Mientras somos jóvenes, no nos preocupamos de la llegada de
la vejez.
En la niñez
o infancia, somos como auténticas esponjas. Queremos saberlo todo, él porqué, él
cómo, cuándo, dónde; consultamos a nuestros padres cada una de las dudas que
nos atosigan, queremos explorar todo lo desconocido que capta nuestra atención.
Nuestros padres son ejemplos a seguir, a esta edad, no se nos pasa por la
cabeza desobedecerles ni retarles. Nos gusta estar protegidos por ellos, que
nos cojan de la mano, nos den abrazos y besos. El colegio también forma una
parte importante en nuestra vida, puesto que es otro espacio en el que
aprendemos y además disfrutamos con ello.
En la
adolescencia, nuestra única preocupación es disfrutar de la vida, de los
amigos, conocer a gente nueva, salir por las noches; en resumidas cuentas,
relacionarnos. Los problemas se
escurren, pasamos de puntillas tras ellos y nuestra única preocupación es
pasarlo bien, puesto que nos sobra energía y
vitalidad. Los estudios siempre quedan en un segundo plano. A nuestros padres
ya no los vemos como un ejemplo sino como comodines que tenemos y en los que
nos apoyamos cada vez que necesitamos simplemente algo material.
Los
problemas, los hablamos con los amigos, o más bien, con quien creemos que son
nuestros amigos. No nos gusta que nos den consejos, sobre todo si vienen de la
mano de algún pariente ascendente. Creemos que lo sabemos todo y que controlamos
por completo toda nuestra vida. Los amigos son nuestra verdadera familia porque
ellos sí nos entienden.
Los pequeños
problemas que tenemos, los resolvemos con la fuerza. Sentimos vergüenza si en
alguna ocasión tenemos que ir acompañados por la calle de nuestros padres. No
reconocemos los esfuerzos que ellos hacen por nosotros, no lo vemos de esa
manera, simplemente creemos que es su obligación como progenitores. Los abuelos
juegan un papel más importante en nuestras vidas. En la niñez, nos
aconsejábamos tanto con los padres como con los abuelos, ahora esto ha
cambiado. Nos da vergüenza hablar con nuestros padres de ciertos temas y
tenemos la impresión de que nuestros abuelos nos van a entender mejor, o por lo
menos, pondrán menos excusas o trabas. Bien es cierto, que los abuelos, al no
poder disfrutar de sus hijos en su época debido a los horarios de trabajo, lo
hacen con los nietos. Lo que no le han podido dar a sus hijos, se lo dan a los
vástagos. Esta situación, en ocasiones molesta a los padres y crea disputas en
la familia, pues sienten que sus hijos son demasiado consentidos y que se
alejan de ellos.
No atendemos
a compromisos ni obligaciones. Solamente nos conciernen los derechos. Otro
factor importante en esa etapa es que descubrimos el sexo, un tema tabú a la
hora de dialogar con nuestros progenitores.
La siguiente
etapa de la vida de una persona se llama madurez. Es la fase que se prolonga
más en el tiempo. A unos les llega antes que a otros. Pasamos de que no nos
importe nada, a sentirnos inmunes a los problemas y pensar que otro nos lo resolverá
a, identificarnos con los mismos, a ponernos en la piel del otro, dicho de otra
forma, a sentir empatía. Nos preocupa la
situación laboral, nos preocupa el matrimonio y la procreación, nos preocupan
nuestros mayores. No se puede aplicar esta regla a todos los casos, pero por
norma general es así.
Bien es
cierto, que hay parejas que no pueden atender a
sus progenitores debido a sus trabajos. Es
difícil conciliar la vida laboral, con la vida familiar y más, si tienes
familiares dependientes.
Debido a
determinadas circunstancias, sentimos dolor, rabia e impotencia. Procuramos
resolver los problemas mediante el diálogo y no con la fuerza. Decidimos vivir
la vida con más calma y sopesando cada una de las decisiones que tomamos. Es en
esta etapa, cuando llegan los achaques en la salud, problemas de huesos, triglicéridos,
colesterol, diabetes. Sentimos inquietud por seguir una alimentación sana y
procuramos hacer algún tipo de deporte. La otra preocupación que nos asola y
nos causa mucha angustia, es el fallecimiento de nuestros progenitores.
La última
etapa de la vida de un humano es la vejez o ancianidad. Llegado este momento,
tenemos claro que nuestra vida se acaba, llega el punto y final. Hay ancianos
que, antes de morirse, dejan todo preparado para dicho suceso, para una vez
más, no ser un rompecabezas para sus herederos. La ropa, el sepelio, las
flores, la inhumación, la lápida, etc. Muchos desean que llegue dicho instante,
sea porque dicen que así se encontrarán con sus seres queridos ya fallecidos o
porque están cansados de tanto sufrir. Dar un pequeño paseo por una residencia
de ancianos y charlar con ellos, así lo confirma. Muchos se sienten olvidados
por sus familias, se consideran abandonados como si de animales se tratase y no
se dignan a visitarlos ni en las fechas más señaladas. Es común escuchar
conversaciones entre las parejas jóvenes sobre sus padres, como que no cuidan
su higiene, que no se levantan del sofá, que son una carga difícil de llevar.
Mientras que de los ancianos, nunca escucharás hablar mal de sus hijos. Los
excusan y justifican. En una visita a una abuela en una residencia de ancianos,
ésta comentó que su madre a menudo argumentaba:
–
Los
mayores somos feos en la mesa, no tenemos presentación, ni siquiera somos
capaces de seguir una conversación, que triste es llegar a viejos y estar aquí
solos.
Ella corroboraba dicha afirmación.
No debemos pensar así. No hay cosa más hermosa que ver a los abuelos felices
junto a sus hijos, nietos y quién sabe, hasta biznietos, todos a la mesa. Debemos
darles cariño y no hacer que se sientan como una carga. Ya debe ser bastante
difícil aceptar que la vela se apaga y que tenemos que dejar atrás todo lo que
hemos construido y la familia que hemos formado, cuanto más aún aceptar que
somos un incordio.
Es bueno
saber que, en dichos centros, hay voluntarios que se ofrecen a hacerles la vida
un poco más alegre. Les cantan, los sacan a bailar y preparan fiestas de
cumpleaños para los que están más solos.
Debemos
pensar que nosotros también llegaremos a su situación, en el mejor de los
casos, y seguramente nos gustaría que nuestros hijos nos cuidaran con cariño como
nosotros hicimos con ellos cuando eran críos. Es por ello que debemos hacer un
esfuerzo por repartir un poquito más nuestro amor y tiempo libre. Trabajar para
que sientan que son una parte importante en nuestra vida, en definitiva, que
los queremos y les agradecemos todo lo que han hecho por nosotros. Se lo
debemos.
SANDRA EC
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