! – requirió con urgencia.
Acto seguido, Tomás retiró la
corbata de sus achispados ojos y le ofreció la fresa encarnada que antes había
naufragado por su extasiado cuerpo. Después la besó con premura, introduciendo lánguidamente
su lengua en la boca de ella. Los movimientos eran cada vez más dinámicos y
descontrolados.
–
Ahora me toca a mí – espetó Alexia sin
más preámbulos, empujándolo hacia la cama.
Se sentó sobre sus muslos, y comenzó
a desnudarlo pausadamente, cubriendo su pecho robusto, con besos y chupando sus
pequeños pezones, pudiendo sentir su respiración entrecortada. Se apartó hacia
un lado y desabrochó el cinturón de Gucci seguido de los jeans ajustados. Una
ola desenfrenada y excitante recorrió el cuerpo de Tomás, abrasándolo
interiormente. Un agradable aroma a excitación invadió el dormitorio. Él,
rotundo ante el fervor que lo amenazaba, la cogió tenazmente y la volvió a
sentar sobre su cuerpo, con las piernas ampliamente abiertas, de tal forma, que
Alexia podía sentir palpitar su miembro viril.
Minutos después, volvió a tomar el
mando Tomás, sin dejar de mirarla a los ojos con expresión provocativa. La besó
tan intensamente, que perdió el control, de tal forma que ya no sabía dónde
terminaba él y comenzaba ella. Él pasó su lengua alrededor de aquellas pequeñas
montañas sonrosadas, acariciándolas con su mejilla. Aquella apremiante erección
imploraba una inminente embestida. Dos cuerpos inflamados deseando llegar al
orgasmo. El cuerpo de Alexia se arqueaba por el placer que le administraba.
–
Hazlo ya, por favor – gritó ella.
Obediente, buscó aquella abertura,
húmeda y plegada, que los llevaría hasta el elíseo. Las caderas de ella
cedieron, cuando Tomás comenzó su anhelada acometida. La escuchó gemir, jadear y
retorcerse sobre las sábanas de seda. Sonidos primitivos escapaban de sus
labios, hinchados por los besos. Los movimientos, que comenzaron lentos y
pausados, pasaron a ser firmes y consistentes, buscando llegar juntos, y en el
mismo momento, al éxtasis final. Minutos después, yacían abrazados en la cama,
mirándose a los ojos tiernamente. No hacía falta palabras, bastaba con mirarse,
para saber a ciencia cierta, que había sido una noche maravillosa, difícil de
olvidar, y así pasaron todo el fin de semana, deleitándose en el deseo, el
placer y el amor.
Me leí las cuatro partes.
ResponderEliminarMe había encantado la primera y a medida que seguía mucho más.
Me gusta un montón como escribes.
Ahora te seguire siempre. Que bueno que te descubrí!